El sol del membrillo / A través de los olivos

El arte ante todo es búsqueda. La búsqueda de un estilo, un ejercicio de indagación en el interior de nuestra memoria, nuestra sensibilidad hacia el medio y nuestras ideas estéticas y morales. Dice Víctor Erice que el artista es un intermediario entre su mundo interior y el público. Somos servidores de un hecho artístico que aspira a darse a conocer e interactuar con las ideas de cada una de las personas que conforman la audiencia. En el proceso creativo cobra vital importancia la idea de la repetición. Un artista que busca es un artista que repite, que insiste. La búsqueda de una perfección imposible lleva aparejado un componente de repetición que, lejos de caer en una rutina, es un anhelo por conseguir la correlación máxima entre la abstracción de nuestra mente y el objeto artístico concreto.

Víctor Erice (Carranza, España, 1940) y Abbas Kiarostami (Teherán, Irán, 1940) mantuvieron una correspondencia a través de mensajes audiovisuales que fueron expuestos en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Son dos cineastas que comparten una visión muy especial del cine, dos consumados outsiders que conciben el cine como medio para expresar ideas y visiones que no tienen cabida en los feudos del mainstream. Porque el cine es un fin y a la vez un medio, un objetivo que a su vez lleva a una aspiración, Erice y Kiarostami nos proponen una visión nunca exenta de una carga de significación artística a nivel formal, ahondando en aspectos poéticos y reflexivos sobre el propio arte cinematográfico que lleva asimismo al espectador a una reflexión sobre el medio en el que se ha apoyado la obra, un reto difícil de conseguir sin caer en los áridos territorios de la tesis más sesuda.

Pese a la diferencia abismal entre los contextos socioculturales en los que se llevaron a cabo ambas obras, El sol del membrillo (id., Víctor Erice, 1992) y A través de los olivos (Zire darakhatan zeyton, Abbas Kiarostami, 1994) plasman de manera fidedigna esta visión compartida de dos cineastas que, como hemos dicho, quieren ir más allá de la expresión del cine y expresar sobre el cine y el arte a través de ellos mismos. Es común en ambas obras el ancestral carácter cíclico y repetitivo del proceso artístico hasta alcanzar la perfección, si bien El sol del membrillo se apoya de manera más explícita en el formato documental (no exento de un aura poética que lleva al paroxismo en su tramo final) y la obra de Kiarostami la trama aflora de manera soterrada pero con un decidido carácter ficcional. En la película de Erice convivimos durante unos meses con el pintor realista Antonio López y su lento y meticuloso proceso creativo de pintar un membrillero al óleo y después a lápiz. A través de los olivos, por su parte, es una irónica vuelta de tuerca tan del gusto del cineasta iraní, en el que a través de la puesta en abismo metaficcional observamos el proceso de realización de una película, siendo el propio actor que interpreta el papel del director el que nos pone sobre aviso al principio de la película que él es un actor. ¿Es entonces real lo que estamos contemplando bajo la mirada de Kiarostami?

En El sol del membrillo no existe el lugar para la planificación. Es el cineasta con su cámara quien construye el relato, quien posiciona al artista que observa al artista, quien nos lleva de la mano por el proceso de gestación de una obra. Los encuadres neutrales que neutralizan el dramatismo de la acción, los silencios anticinematográficos, las conversaciones banales del pintor con sus amigos (nunca actores, sino “presencias”, como rezan los títulos de crédito del principio) y el plano secuencia contemplativo son las herramientas de las que se sirve Erice para contar la historia y enmarcarla en su estilo.

Por su parte, A través de los olivos construye de manera intencionada una interpretación de un hecho real como fue el rodaje de la película Y la vida continúa (se podría considerar un “así se hizo” hecho ficción), recreando el lento y exasperante proceso de rodaje de una obra cinematográfica que cuenta con actores no profesionales. Kiarostami no rehuye la contemplación silenciosa, decidiendo colocar la cámara allá donde menos interfiera con lo que está aconteciendo y construyendo la narrativa a través de la mirada selectiva de ciertos hechos (sentimentales y profesionales) que son los hilos conductores de la trama.

Ambas películas recalcan, como hemos dicho, el minucioso proceso creativo de una obra, en el cual la paciencia para repetir y la determinación para desechar lo que no funciona forman parte de los avatares de todo sufrido artista. En A través de los olivos el director decide contratar a otro chaval que sustituya a uno de los “actores” que participan en la película; en El sol del membrillo Antonio López se ve obligado a tirar la toalla ante la naturaleza cambiante y decide pintar de nuevo, desde cero, el dichoso membrillero.

Estos ejemplos de simetría narrativa y formal nos llevan a pensar que tanto Erice como Kiarostami, en tanto que creadores de obras artísticas, quieren llevar más allá el proceso de creación para hablar del “cómo” sin renunciar a su estilo. En el cine del iraní y del español no siempre coinciden los temas que les obsesionan (lo inacabado, la renuncia y la espera en el caso del español, los juegos de puesta en abismo, la rutina, lo cíclico en el iraní), aunque es en ‘A través de los olivos’ y ‘El sol del membrillo’ donde más semejanzas se aprecian, donde mejor observamos las pautas comunes que han dibujado dos cineastas tan lejanos en el espacio como de mirada y sensibilidad tan cercanas.

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