Sobre espectros en limusina
Eric Packer (Robert Pattinson) necesita un corte de pelo, y lo necesita al otro lado de la ciudad. Aunque Nueva York está atascada por el funeral de un rapero y por la visita del presidente, “¿qué presidente?”, de los Estados Unidos de América; Packer necesita cruzar la Gran Manzana para ese corte de pelo. Este viaje lo escribe Don DeLillo y lo muestra Cronenberg, la odisea de un bróker del ¿cielo? a los infiernos entre el mullido cuero y las brillantes pantallas de una limusina más del downtown neoyorquino.
Un mal pronóstico sobre el Yuan, destruye la fortuna del joven Packer mientras avanza a trompicones por el atascado asfalto. Distintas personas comparten su trayecto en un carrusel variopinto de personajes: compañeros de trabajo, asesores, médicos… incluso un affaire con la Binoche; su particular tournée en limusina sólo se ve interrumpida por sus visitas a su mujer (Sarah Gadon) en distintos espacios de la ciudad -taxi, cafetería, biblioteca- que sirven por un lado para mostrar otra faceta del bróker en su desesperada relación matrimonial y, por otro, para que Cronenberg oxigene el film y nos regale unos minutos de respiración.
En Times Square las pantallas hackeadas por un grupo anticapitalista anuncian que un espectro recorre el mundo: el espectro del capitalismo. La rata, símbolo de la nueva divisa, se hace presente entre los manifestantes que zarandean y vandalizan la limusina de Packer ante su indiferencia. Su conversación, en este instante con su profesora de teoría -sí, han leído bien-, disemina las causas y efectos de esas protestas que tienen lugar tan lejos de ellos: a varios centímetros y un cristal blindado de distancia. En su mundo de abstracción, donde los valores se miden en puntos y estos significan millones de dólares, las consecuencias últimas de sus negocios afectan a personas como las que protestan, pero en su pecera nada importa: es un tiburón.
Las advertencias de seguridad que el consejo le comunica a través de su guardaespaldas son cada vez más continuas y severas, la situación lejos de detener a Packer lo motiva, cada minuto que pasa su capital se destruye, su seguridad se ve amenazada y él se encuentra más cómodo. La travesía autodestructiva del joven bróker se desarrolla imparable hasta llegar a la vieja peluquería donde su padre le llevaba de pequeño, Eric se humaniza cuando es libre, pero para conseguir esa libertad tiene que sacrificar todo.
La evolución dramática del protagonista es resuelta con eficacia por un Robert Pattinson que demuestra que puede quitarse el traje de vampiro adolescente y convertirse en buen actor si está en manos de directores como Cronenberg. El protagonismo de su figura, y la jerarquía de su nombre en la campaña de marketing de Cosmopolis, puede resultar confusa para el público. Si bien es evidente que Pattinson es una estrella, de hacer dinero al menos, su pálida tez está asociada a un cine adolescente que se encuentra en las antípodas del que realiza Cronenberg. Es por eso, que si alguien no pone atención al director, o desconoce la novela de DeLillo o, en definitiva, si elige la película en la puerta del cine y por la cara del protagonista puede llevarse una sorpresa con Cosmopolis: no sirve para forrar carpetas.
Cosmopolis es una limusina que rueda con los diálogos de DeLillo, Cronenberg la conduce con una filmación aséptica, austera y Pattinson hace lo necesario para que disfrutemos del viaje, que quizá acabe en terrenos farragosos. La película, de múltiples lecturas y obligados visionados, en plural, llega a la cartelera en un momento idóneo, con nuestro sistema capitalista en su máximo esplendor, Cosmopolis es una carta abierta para reflexionar. El espectro se encuentra ya en cada rincón, lo ha invadido todo, pero no es el que tú profetizaste amigo Karlos.
Si te gustó la novela de Don DeLillo te gustará Cosmopolis, pero si no fue así o no la has leído entonces lo más probable es que el último trabajo de David Cronenberg te decepcione.
Y es que la adaptación de la novela por parte del canadiense es abrumadoramente espectacular. Para mí fue como poner imágenes a algo que había leído, puesto que se recrean fielmente diálogos y descripciones de escenas a la perfección.
Desafortunadamente la minuciosidad con la que se trabajó nunca será suficientemente reconocida, debido a este efecto negativo que produce la historia.
Cronenberg no está acabado, ha evolucionado, y si bien ha abandonado las historias con una mayor acción, centrándose en el poder de la dialéctica, es capaz a través del diálogo de crear unos personajes con una riqueza y unos matices espectaculares.
Cuando vi Videodrome por primera vez me pareció una locura que fui incapaz de entender, pero intenté verla cada cierto tiempo, hasta que en un par de visionados me di cuenta de lo que el director pretendía, y caí rendida a sus pies. Algunas películas de Cronenberg necesitan una pastilla de omeprazol cinematográfico, pero al final se digieren bien, y terminas queriendo repetir. Es posible que a más de uno le pase lo mismo con Cosmopolis.