¿No queríais caldo? Pues tomad tres tazas.
Tan inesperado como el viaje que emprenderá próximamente Bilbo Bolsón junto a una comunidad de trece enanos y un mago fue la noticia de que a las dos películas pensadas para el proyecto de El hobbit (esa maravillosa novela anterior a El señor de los anillos, de tono más ligero y, podríamos decir, infantil, salida también de la pluma de J.R.R. Tolkien) habría de sumarse una tercera. Al margen de cuestionar si se trata de una maniobra más o menos comercial o más o menos artística, nos preguntamos: pero, ¿cómo hemos llegado a esto?
Para realmente hacer una valoración de daños, habría que remontarse tiempo atrás. Tolkien escribió El hobbit como una historia aislada, un cuento mágico, poblado por enanos, elfos, magos, y el pequeño pueblo que da nombre a la obra. Su éxito fue tal que sus editores le propusieron la escritura de una continuación a las aventuras de Bilbo Bolsón. Lo que Tolkien hizo es de sobra conocido. Utilizó uno de los pasajes de esta obra para armar un legendarium que a día de hoy no ha sido superado.
El señor de los anillos dejaba poco espacio al desahogo, todo lo contrario que su obra génesis. De ahí que Tolkien se encontrase con una ligera descompensación (en cuanto a aspiraciones) de dos unidades que debían conformar un todo. Su solución (descartada la reescritura del primero) fue añadir una serie de anotaciones que pasarían a formar parte de los apéndices de su trilogía fantástica. Así, entre inmarchitables árboles genealógicos y notas para aprender élfico, la historia de El hobbit se vio considerablemente ampliada. Y en ello se escudó Peter Jackson cuando hace unas semanas anunció que, de repente, en vez de las dos películas por las que iban ya, El hobbit sería una trilogía.
Es curioso que hablemos ya de tres películas. Si echamos la vista atrás, aparte de encontrarnos con una cinta de animación bastante ordinaria de 1977 y toda una muy válida rareza en forma de cortometraje checoslovaco libremente adaptado, recordaremos que se llegó a cuestionar la consolidación del proyecto que una vez encabezó Guillermo del Toro (con Jackson detrás y en labores de productor). Retrasos en el inicio del rodaje, problemas con los derechos, hasta el abandono de Del Toro, que parecía la estocada definitiva que habría de sepultar a El hobbit en uno de los agujeros que sirven de casa a estas criaturas. Pero cual mago Gandalf en los albores de la tempestad, Peter Jackson volvió a nosotros con la férrea convicción de que sacaría su película (ahora películas) adelante.
Si nos paramos a analizar la decisión de reconvertir la duología en una serie de tres, cabe preguntarse: ¿es lícito esgrimir el argumento de los apéndices para defender este replanteamiento en un cortísimo espacio de tiempo, y, para más inri, una vez que el rodaje ya había concluido? La respuesta más lógica sería que no. Por muchas notas al margen sobre los asuntos privados de Gandalf durante el transcurso de El hobbit, por mucho Concilio Blanco o Necromante que se trate, la realidad es que tres películas podrían parecer excesivas.
Por otra parte, al de Nueva Zelanda se le debería dar un voto de confianza. Ahora que se acerca un invierno que parece empezar a hacer sombra a los señores oscuros y anillos de poder, le toca a Jackson contraatacar. Si el canje de la HBO está a diez horas por libro, a él, padrino de la fantasía épica y adulta, no le van a engañar con el cambio.
Un viaje inesperado (la primera del trío) y Partida y regreso (la tercera) no deberían tener excesivos problemas en resultar convincentes y dejar satisfecho al personal. En la primera veríamos el comienzo de la aventura. Conoceríamos a los enanos, brillantemente caracterizados y diferenciados entre sí, a tenor de las fotografías y del estupendo primer trailer que hemos podido ver, se llegaría a un alto en el camino en Rivendel con el Concilio Blanco (que empezaría a tratar el tema del Necromante) y cerraría, según los rumores, con catorce barriles navegando un río corriente abajo.
Eso dejaría el problema de qué hacer con la segunda película. Es obvio que la Batalla de los Cinco Ejércitos se reservará para la última entrega, así como el enfrentamiento con el dragón Smaug. Que el nudo lleve el (perezoso) título de La desolación de Smaug da a entender que cerrará momentos antes (o después) del primer encuentro entre Bilbo y el dragón. Asistiríamos por tanto en la segunda parte al retorno de otro rey, Thorin Escudo de Roble, a su legítimo reino, y a los preparativos para enfrentar la última etapa del viaje, el ascenso a la Montaña Solitaria. Quizás tendríamos aquí (es la opción más lógica) la Batalla de Dol Guldur, en la que Elrond, Galadriel y Gandalf destierran al Necromante (que no es otro que Sauron, el gran villano y señor de los anillos) de su fortaleza.
Ningún problema (aparentemente) sobre el papel. Debería ser una gozada volver a visitar la Tierra Media, y no sólo por reencontrarnos, aunque sin duda es uno de los grandes alicientes, con el pérfido y sibilino Gollum y el sensato y cerebral Gandalf (Ian Mckellen siempre ha reconocido que disfrutaba más interpretando a Gandalf el Gris que al Blanco). Salvo que, quizás, y sólo quizás, hayamos convertido una simpática y entrañable aventura en algo que le venga demasiado grande y termine por asfixiar el conjunto. El tiempo lo dirá.
“¡Tiempo! ¡Tiempo!”
Bilbo se salvó por pura suerte. Pues naturalmente ésta era la respuesta.