Andreas Dresen: Retrospectiva

Aprovechando la edición 14ª del Festival de Cine Alemán pudimos ver en pantalla grande una retrospectiva sobre la filmografía de Andreas Dresen (Gera, 1963). Quién diría que un ganador en Cannes, Venecia, San Sebastián y Berlín pasaría tan desapercibido por Madrid, pero lo cierto es que el director de Verano en Berlín (2005) es prácticamente un desconocido en nuestras fronteras, de ahí que pudiera pasear con toda tranquilidad por los Palafox, contestando encantado a las preguntas de los espectadores tras cada proyección. Pero es en esa transparencia y aparente invisibilidad con la que sin quererlo representa la voluntad autoral de adaptación al cambio en el cine europeo contemporáneo. Todo ello sin perder una personalidad ni una temática constantes en su obra, en la que suele repetir actores y que está marcada por las complicaciones sentimentales dentro de la más sencilla cotidianidad.

Aunque sus films compartan mismas inquietudes sobre lo complejo del amor y las relaciones en pareja, queda demostrada su versatilidad tras las cámaras desde el rodaje repleto de improvisación de Halbe Treppe (2002), que cámara digital en mano nos recuerda tanto a Von Trier como a Kusturica, hasta el tono sofisticado que busca y encuentra a Woody Allen en Whisky y Vodka (2009). Una capacidad que según nos dijo le incita, tras acercarse con crudeza a la muerte con Stopped on Track (2011), a pretender dar otro giro a su carrera y rodar una película infantil. ¿Y por qué no? Mientras siga creyendo en las emociones de las historias que cuenta, el esfuerzo merecerá la pena.

Si una particularidad sobresale en A media escalera (Halbe Treppe, 2002) es la no existencia de un guión que rigiera el rodaje ni la producción, compuestos por un equipo técnico mínimo. Tanto el director como los actores improvisaban constantemente, esto unido a la grabación en video digital y a la cercanía de la cámara en mano, da lugar más que a una película a una intromisión en las vidas de dos parejas amigas de las que nadie se espera vaya a salir una nueva. Porque su ojo no hace juicios de valor, retrata a sus personajes tal y como son, o como quiere que sean, sin demagogias. Les deja crecer, equivocarse y aprender, quizás para volver a equivocarse, pero tomando sus propias decisiones como entes libres dentro de la obra. Tocando el tema de la infidelidad podría haber caído con facilidad en discursos moralistas, pero en absoluto, de hecho en boca de uno de sus personajes se podría resumir su postura: “Debería tener remordimientos, pero no tengo ninguno”

Al principio el tono visual elegido puede resultar feísta, pero con el paso de los minutos y la acertada (y decidida) puesta en escena de Dresen, los elementos improvisados comienzan a tomar forma y nos adentran en los sentimientos y soledades rutinarias de cada uno de sus protagonistas. Lo que antes estaba oscuro ahora está más claro, y viceversa. La cámara en mano y la crudeza con la que expone esta infidelidad entre parejas parece seguir la corriente Dogma impulsada por Von Trier y ejemplificada en Celebración (Thomas Vinterberg, 1998), con la que entre otras cosas comparte la erupción de los traumas familiares, pero no se queda ahí. La ruptura de la cuarta pared con entrevistas a los protagonistas y el uso de música diégetica tocada por la banda 17 Hippies dan un toque surrealista y absurdo que la acerca (no solo por el parecido musical del grupo) a la obra de Kusturica y las excéntricas apariciones de la No Smoking Orchestra.

Y aunque no sea una película redonda y esté por debajo de sus referentes, es un buen recuerdo de lo que el cine europeo algún día quiso ser, tratando de alcanzar la máxima emoción desde la mínima expresión cinematográfica aunque finalmente se quedara a media escalera

Continuando con la infidelidad como leitmotiv, En las nubes (2008) añade un punto provocativo al tratar la relación de una mujer casada con su amante, todavía mayor que ella. Los momentos de desnudos son frecuentes y Dresen no se corta al mostrar las escenas de sexo, una decisión de lo más arriesgada por incómoda para el espectador, pero con la sensibilidad necesaria para responder las dudas vitales y sexuales de su protagonista, que con más de sesenta años y cansada de su vida descubre que puede recuperar la pasión perdida, aunque sea en brazos de otro hombre.

El estilo combina la medidísima cámara en mano en las secuencias más carnales, con largos planos fijos para entrar en la rutina del matrimonio y de su marido, tan aburrido como obsesionado por el sonido de los trenes, que contrasta con la locura e irónica juventud de los encuentros con su amante. Y en todo este caos descubriremos que tanto los adultos como los más mayores, en esto del amor siempre se acaban comportando como críos. En definitiva, una cruda mirada al amor en la tercera edad que se mantiene de nuevo desarropada de juicios morales, pese a que con su final pretenda dar una cierta lección a tanto hedonismo.

Ellos son como el Whisky y el Vodka, no se pueden tomar juntos, pero bebidos en compañía nos pueden hacer pasar un buen rato. Dresen cambia de tercio y con Whisky y Vodka (2009) aborda desde la comedia el siempre agradecido tema del cine dentro del cine, y lo hace con la compasión y el sarcasmo necesario como para compadecernos por cada uno de los integrantes del reparto y el equipo técnico que dan vida al film que se está rodando dentro de la propia película. Un rodaje que sufre un inconveniente, su protagonista siempre anda borracho, pero como es un actor demasiado importante para el éxito del film como para buscarle un sustituto, deciden contratar a un actor desconocido para rodar junto a él sus secuencias e intentar motivarle. El argumento no solo da para divertidos malentendidos, sino par ahondar en la tristeza que hay detrás de los egos, en las relaciones amorosas pasajeras y en la soledad tras los focos que se acaba ahogando en una botella de alcohol.

Con un tono estilizado que rompe con sus anteriores films, y que desde el primer plano y los títulos de crédito recuerda a Woody Allen, tampoco pretende explotar el humor negro ni el gag visual, de hecho tiene una oportunidad desternillante en la secuencia a la salida del hospital y se decide no hacer uso de ella, que los alemanes tienen por algo ganada la fama de serios. Como su protagonista clama, Dresen tan solo pide un poco de respeto y cariño para los que hacen cine. Desde el técnico de sonido hasta el ayudante de realización, pasando por el director y los actores, todos durante el rodaje forman una gran familia que conviven teniendo sus más y sus menos, los que agridulcemente consigue capturar.

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