SEFF’12: Día 4

El realizador más veterano del mundo, Manoel de Oliveira, es cada año cita ineludible en el Festival de Sevilla, y esta vez su película O Gebo e a sombra entra a concurso en la Sección Oficial. El autor de Um filme falado, a punto de cumplir 104 años, sigue regalando al mundo cada año una nueva película, a menudo pequeñas, de poca duración y con historias sencillas. No es el artificio lo que caracteriza a Oliveira, y en su último filme ha ido incluso un paso más allá.

La historia de Gebo, un sufrido contable del siglo pasado que se hace cargo de su hijo fugitivo, está basada en una obra de teatro de Raul Brandão, y la adapta tan fielmente, que muchos han acusado a la película de ser simple teatro filmado. Con solo dos escenarios en los que desarrollar la acción y un puñado de actores, es cierto que la sencillez y el estatismo de su realización están muy cercanos a la representación teatral. Seguramente Oliveira no sienta la necesidad de demostrar a nadie sus dotes como cineasta, aunque siempre queda en mano del espectador decidir si el lenguaje utilizado por el portugués es suficiente.

O Gebo e a sombra puede parecer sencilla, pero desde luego no es simple. Incluso como simple representación teatral filmada, no se le puede negar a Oliveira el total control sobre la atmósfera, sombría y ahogadora desde su siniestro prólogo, y el tono, apaciguado, cálido y a la vez gélido, no muy diferente de sus demás obras. Por supuesto, quedan en primer plano los intérpretes, con un impresionante casting encabezado por Michael Londsdale, al que acompañan dos grandes actrices del cine pasado, el neorrealismo con Claudia Cardinale, y la nouvelle vague con Jeanne Moreau. Todos ellos están espléndidos, pero hay que dedicar una mención especial a Leonor Silveira, cuya mirada, perdida en el infinito, brillante, llena de bondad, lleva inmortalizando Oliveira años.

Lo irónico es que, de las películas a concurso en este Festival, es probable que O Gebo e a sombra sea la que mejor capta un sentimiento que recorre Europa: el de la falta de justicia hacia el trabajador, el hombre de a pie, la mayoría de nosotros. La sombra que atormenta a Gebo es, quizá, la suya propia, pues él la ha creado y mantenido, y el hecho de que esa negrura que acecha en cada plano se lo acabe tragando lo convierte en un final trágico pero necesario. ¿Cómo escapar a las consecuencias que otros no están dispuestos a acatar, arrastrados por la ambición y la codicia, cuando uno no conoce otro camino más que la honradez y la humildad? El pobre Gebo, y sus dos mujeres, la ignorante y la penitente, son víctimas, como nosotros cada día, de los errores de otros.

En la misma sección, se presenta a concurso otro veterano, Pablo Llorca, autor independiente cuyas últimas películas se caracterizan por tener muy poco presupuesto; nulo, si juzgamos por Recoletos (arriba y abajo). Técnicamente pobre desde su digital sin tratamiento alguno hasta una puesta en escena inexistente, hace un uso del lenguaje cinematográfico que juega a fingir que no han pasado más de 100 años desde que el medio nació, con un montaje que no conoce de microelipsis narrativas. Estéticamente, Recoletos no es superior a cualquier práctica de realización de primer curso de Comunicación Audiovisual.

Tampoco hay mucho que rascar en su guión, con una trama ínfima que, ni se acerca al buen costumbrismo porque el mal trabajo actoral y de producción hacen que nada parezca natural, ni consigue interesar en su parte de pseudo-thriller mal contada y con poca chicha. Teóricamente, hay en la película de Llorca un trasfondo político y social que muestra relaciones entre la sociedad antes y después de la Transición. Si tienes mucha imaginación, sí.

Una locura del ruso Aleksey Balabanov, cineasta curtido en el cine negro mezclado con la alegoría y lo onírico, recibe el nombre de Ja tozhe khochu (Yo también). La historia es la siguiente: un grupo de matones, entre el cansancio y el arrepentimiento, deciden ir en busca de la felicidad, atendiendo a un mito que dice que aquella está en un campanario semi-derruido en un pueblo en el que hubo un accidente nuclear. De camino, se unirán a su viaje algunos pintorescos personajes, y entre todos aderezarán esta road movie con grandes cantidades de humor negro y absurdo.

El programa del Festival describe a Balabanov como una mezcla imposible de TarantinoKaurismäki, pero lo cierto es que el ruso carece del genio en la puesta en escena del loco de la barbilla prominente y también de la capacidad para el desconcierto del autor finlandés de Tulitikkutehtaan tyttö (La chica de la fábrica de cerillas). Tampoco están a la altura los diálogos ni el carisma de sus personajes.

Comparaciones aparte, los puntos fuertes de Ja tozhe khochu están en su absurdo, que se convierte en su última media hora en casi un sueño, en el que los personajes se ven arrastrados por un árido desierto de hielo hacia un final indefinido, y también en la radiografía de un sentimiento: el de una búsqueda que se ha vuelto estéril, en un contexto en el que no hay posibilidades para avanzar. Lo mejor: la estudiante de filosofía que se ha visto obligada a ejercer de prostituta. Pocas situaciones más reales y tristemente familiares que esa veremos en el cine este año.

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