El ángel redentor
Ahora que la crisis ha derrumbado el castillo de arena de la clase media, y ha revelado que entre el blanco y el negro no caben grises, los de abajo estamos más negros que nunca. En este sentido, y gracias al capitalismo cíclico, hay épocas en el que el cine de Ken Loach, tan militante y fiel, se pone de actualidad. Acostumbrado a narrar historias de la clase obrera o de los más desfavorecidos, lleva décadas atrincherado en un cine aleccionador que es tan recurrente como necesario. Autor de obras magníficas como El viento que agita la cebada (The wind that shakes the barley, 2006) y otras imprescindibles como Tierra y Libertad (1995) –una de las mejores películas sobre la Guerra Civil Española– también le hemos visto, en ocasiones, jugueteando con lo burdo y maniqueo pero es indudable que ha mantenido una trayectoria irreprochable en la cual la coherencia y la lealtad a unos valores han sido el denominador común.
En La parte de los ángeles (The angels’ share) el tándem Loach-Laverty aborda la cuestión del cáncer sistémico que es el paro juvenil; consciente de la transversalidad del problema, el film se centra en los jóvenes excluidos que habitan en los márgenes del sistema. Pese a la gravedad del asunto, el británico ha preferido contar su historia desde una óptica cómica. No es la primera vez que Loach aborda este género, aunque esté encasillado en el drama social o el cine político, ya ha demostrado que tiene mano para la comedia y la reciente Buscando a Eric (Looking for Eric, 2009) –con la que, veremos, tiene puntos en común- puede apuntar un cambio de tendencia hacia un cine, igual de comprometido, pero más desenfadado y optimista.
Escocia es el lugar que transita Ken Loach diez años después de Felices dieciséis (Sweet Sixteen) y a diferencia de ésta, los kilts y sobre todo el whisky serán protagonistas. Tras un prometedor arranque con la escena-prólogo del andén de la estación seguido por la presentación de los protagonistas a través de las sentencias dictadas en su contra en la corte; la película se desarrolla de forma desigual. Los lugares de extrarradio, el cielo gris y la fotografía cruda proporcionan ese aroma tan Loach que nos resulta familiar. La primera parte del film queda marcada por la violencia explícita y estructural en la que se ve envuelto el protagonista Robbie. Tras librarse de la cárcel y ser sentenciado a realizar trabajo comunitario, ve en esta segunda oportunidad una vía para dar un giro a su vida ahora que será padre. Su objetivo es alejarse de los conflictos, centrarse en su novia y su hijo y conseguir un trabajo para mantenerlos. La relación con el trabajador social Harry que además le descubrirá el whisky, será el punto de inflexión tanto en su vida como en la película que a partir de ese momento se arrojará a los brazos de la comedia de forma definitiva.
La relación con sus compañeros de trabajo comunitario producirá la formación de una cuadrilla, tan común en el cine de Loach. Los parias se unen, se pone en marcha una famélica legión a la que el director reserva un final feliz, como no podría ser de otra manera firmando la cinta un socialista convencido. En este caso los jóvenes se ven abocados, de nuevo, a la delincuencia para conseguir sus fines como si no hubiera otra salida, como si fuese inherente a su naturaleza delinquir incluso para salir de esta espiral. Claro que si el delito se presenta en forma de robo perfecto y con la música de fondo de The Proclaimers este no parece moralmente reprochable o al menos justifica aquello del fin y los medios.
Pero si hay algo especialmente interesante en La parte de los Ángeles, son estos mismos, los ángeles, la figura que apoya al protagonista en su viaje hacia la redención, bien enseñándole el camino, bien actuando como referente. Eric Cantona fue el ángel, en todos los sentidos, incluído el inmaterial, en la película Buscando a Eric. En este caso el ángel lo encarna la figura de Henry, trabajador social, que como muchos en esa profesión se extralimita en sus funciones siendo un guía en la vida de Robbie incluso en su tiempo libre. El happy-end del film, quizá excesivo, cuadra el círculo de una película imperfecta que en su tono ligero y optimista arroja luz en el pozo y, sobre todo, reserva a los ángeles su parte.