Homeland (II)

Visiones desde la paranoia

Viene de Homeland (I)

Aviso del traidor: Este pretende ser un análisis del primer episodio de Homeland, dirigido por Michael Cuesta. Si no ha visto la serie se recomienda no seguir leyendo para evitar spoilers.

Todo comienza con un susurro. Unas palabras que el ruido nos impide oir desencadenaran una búsqueda hacia la verdad de una mentira. Carrie Mathison es una agente de la CIA que, estando destinada en Bagdad, recibe una información que nadie sabe y solo ella quiere creer. Diez meses más tarde, retirada de aquella misión, el sargento Nicholas Brody es liberado por los terroristas que lo tenían preso desde 2003. Es un héroe para toda la nación, pero Carrie sospecha. Y sobre esta sospecha llevada hasta el extremo de la paranoia oscila la primera temporada de Homeland, y por ende el episodio piloto, que sitúa y ordena las claves sobre las que se orienta la serie. Entramos en la perturbada mente de sus protagonistas, compartiendo desde la ficción un estado de ánimo político y social que vive sometido al terror.

La casa de Carrie es un espacio vacío, tan desordenado como su propia vida. Adicta a las pastillas para controlar sus cambios de personalidad, vive solitaria en un mundo en el que en las paredes solo hay jazz y dolor, si es que no sonaran a lo mismo. La pared del salón está decorada con las fotos de terroristas peligrosos que son una amenaza para el país, una amenaza externa que, como a la sociedad americana, parece acabar siendo su única y última preocupación. Pero entre ellos destaca un nombre: Abu Nazir. Su sospecha le lleva a creer que de alguna manera está relacionado con el Sargento Brody, que espera llegar pronto a casa y ser recibido como un héroe nacional sin que nadie pueda pensar esté colaborando con el enemigo. Excepto Carrie.

En casa de los Brody nada es como parece y todo va a dejar de serlo. No son una familia modélica. Los hijos han crecido sin padre y la mujer sin marido. Esta tiene una relación con un marine íntimo amigo del Sargento, pero cuando más cerca se encuentra de hacerla oficial, una llamada le dice que su esposo que creía muerto, está vivo. Todo cambia, pero todo sigue ahí y explotará tarde o temprano. Aprovechando que la casa queda vacía debido a la recepción oficial del Sargento Brody en el aeropuerto, Carrie instala un equipo de video vigilancia a espaldas de la CIA con el que controlar todos y cada uno de los movimientos de Brody, esperando poder así descubrir su implicación con los terroristas. Lo que no sabe es que en lugar de encontrar pistas, solo se adentrará en el dolor de ese hogar, al que lejos de resultarle ajeno, cada vez se acercará peligrosamente (para ella) más.

Brody acude al protocolario encuentro en la sede de la CIA en el que aclarar su liberación y dar toda la información que tenga de sus años preso. En lo que todos esperan sea un trámite de rigor, Carrie incide en sus sospecha (como hará a lo largo de la temporada, aunque todavía calmada), entregándole una foto de Abu Nazir y preguntándole sin discreción si lo conoce. Una visión acude al Sargento, recuerda sus años preso, y entre tanto martirio y sufrimiento, una cara se atisba a ver entre las tinieblas. Brody responde que no lo conoce, que nunca lo ha visto. Carrie tiene cada vez menos pruebas y menos tiempo para (des)montar la verdad.

Cansada de no descubrir ninguna prueba en la casa y encontrándose cada vez más sola en sus sospechas, Carrie decide arreglarse, se marcha a tomar algo y buscar compañía a un bar. Pero no a un bar cualquiera, sino a uno en el que tocan jazz en directo. Allí, mientras ve por televisión imágenes del recibimiento de Brody, el ritmo de las notas al tocar le hacen fijarse en un extraño tic que hay en su mano, con la que cree podría estar mandando mensajes cifrados a los terroristas. Descubrimos que el jazz en la serie no es solo un elemento atmosférico, sino también es un estado de ánimo psicológico que describe a los personajes y sus traumas, así como su manera de salir de ellos. Lo que Carrie aún no sabe es que esta pista solo le llevará a otra que le conducirá a más dudas y revelaciones para las que quizás no está preparada. Mientras tanto, la verdad seguirá sin estar al alcance de sus manos.

Brody sale a correr mientras le asisten recuerdos que prefiere olvidar, recuerdos que nos ha ocultado. Acaba parado frente al Capitolio, el edificio que alberga las dos cámaras del congreso de los Estados Unidos. No sabemos cuales son sus intenciones, pero su postura inmóvil reincidirá más adelante en sus dudas y miedos, presa de unas contradicciones que todavía desconocemos y que solo entenderemos al final, o cuando llegue su hora.

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