Josefina Molina

Función de noche

El nombre de Josefina Molina probablemente ha sido muy poco (re)conocido hasta su entrega este año del Goya honorífico. El galardón llega a la directora cordobesa tras más de una década sin ponerse detrás de las cámaras, un reconocimiento por parte de la Academia que contiene una fuerte carga simbólica más allá del valor, la calidad o la importancia de su trayectoria cinematográfica. Empezando por el principio, Josefina Molina tuvo en suerte nacer en una fecha tan señalada como 1936, pero este solo fue el marcado comienzo de las complicaciones para una mujer que durante el franquismo trató de alcanzar toda una difícil meta, llegando primero a la realización de televisión (dirigiendo Estudio 1 entre otros programas) y después a la de cine en 1973 con Vera, un cuento cruel, protagonizada por Fernando Fernán Gómez.

Su carrera, como directora y guionista de la mayoría de sus películas, estuvo fuertemente ligada a la obra del escritor vallisoletano Miguel Delibes, del que adaptó El camino para TVE en 1978. Una fiel adaptación televisiva que difiere del riesgo que asumió posteriormente en Función de Noche (1981), la pieza más interesante de su filmografía, una película post-moderna (cuando nadie conocía esa palabra) que incluso resultaría insólita para el cine español de hoy día. Con ecos del cine de Bergman, Josefina Molina afronta una libre interpretación de Cinco horas con Mario en la que la propia Lola Herrera, que por aquel entonces representaba a Carmen Sotillo en la obra teatral, se confiesa en su camerino ante el ojo invisible de la cámara mientras mantiene una larga conversación con su ex-marido. Una conversación en la que, al igual que su personaje en la propia obra (del que el montaje combina fragmentos de su representación), saca a flote todas sus inseguridades, incertidumbres y sus dudas sin pudor alguno, con el vivo delante, tocando temas que en los 80 incomodarían a más de uno y que acaban por identificarla con la propia Carmen Sotillo, dándose cuenta de que se ha convertido en lo que nunca ha querido ser. Si Delibes recreaba con acierto la España provinciana de la dictadura, Josefina advertía a la sociedad de la época que muchos de estos problemas de liberación e igualdad no estaban superados, como más adelante reconoceríamos.

Su trabajo posterior no alcanzó mayor gloria que la de uno bien hecho. Continuó entre Televisión Española (en la que dirigió la famosa adaptación de la vida de Teresa de Jesús, protagonizada por Concha Velasco), el cine de época (Esquilache llegó a participar en el Festival de Berlín) y el de encargo más popular, ejemplificado en la defenestrada La Lola se va a los puertos (1993), un cine anquilosado en el tiempo para el que ella no había recorrido tanto camino, y que dejó no sin antes despedirse en la casa en la que aprendió todo, adaptando Entre Naranjos (1998) de Vicente Blasco Ibáñez en TVE.

Suyo es el mérito y nuestro debe ser el agradecimiento a su esfuerzo, por ser sin quererlo una pionera que abrió puertas a muchas mujeres que como ella quisieron dedicarse al cine, aunque no todas lo lograran. Un trabajo que todavía continúa impulsando, ayudando a las realizadoras a través de CIMA, la asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales de la que es presidenta de honor. Aunque esta vez, el honor es nuestro.

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