Somos los peores
Durante los años noventa eran muy comunes las producciones destinadas al consumo familiar en las que un grupo de niños poco agraciados en sus dotes deportivas (y también físicamente, para qué engañarnos), gracias al liderazgo de un entrenador generalmente muy campechano, conseguían superar sus inseguridades y desafiar el statu quo del deporte correspondiente. El caso más paradigmático es el de The mighty ducks (Somos los mejores, 1992), donde el entrenador además de llevar a cabo la consabida gesta, se enamora de la madre de uno de sus jugadores y restriega el triunfo al nazi del hockey sobre hielo que atormentó su niñez como jugador.
Moneyball no es el reverso tenebroso ni supone un giro de 180 grados con respecto a la película protagonizada por Emilio Estévez. Es más, hay ciertas coincidencias en ambas estructuras y lo que está bastante claro es que el deporte es el telón de fondo para hablar sobre otros temas. Quizás a los profanos nos cueste entender la labor de un pitcher, y aún así acabamos interesados por la gestación del equipo de béisbol de Oakland en el año 2002. Y es que Moneyball no es una película sobre béisbol, como The Damned United (2009) no lo es sobre fútbol, sino sobre las personas que están detrás del deporte, que sufren como los jugadores en el campo, que sienten sus mismas inseguridades y son igual o más responsables de los éxitos, medallas y trofeos cosechados. En las películas de la factoría Disney todo debe de ser feliz y digestivo, dando esperanzas hasta el más incapacitado de los chavales, un escenario demasiado condescendiente para ser extrapolado al universo del deporte de alta competición. La película de Bennett Miller pormenoriza los quebraderos de cabeza que supone llevar las riendas de un equipo de primera línea en una liga seguida por millones de personas en todo el mundo, donde se mueven grandísimas sumas de dinero y por supuesto, no hay lugar para ser benévolo con el que no vale para el trabajo. “Te hemos traspasado a otro equipo”, rápido e indoloro.
Billy Beane (excepcional Brad Pitt) conoce de primera mano las leyes que rigen las grandes ligas y el deporte de competición, y se encuentra al mando de los Oakland Athletics, un equipo competente cuyas lagunas presupuestarias provocan año tras año una fuga de talento hacia la competencia. El reto de Bean, con la inestimable ayuda de Peter Brand (Jonah Hill), consiste en formar un equipo competitivo a bajo coste, una oportunidad para experimentar con las reglas no escritas de la contratación de jugadores, copadas de prejuicios y nada científicas. ¿Estará pasando lo mismo en España con el Levante?
Moneyball también juega inteligentemente su baza de historia basada en hechos reales, con la utilización de piezas y locuciones informativas del año en el que Oakland llevó a cabo su gesta, y la inclusión de imágenes de archivo que conforman por momentos una interesante mezcla entre ficción y documental. Las espectaculares imágenes deportivas, junto con breves piezas documentales de los verdaderos partidos y sus locuciones correspondientes consiguen momentos asombrosos incluso para los no iniciados en un deporte tan popular para los estadounidenses.
Tampoco conviene olvidar la labor de Aaron Sorkin (junto con Steven Zaillian) en la adaptación al cine de la novela de Michael Lewis. El reputado guionista de televisión y ganador de un Oscar al mejor guion adaptado por La Red Social (2010), deja su sello en numerosos diálogos rápidos e inteligentes que hacen que la labor de los despachos pase a ser igual o más emocionante que los golpes del bate.