Sobre camisas de flores y viajes en metro
Escrito por Gonzalo Ballesteros
Viajar en metro es una de las actividades cotidianas más interesantes y estimulantes que podamos realizar. Lo digo en serio. La fisionomía de los vagones enfrenta en sus asientos a un grupo de personas totalmente desconocidas entre ellos, brindando la oportunidad al viajero de observar y analizar a sus congéneres homínidos. Estos, en su anonimato rutinario, ofrecen una multitud de pistas para conjeturar sobre su origen, condición, historia o trayectoria vital.
El metro es un muestrario de la fauna cívica. Las personas van al trabajo, vuelven de la compra, llegan tarde a una reunión, se dirigen al hospital, se ponen nerviosos ante una inminente cita, les roban la cartera, se encuentran un euro en el suelo, se tropiezan al salir o se enamoran fugazmente. El otro día, me encontraba de pie en el interior del vagón cuando el maquinista hizo sonar el silbato que indica que las puertas se cierran, una señal que tiene el mismo efecto apremiante de los semáforos en ambar. En ese instante, un cuarentón de azotea despejada arrancó jaimacanamente y se deslizó entre las puertas justo antes de que éstas se cerraran, violando un par de leyes de la física y dando la vuelta a una hipotética apuesta sobre sus posibiliades de éxito. La ovación cerrada ante tal hazaña era indiscutible, pero incomprensiblemente la gente obvio la conquista y sólo yo esbocé una sonrisa cómplice a ese héroe suburbano.
Las personas viven, en definitiva, de pequeñas conquistas y victorias sin artificios, de grandes defectos y tragedias rutinarias. El cine, que en algún momento fue espejo de la vida, le debe mucho a Alexander Payne por conseguir aguantar en la trinchera del humanismo en ese campo de batalla capitalista y deshumanizante que supone Hollywood. Payne es el último peldaño de una escalera que un día forjaron Billy Wilder y Ernst Lubitsch entre otros y con Los Descendientes nos regala otra valiosa y humilde pieza audiovisual después del merecido éxito que le supuso Entre Copas (2004).
En Los Descendientes, Payne nos conduce con serenidad y sin ruido, por la crisis vital de un hombre que tiene que lidiar con sus distanciadas hijas debido al accidente acuático que sufre su mujer, un personaje comatoso sobre el que girará el film. George Clooney interpreta con solvencia a este personaje común que vive en una isla de Hawaii más terrenal que paradisiaca. Además de la tragedia familiar, el protagonista posee una gran extensión de terreno virgen que ha herededado de sus ancestros y que ahora estudia vender debido a los grandes beneficios que puede aportar a su entorno. Hay, por tanto, sobre la mesa un combinado de filiaciones, amor, drama, multiculturalismo, engaños, moralidad y camisas de flores.
Los personajes que se construyen permiten jugar con la amplitud emotiva del ser humano, igual nos muestran a un Clooney corriendo en chanclas de una forma patosa y cómica, como después nos enseña su reverso dramático en un monólogo desgarrador lleno de reproches, odio y amor hacia su mujer. Sobre el papel puede tener muchas similitudes con un telefilm de sobremesa pero la historia se desmarca del típico drama familiar porque Payne es capaz de narrarlo con naturalidad, sin relativizar, ni dar clases de moral. Una película que transcurre entre playas y palmeras como podría transcurrir en el metro porque es una historia humana, de pequeñas conquistas y grandes defectos. Quizá esta sea la clave del film, que sabe equilibrar las emociones y mostrarnos una historia común. Donde el drama y la comedia se dan la mano sin llamar la atención. A fin de cuentas, así es la vida.
