Anochece, que no es poco
Cuando nos enfrentamos a Antes del anochecer (Before Midnight, 2013) sentimos la sensación de estar a punto de descorchar ese vino añejo reservado para las grandes ocasiones. Los dieciocho años entre Antes del amanecer (Before sunrise) y Antes del anochecer (Before midnight) propician la curiosa circustancia de poder ver en salas el final de una historia de culto, un clásico que ha madurado con el paso del tiempo. La ocasión bien merece un brindis. Si encima la cata es a ciegas, sin ver el trailer, ni informarse de la trama, el placer de su visionado puede resultar mayor.
Venimos acompañando a Jesse (Ethan Hawke) y Céline (Julie Delpy) desde su juventud, de forma intermitente, pero lo suficiente para empatizar con ellos. La trilogía, con su clasicismo formal, se convierte en la historia de amor más trascendente de nuestra contemporaneidad. Esta situación se debe, entre otros factores, a que la paciencia supedita a la rentabilidad, algo excepcional en el actual modelo de Hollywood. Estamos habituados a ver completar trilogías, incluso sagas, en periodos cortos de tiempo con apenas un par de años de margen, sin dejar crecer los personajes o la historia y sin permitir que la película envejezca, que deje su impronta. Se acostumbra a forzar el paso del tiempo haciendo uso de la tecnología digital y de la caracterización de los personajes. Un contexto que hace más disfrutable si cabe el largo periodo de tiempo en el que se desarrolla la “trilogía before”. Convertida en símbolo y referencia de la producción independiente norteamericana.
Jesse y Céline no son los veinteañeros que se conocieron en Viena, ya no viajan solos en tren; ahora tienen cuarenta y tantos y dos gemelas rubias de las que ocuparse en el asiento de atrás. La madurez es cuestión de tiempo y con mas o menos trabas todos acabamos envejeciendo y construyendo nuestra vida sobre lo que fuimos, piedra sobre piedra. Esta película, dieciocho años después, es un momento para comprobarlo. Aunque recordemos el pasado con nostalgia, no podemos volver a ser lo que fuimos, todo cambia. Cuando vemos Antes del anochecer (Before midnight) sabemos que no vamos a encontrar la pasión y la ingenuidad de Antes del amanecer (Before sunrise), ni siquiera el deseo y el riesgo de Antes del atardecer (Before sunset), sospechamos que hemos envejecido y eso de un modo u otro nos pasará factura. Jesse y Céline han evolucionado y nosotros con ellos, entendemos que la noche en Viena fue un sueño de juventud y que este es el momento crucial en el que decidir que hacer con nuestras vidas, optar por el cambio o apostar por lo conseguido. Sabemos que mientras decidimos tendremos eternos paseos, conversaciones y temas a discutir; pero incluso esas charlas ya no son como antes, son más profundas, más intensas, más amargas.
Si en Viena se conocieron y en París se reencontraron, hay muchas razones por las que en Grecia continúa su historia. Estan de vacaciones, punto de inflexión anual, y las situaciones de una -oportunidad de trabajo en Europa- y de otro -necesidad de estar con su otro hijo en EEUU- hacen que el equilibrio conseguido hasta el momento se tambalee. De nuevo las libertades individuales luchan en direcciones opuestas, en definitiva un nuevo ciclo de la dialéctica de pareja. Así las cosas, es interesante ver como nuestros protagonistas resuelven lo que algunos llamarían crisis de pareja y otros simplemente vida en pareja. En este sentido es un acierto incluir como novedad en esta película la intervención de otros personajes, concretamente parejas de distintas edades que dan su punto de vista, enriqueciendo el mensaje y ayudando a dibujar un mapa intergeneracional y poliédrico sobre las relaciones sentimentales.
El amor vuelve a ser presentado como un camino conjunto, un aprendizaje que solo se consigue mediante el diálogo y este es mostrado en inconfundibles planos secuencias. Si la película como decíamos pierde la ingenuidad y fuerza de las anteriores, gana profundidad, sinceridad y trascendencia. La coherencia con la que se desarrolla la trilogía queda confirmada aquí tanto por la madurez en el mensaje como por la integridad en la dirección. Linklater no abandona los largos planos fijos, tampoco los travelling, ni la steady-cam que retrocede a la vez que avanzan los protagonistas.
No sabemos si volveremos a ver a Jesse y Céline, sospechamos que no, pero si dentro de nueve años no aparecen en nuestras pantallas regresaremos inevitablemente a ellos para imaginar en qué lugar del mundo están y haciendo qué. Si se habrán asentado en alguna ciudad concreta o seguirán su itinerancia familar, si habrá crecido la familia o habrán sufrido el nido vacío, si se quieren más que nunca o habrán atravesado nuevas crisis. Pase lo que pase, recordaremos tres momentos que caben en un día: un amanecer, un atardecer y un anochecer. En concreto, gracias a este último instante, recordaremos la terraza, la noche de verano y la luna griega, y nos quedará la certeza de que si existe el amor esto es lo más parecido.