Black Mirror: 2ª temporada

Parecía que Charlie Brooker estaba exigido a superar la apuesta de la primera temporada de Black Mirror, quizás por ello su regreso ha tenido una acogida dispar, lejos de la unanimidad de aquellos tres episodios que hace un año cambiaron en cierto modo nuestra forma de ver la televisión. Consciente de que no iba a satisfacer a todo el mundo, apunta con sus historias a lo que de manera más efectiva formula su concepto. El regreso de Black Mirror continúa generando acertados puntos de debate y controversia a una época sumida en un imparable progreso tecnológico del que urge ver reflejado su reverso oscuro. Quien sabe si todavía estamos a tiempo de poder llegar a controlarlo antes de que nos controle a nosotros. Ya es tarde.

Inevitablemente, la segunda temporada ha perdido parte de su capacidad de sorpresa, aunque el segundo episodio, White Bear, probablemente sea el que más giros y cambios de perspectiva sobre el relato propone al espectador de toda la serie, pero lo que sin duda ha aumentado es su intención por hacernos reflexionar, su humanidad puesta frente al abismo de los tiempos. Si esta vez no parecen todos los argumentos demoledores, Brooker nos convence con demoledores argumentos por los que tiende la mano al espectador, del que pretende aflorar dudas tras cada episodio sobre dónde se encuentra su posición en lo que acaba de ver. Queramos o no, somos carne de política, de pérdida y de consecuencias que nos tocará pagar en el futuro, pero ya no a plazos como un iPhone o el nuevo iPad.

Escrito por Antonio M. Arenas

Comparte tu vida en Facebook, pon dónde estás en Foursquare, cuenta todo lo que (se) te ocurra en twitter, sube fotos a instagram, tumblr, flickr y en todos los sitios a la vez… incluso aunque hayas muerto. Un dilema que por lo emergente de los tiempos está pendiente de estallar es lo que sucederá con nuestros perfiles en las redes sociales cuando pasemos a la otra vida. Alrededor del 4% de los usuarios de Facebook podrían ser extras de The Walking Dead, y aunque hay empresas que se encargan de cerrar sus cuentas y darles descanso eterno (funerarias 2.0), resultan mucho más escalofriantes aquellas aplicaciones que se ocupan de gestionar nuestros perfiles durante toda la eternidad. Pasará el tiempo y seguro llegarán otro casos que agiten la cuestión, pero de momento LivesOn o Dead Social (cuyo video promocional da mucho miedo) ya han comenzado tímidamente a plantearnos la posibilidad de seguir tuiteando o compartiendo fotos y mensajes en los muros de nuestros amigos tras fallecer.

Como sucedía en el episodio final de la primera temporada, The Entire History of You, en Black Mirror el progreso tecnológico surge para destapar unas obsesiones que ya están latentes en nuestra sociedad de la comunicación. Hoy día, las redes sociales son nuestro testamento en vida, palabras e imágenes. En el futuro no importará lo que hicimos o dijimos, sino todo lo que dijimos que hicimos en la red, eso será lo que finalmente quede de nosotros. ¿Ya no hay lugar para lo que somos? Tratando de desvelar, no sin dolor, esta y otras incógnitas, se mueve Be Right Back, contado en tres partes, tres estados de ánimo de distinto propósito narrativo.

En la introducción observamos la apatía de una joven pareja en sus vacaciones, pero además lo hacemos desde un punto de vista muy concreto que marcará el desarrollo del episodio: la distracción y obsesión de él por las redes sociales somete la relación, que tendrá un brusco fin tras un accidente de tráfico (¿causado por mirar el móvil al volante?). El siguiente tramo condensa la mayoría del metraje y afronta la nada particular superación de esa pérdida por parte de ella. Ante la desesperación y presa de la soledad, aumentada tras descubrir que se ha quedado embarazada, acude a una empresa que logra crear una réplica de un familiar perdido. Entre el miedo, el asombro y la ternura por el reencuentro, surge una tristeza infinita que no puede superarse, si acaso aceptarse. Irónicamente, el hombre que regresará a sus brazos no será al que amaba, sino su yo de las redes sociales, aquel fruto de perder el tiempo con el móvil en lugar de compartirlo con ella. Este ente, de plástico y sin personalidad ni autonomía, articula sus respuestas a través de todos los mensajes que el fallecido había escrito en internet, por lo que ya no solo nos encontramos ante la imposibilidad de recuperar a un ser querido, sino que su regreso confirma su desaparición, verlo significa que nunca volverá a estar a tu lado, que quizás jamás lo estuvo.

Su brillante epílogo, tan mínimo como preciso dramáticamente, en lugar de cerrar la historia abre una puerta (literalmente abre un trampilla al desván) que es mejor no atreverse a contar, con la que hay que seguir viviendo en este nuevo mundo, tan inquietante como bello al mismo tiempo. Un lugar en el que la mirada inocente de la hija se cruza con el dolor en el alma de una madre, consciente tránsito entre dos vidas que por siempre y nunca podrán estar juntas.

