Dead Sushi

Sushi, mentiras y cintas de video

Solo leyendo el título de una propuesta como Dead Sushi (Noboru Iguchi, 2012) se despierta el apetito atroz de los paladares cinéfilos más bizarros. Porque hay que reconocer que en todo festival de cine fantástico uno en el fondo acaba esperando este tipo de películas casi tanto como las mejores y más reputadas. Benditas sesiones de madrugada. Normalmente suelen ser asiáticas -de Japón en este caso- y las protagonizan robots, zombis, mutantes o monstruos de toda la vida inmersos en un argumento de lo más delirante. Gore de serie B con espíritu de casquería pop, Braindead pasada por un filtro cyberpunk, anime y artes marciales, todo junto. O eso imaginamos antes de verlas, algo así como las películas perfectas. Pero nos engañamos, desgraciadamente no siempre suelen ser tan buenas como pensamos. Realmente, casi nunca.

Dead Sushi no íbamos a exigirle más que un buffet libre de maki y sashimi repleto de sangre, que lo hay, pero se disfrutaría más con cierto sentido del espectáculo, estilo visual o por lo menos algo de humor. Poco o nada de esto se encuentra en una película pasada (o falta) de vueltas, desastrosa desde la descuidada (por inexistente) dirección de fotografía hasta la desmadrada dirección de actores, hiperactivos todos, que hacen insoportable y alargadísima la ya de por sí mínima excusa para el inicio del festín. Una trama que de haberse tratado con algo más de seriedad (recuerden la magnífica The Host) podría haber sido mucho más efectiva a otros niveles, a los que la película ni siquiera intenta aproximarse. La parodia de la moda moderna de creerse entendido en sushi es lo más acertado, resultando el resto una broma infantil sin gracia ni encanto; el abuso de pobres efectos digitales frente a la efectividad de los más artesanales (esas raciones de sushi con vida) no ayuda a hacerle ganar carisma; los cargantes efectos de sonido, tampoco; los diálogos y personajes, todavía menos. ¿Qué nos queda? Todo lo que habíamos imaginado pero explotado sin talento ni diversión, deformando las posibilidades de la idea hasta quitarnos las ganas de volver a acercarnos a una película de su director, pero no las de seguir queriendo comer sushi como pensábamos.

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