Lost in Translation
Escrito por Antonio M. Arenas
Que tras Entrecopas (2004) Alexander Payne tardara tanto en volver a dirigir una película, no significa que Los Descendientes (2011) haya sido su único proyecto en todo este tiempo. El de Omaha se enfrentó contra su propio gigante al embarcarse en una historia de ciencia ficción de alto presupuesto llamada Downsizing, para la que todavía no ha encontrado financiación y que espera poder hacer dentro de varios años. Un proyecto personal que considera su obra maestra y que le frustra no haber conseguido rodar, pero del que sí podemos decir que tan solo su escueta trama tiene toda la sátira y el sentido del humor que le faltan a su última película, proponiendo una especie de revisión adulta de Cariño, he encogido a los niños (1989) en la que una pareja agobiada por sus problemas económicos decide reducirse de tamaño con la esperanza de poder superarlos. Pese a contar con Paul Giamatti, Reese Witherspoon y Sacha Baron Cohen en el reparto, resulta demasiado normal que ningún estudio apueste por un proyecto tan arriesgado, y en cambio si lo haga por adaptar un enésimo best seller protagonizado por George Clooney.
Tampoco podemos olvidar su brillante aportación a la irregular pero estimulante obra colectiva Paris Je T’aime (2006). El suyo era un corto amargo y divertido a partes iguales, en apenas seis minutos lograba resumir con mucha humanidad su tragicómico estilo, cerrando la película con un gran sabor de boca. Precisamente todo lo que no consigue con Los Descendientes en sus extenuantes casi dos horas de duración. En aquel corto, la voz en off de la protagonista nos relata su viaje a París, contrastando con alegría y tristeza sus pensamientos con las imágenes de su visita. Sus pensamientos nos dicen eso que no vemos en la imagen, lo que hay detrás, por lo tanto se complementan, la voz en off en este caso no solo es útil, sino que es clave. En cambio, Los Descendientes arranca con una voz en off del propio Clooney que acosa al espectador para entrar en el drama de su protagonista, presentando con tristeza hechos tristes de por si. La conexión entre voz en off e imagen es simple, vemos lo que hace y lo que piensa mientras George Clooney pone cara de pena. No hay relato poético como en el corto, por lo tanto su uso se antoja innecesario y perjudicial.
Le cuesta a Payne desprenderse de la insoportable voz en off (esa misma que tan ácidamente usó en Election) pero aunque el peso de la narración siempre recae en el rostro de George Clooney, como lo hiciera anteriormente en los de Jack Nicholson o Paul Giammati, hay una diferencia clave. Este Hawaii no es el mundo de Alexander Payne, Omaha queda lejos de aquí, no es el lugar que conoce y del que es. Si al situar el corto en París viajaba con su protagonista y lograba un irónico contraste, falla al retratar Hawaii como personaje más de la película que debería ser, no hay inmersión, ni hay distancimiento ni apego a esa tierra, nunca podremos creer a George Clooney como terrateniente ni al hermano de Jeff Bridges como natural de Hawaii, por mucho que lleven camisas de flores. El abusivo uso de la música, de típicas tonadas hawaiianas, tampoco ayuda a pensar que no estamos asistiendo a un drama de postal, al contrario, que yo escucho mucho una lista de spotify de la serie Treme y, de New Orleans, se que hubo un huracán, tienen un equipo en la NBA, son todos bellísimas personas y poco más.
Esta historia sobre la filiación, el paso del tiempo y nuestro paso por la vida no alcanza el grado de impacto ni sentido que requiere al no lograr encontrar la voz de su autor. No deja de ser una novela de aeropuerto para gente que nunca ha estado ni estará en Hawaii (ni siquiera sus propios protagonistas), con demasiados lastres como su consabido tono de reunión familiar o la incursión de personajes secundarios que desvirtúan la trama, véase el aborrecible amigo de la hija. Aunque es cierto, también tiene su mérito lograr que el drama resulte cómico (esos primeros planos de la mujer cadáver) y las escenas cómicas (reducidas a una niña pequeña que dice tacos o a George Clooney corriendo, que Will Ferrell corre desnudo y tiene más merito) den pena. Se habla de obra madurez por no decir medianez, todo se siente fuera de su sitio, el propio Payne es presa de una película políticamente correcta, de una historia que no parece importarle, demasiado medida, sin curvas, tan recta como la carretera de Albacete. Y ese camino ya nos lo conocíamos.
No parece casualidad que su próxima película sea una road movie y vaya a titularse Nebraska, estado del que es natural, quizás un regreso a los orígenes es lo que necesita su cine para salir del coma al que ha sido inducido.