Escrito por Gonzalo Ballesteros

Seguramente el espectador que se enfrente a la segunda temporada de Black Mirror lo haga tras ver la primera. En este sentido, después de quedar embaucados en el torbellino tecnológico y apocalíptico de los primeros tres episodios las expectativas ante el nuevo material eran altas. Charlie Brooker se enfrentaba al reto de contar nuevas historias en esta temporada, con una diferencia, el espectador ya ha visto Black Mirror. Y ese, quizá, ha sido su gran obstáculo sorprender con una serie que que debió su éxito a la originalidad de la propuesta y la imprevisibilidad de sus guiones.

White Bear, el segundo capítulo de la temporada, puede ser el más completo y equilibrado y en el que se vea una evolución dentro de la serie. Si los distintos capítulos y temporadas tienen en común un gran tema central que configuran la serie, en White Bear se avanza un poco más y se crea un capítulo de Black Mirror para los espectadores de Black Mirror. Se da por supuesto que quien llega a este capítulo lo hace tras pasar por los cuatro precedentes y la originalidad de la temática difícilmente puede sorprenderle, por eso Charlie Brooker y el director de la pieza Carl Tibbetts apuestan por centrar el punto de vista narrativo en el personaje principal que se despierta amnésica y sin saber dónde está ni quién es. De esta forma descubrimos la trama del capítulo a la vez que lo hace su protagonista y el espectador se ve obligado a acompañarla en ese viaje. El avezado fan de Black Mirror interpreta lo que va sucediendo en cada paso, construyendo teorías acerca de cada elemento: las personas “zombies” grabando todo lo que ocurre, los asesinos que matan por diversión -y por público-, la historia principal… Muchas piezas que construyen un gran engranaje en el que todo es posible. ¿La tecnología ha lobotomizado a las personas que viven a través de su móvil? ¿Es una sociedad futura? ¿es una gran broma? ¿un plató de televisión? ¿es real? muchos interrogantes que van surgiendo y que se resuelven a medida que lo hace su protagonista. La inteligencia de la propuesta narrativa es evidente y las consecuencias del relato devastadoras.

Sobre todo porque la gran metáfora que acaba siendo este capítulo nos resulta muy familiar, muy factible y muy aterradora. Como todo Black Mirror la temática de este episodio concreto nos sitúa en un futuro cercano en el que la tecnología y el showbusiness han evolucionado hasta puntos insoportables. La justicia, virtud cardinal para la excelencia ciudadana, queda supeditada al espectáculo, al entretenimiento como fin último. En la visión apocalíptica que Charlie Brooker expone en White Bear todo es muy grotesco y pertubador. Luego encendemos la otra tele, la de verdad, y vemos distintos programas con personas haciendo escarnio, sentencias públicas y juicios de valor… vemos que la sociedad no ha abandonado los juicios populares en la plaza del pueblo; con la diferencia de que ahora el pueblo es global y la plaza está detrás de un espejo negro.

Escrito por Pablo Vigar

La principal aspiración de Black Mirror es sentarnos frente al espejo del título y mostrarnos nuestro reverso tenebroso, aquel del que el maestro Yoda prevenía al joven Luke en El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980). La serie de Charlie Brooker es tan acertada como terrorífica, en tanto que imagina un uso totalmente factible de la tecnología en un futuro cercano (o directamente en el presente) y pone a la sociedad en jaque ante su dependencia de ellos, llevada al límite, sí, pero a uno del que no estamos tan lejos.

El tercer y último capítulo de la segunda remesa de episodios de la serie británica vuelve a conjugar, como hiciera el capítulo que abrió la serie, The National Anthem, el poder de las redes sociales con una trama de carácter político. Se titula The Waldo Moment, en alusión a un oso de dibujos animados (al que presta voz un cómico fracasado) que realiza una entrevista a un político y ve disparada su popularidad. A través de su personaje virtual, el cómico se convierte en la voz del pueblo, expresando su descontento con nuestros representantes, -en la que es una situación fácilmente extrapolable a la gran mayoría de países ahora mismo- consiguiendo erigirse en líder de masas. Las mentes publicitarias detrás de Waldo ven en lo que está ocurriendo una oportunidad de oro para la cadena, y llegan a presentar al dibujo animado a las elecciones. La sociedad, de comportamiento tan autómata y predecible como la que permitía al Hari Seldon de Fundación (Isaac Asimov, 1951) vaticinar su futuro en base a su proceder, hace lo que se espera de ella y eleva a Waldo a los altares del paganismo, ante la atónita mirada de la clase política y el conflicto interno del cómico, que descubre horrorizado que ha creado a un monstruo.

Las últimas escenas, camufladas entre los créditos, van más allá, en términos distópicos, de cualquier otra cosa que hayamos visto en Black Mirror. Con ecos a la novela de George Orwell 1984, comprobamos que Waldo se ha convertido en un Gran Hermano a escala global. Un panorama desalentador, en el que atisbamos a ver que la policía actúa como fuerza represora, de nuevo nada lejos de nuestro presente. Y es que aunque pueda parecer la más fantasiosa de todas las piezas del espejo tenebroso, lo cierto es que para la sociedad que ha convertido el Harlem Shake en el último fenómeno virtual y social, Waldo es tan sólo el siguiente paso lógico.

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