Este interés por la nueva comedia en televisión que tenemos en Magnolia desde hace tiempo viene de lejos. De hecho, ya sabemos que no es tan nueva (algunas series se estrenaron hace más de una década) y que la etiqueta de “comedia” es algo vaga. Pocos son capaces de reírse realmente ante la vergüenza ajena de The Office, y el propio Ricky Gervais ha pasado a crear productos en los que, lejos de mofarse de blancos fáciles como el retrasado Derek, los alza en un monumento a la bondad y la inocencia. Luego está el pesimismo más existencial de Louie, o el trabajo de campo que Larry David hace sobre las convenciones sociales y las reglas en las relaciones interpersonales en Curb Your Enthusiasm.
Ni siquiera es un estudio sobre el género en la televisión, pues tenemos que relacionar series y programas con varios puñados de películas con las que los trasvases de actores, productores y autores hacen que la barrera entre los medios sea, como mínimo, algo sobre lo que reflexionar. Por no hablar de la gran cantidad de cómicos y videoaficionados (concepto caduco donde los haya) que llenan páginas web con productos que beben, homenajean o destrozan toda creación y que, en algunos casos, dan el salto a canales más cercanos al establishment.
Que sea un fenómeno longevo, cuyos tentáculos llegan a los rincones más lejanos, no quiere decir que no sea relevante en este preciso momento: es la recomposición de un género, algo que lleva tiempo, y muchos pasos en falso. Hace unos días, sin ir más lejos, The Hollywood Reporter hablaba de la crisis de la comedia en abierto. La sitcom, ese buque insignia de la televisión más comercial (la del share, los ratings, los demográficos, la del público más generalista), no pasa por su mejor momento, y sus contados casos de éxito (Modern Family y The Big Bang Theory) están poniendo de los nervios a las networks. ¿Por qué funcionan las viejas fórmulas para atraer a la audiencia?
Mientras sus números caen en picado, la cantidad de espectadores que eligen cadenas de cable con series menos acartonadas ha ido tendiendo al alza temporada a temporada. La mayor amenaza para las sitcom de siempre ha sido, durante los últimos diez años, la cadena de cable premium Showtime, que ha explotado y experimentado con un formato híbrido y alejado de la sencillez de las comedias en abierto, multi-cámara y centradas en un puñado de decorados para jugar a la situación y el enredo.
La dramedia de Showtime nació allá por 2005, con una serie cuya premisa era tan hilarante como trágica: Weeds era la historia de una mujer viuda de los barrios residenciales que se ganaba la vida con el tráfico de marihuana. No habría sido tan extraño (dentro de los límites de la televisión de cable, claro) si no fuera por el detalle de la duración de sus episodios: la media hora se situaba entre los cuarenta minutos de rigor para los dramas y los veinte minutos sagrados que necesitaban las sit-com para entretener al público.
También resultaba inclasificable formalmente: el uso de una cámara en localizaciones, dejando atrás la teatralidad de las sitcom, y su naturaleza de cartón, junto con el uso más elaborado de la música extradiegética, la ampliación del radio de espacios y personajes y un humor agridulce que echa menos mano del gag puro y duro y más de líneas de diálogo sarcástico y humor negro, todo posicionaba a Weeds en una tierra de nadie entre la comedia de situación y el melodrama televisivo.
El éxito de crítica y público abrió la veda y vinieron más: Californication, United States of Tara, Nurse Jackie y The Big C, todos ellos con argumentos supuestamente revolucionarios (siempre con la provocación como reclamo) y, en su mayoría, protagonizados por fuertes protagonistas femeninas. Compartían un humor parecido (gris, agrio, de origen trágico, frente al humor blanco de las network) y una diferencia de base con la sitcom de toda la vida: la dramedia tiene una línea argumental sólida y fuerte que arrastra y arropa las situaciones cómicas de las series, frente a la ausencia de tal en el género clásico. En la sitcom no hay evolución de personajes, ni cambia el status quo, que se renueva semana a semana, como marco inquebrantable para gags y graciosos malentendidos.
Estas siguen existiendo, tanto en la televisión en abierto, que tampoco está exenta de hibridación (How I Met Your Mother, por ejemplo, está cimentada sobre un argumento concreto con planteamiento, desarrollo y desenlace, pero se empeña en tirar de la naturaleza sitcomiana que niega todo cambio y evolución), como en el cable (las series de Larry David y Louis CK, aunque formalmente son productos más cinematográficos, tienen alma de sitcom). Lo que es innegable es que el público se ha acostumbrado a una serialidad más acentuada, y salvo las contadas excepciones que nombran en el artículo de THR, no se rinden ante las últimas apuestas de las network que un año más han intentado colarles la fórmula de siempre.
Y no es que las dramedias de Showtime sean mejores; de hecho, podríamos decir que normalmente pecan de una gran irregularidad, poca coherencia, y algunas de ellas también tienen miedo al cambio. Le ha pasado a The Big C, serie protagonizada por una Laura Linney muriéndose de cáncer: poca gracia, sentimentalismo y giros de guión tramposos, aunque actualmente está en emisión su última temporada, que se ha producido en un formato de cuatro episodios de una hora. Hasta para eso, la dramedia es un género que busca la reinvención. Quizá porque, como podemos ver con Nurse Jackie, Californication, o las aportaciones de la HBO Hung y Enlightened, tras menos de una década de vida, ya podría estar estancada y en crisis.
La reformulación de la comedia no solo afecta comercialmente a las network, sino creativamente a las nuevas cadenas productoras que, como Showtime con Homeland, Netflix con House of Cards, HBO con Game of Thrones, AMC con The Walking Dead o Sundance Channel con Rectify (la lista es larga) han decidido centrarse en productos serios, de larga duración, que atraen a público y creadores por su prestigio. Resultan una apuesta más segura que experimentar con el humor, algo tan escurridizo y fugaz a lo que, quizá por suerte, solo se atreven los más valientes.
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Una década para empezar a hablar de dramedia me parece quedarse cortos. Creo que la primera vez que leí el término fue acerca de “Doctor en Alaska”.
moonlighting?? 🙂