No es fácil encontrarte con tu creador
Pareciera que dado el estado de infección de secuelas, remakes y reinicios en que se encuentra la cartelera actual, la llegada de Prometheus podría venir a aportar un soplo de aire fresco con una narración todavía no pervertida por los preceptos del bosque de acebos, ofreciendo a la platea algo que no pudiesen rescatar o localizar en sus subconscientes. A poco que investiguemos, descubrimos que ni siquiera es así. El director Ridley Scott, en esta su tercera incursión en el agradecido género de la ciencia-ficción, parte de un célebre universo por todos conocido: aquel que vio nacer a una de las criaturas más terroríficas del cine fantástico, el Alien que merodeaba por los pasillos de la Nostromo incluso cuando nadie le había invitado a subir a bordo.
El principal problema de Prometheus es que juega descaradamente con una mitología sin la que su misma existencia sería inalcanzable, sin llegar, por citar un caso parecido dentro del género, a las cotas de La cosa de 2011, esta sí entendida como repetición casi pura de la original. Hay en la actriz sueca Noomi Rapace un deseo de emular a la teniente Ripley de Sigourney Weaver, heroínas ambas incansables y ejercitadas en las más inclementes tragedias. Tampoco falta la figura del androide, ejecutada con precisión por un estupendo Michael Fassbender, y que se halla más en línea con los replicantes de la infinitamente más compleja Blade Runner que con sus homónimos de la saga Alien.
Dejando alguna que otra laguna de guión a un lado, Prometheus resulta en una estimulante y minuciosa ópera espacial, una propuesta superior a lo que suele llegarnos en cuanto a cine de ciencia-ficción. Scott se permite ampliar el campo de visión y de trazo y con él los interrogantes que pudieran quedar de la obra madre, partiendo de la icónica y poderosa imagen del space-jockey, a partir de la cual esboza un relato sobre la búsqueda de los orígenes de la humanidad.
Sin embargo, y como dice el personaje de Rutger Hauer en un momento de Blade Runner: “No es fácil encontrarte con tu creador”. Es difícil reconocer aquí al ingeniero de esas dos obras capitales de la ciencia-ficción que ya hemos referido. El creador está aquí impulsado por una voluntad de trascendencia ausente en sus anteriores obras fantásticas. Esta última sigue siendo interesante, pero lo es más en los espacios pequeños. Con todo, y a raíz de la escena final, confiemos en que una vez se alcance el término de esta obra, el androide David pueda enunciar aquello de: “He visto cosas que vosotros no creeríais…”.