El contexto político e histórico que rodea a la estimulante The act of killing es fundamental para entender la dimensión del documental. El acercamiento a la película no ha de ser sólo en términos cinematográficos y morales, también históricos. Estamos ante una oportunidad única para volver a poner de actualidad uno de los genocidios más numerosos del siglo XX.
En 1965, el llamado “Movimiento 30 de Septiembre” compuesto por mandos medios del ejército de Indonesia, secuestró y asesinó a seis generales derechistas acusados de tramar un golpe de estado contra el presidente Sukarno. La facción del ejército contraria al gobierno y comandada por Suharto, contraatacó acusando a los comunistas de instigar un golpe de estado. En este clima de confusión e inestabilidad política, Suharto se hizo con el poder poniendo fin al gobierno del, hasta entonces, primer presidente de Indonesia. Esta escalada violenta hasta el poder fue apoyada por los EEUU con el propósito de poner fin a la influencia cada vez más creciente del Partido Comunista de Indonesia (PKI) que acercaba al país a la órbita de la República Popular China, de hecho el PKI era el partido comunista más antiguo de Asia y el tercero en importancia tras la URSS y China.
El régimen de Suharto comenzó una transición al denominado “Nuevo Orden”, ilegalizando el PKI, suprimiendo sindicatos independientes, estableciendo fuerte censura de prensa e intentando mejorar relaciones diplomáticas con Occidente. En este proceso comenzó una durísima represión contra los comunistas y simpatizantes, que se extendió sin remedio al resto de disidentes: intelectuales, progresistas y chinos. Una purga bendecida por la CIA, que como se supo décadas después, entregó listas con 5.000 comunistas que depurar. Las estimaciones de muertos van desde los 500.000 hasta más de un millón de indonesios, pero hay que tener en cuenta que en 1965 el PKI tenía casi tres millones de afiliados y que la opacidad del régimen nunca ha dejado investigar los hechos.
Para llevar acabo estas matanzas multitudinarias, Suharto echó mano del ejército, pero sobre todo, de escuadrones de la muerte formados por paramilitares, mercenarios y gánsteres. Gánsteres como Anwar Congo, protagonista de The Act of Killing, que recrea para el director cómo se llevaron acabo esas muertes, en qué lugares concretos y con qué métodos. En un momento del film, el vicepresidente de Indonesia da un discurso ante una organización de jóvenes paramilitares, intentando justificar que su gobierno está libre de este tipo organizaciones violentas, declara que “un gánster es alguien que trabaja fuera del sistema, no para el gobierno”, admitiendo sin querer lo que intenta desmentir y para continuar la incongruencia de su discurso se escuda en la etimología inglesa de la palabra que viene a significar “free-man”.
Este es quizá el enfoque más interesante del documental, desde una perspectiva histórica, obviar el relato de las víctimas y los represaliados y meterse de lleno en el sistema para conocer las opiniones y los puntos de vista de quienes gozan de poder más de cuarenta años después. Los verdugos de entonces, siguen siendo temidos hoy, se pasean como celebrities por las calles, se presentan a elecciones o extorsionan a comerciantes con la misma facilidad, en definitiva, ellos ganaron y ellos escribieron la historia, su historia. Esta apuesta del director por dejar el discurso de la película en manos de los asesinos es un arma de doble filo para los propios protagonistas (aunque no es nueva, por ejemplo, en nuestro país Basilio Martín Patino hizo algo parecido en Queridísimos Verdugos), Anwar Congo y sus colegas tienen la exclusividad del mensaje, pero en la reconstrucción y testimonio de lo ocurrido, la hipocresía de su mensaje, las coartadas en las que se esconden o el sentimiento de culpabilidad, afloran sin que ellos sean conscientes en muchas ocasiones.
Es especialmente relevante una conversación en la que otro gánster se sincera con Anwar Congo: “A veces pienso, si fuera hijo de un comunista y mi padre hubiera sido asesinado. Estaría disgustado, normal. Por ejemplo, si tu hubieras matado a mi padre, estaría disgustado contigo… tu impediste que tuviera educación, me lo pusiste difícil para conseguir un trabajo, incluso para casarme… todo eso necesita arreglarse”. En ese momento, Congo pierde su mirada en el horizonte, asumiendo que las palabras de su compañero están cargadas de razón. Les asalta la empatía con las familias de los miles de muertos, que ellos asesinaron, pero continúa la conversación y no hay arrepentimiento, aunque sean conscientes de la injusticia: “…todo eso necesita arreglarse. ¡Pero no ha habido una disculpa oficial! En realidad, ¿qué tiene de difícil pedir perdón? El gobierno debería pedir perdón, nosotros no. ¿Quiénes somos nosotros? Sería como la medicina, mitigaría todo el dolor. Podríamos perdonarnos los unos a los otros”.
Es una conversación durísima, cargada de matices y sentimientos encontrados. Los propios verdugos, que no se arrepienten de lo que hicieron, quieren resarcir a las víctimas aunque sea con una disculpa, aunque no sea suficiente. Han pasado cuatro décadas y no lo han superado porque las heridas siguen abiertas. El documental, a través de la visión de los represores, deja en evidencia que el silencio y el olvido no ayuda a superar ningún conflicto. Un ejercicio de memoria histórica se revela fundamental, queda patente que es necesario abrir una investigación, depurar responsabilidades, resarcir a las víctimas… Pero nadie quiere dar el paso, los gánsteres se sienten libres de cualquier obligación y el gobierno no quiere poner en entredicho un poder militar fáctico que les sostiene en lo más alto.
El viaje anticatártico de Anwar Congo a lo largo del documental es el viaje que nos destroza a nosotros como espectadores. Observamos atónitos el rostro del mal y descubrimos que es humano; nos preocupa una injusticia de tal calado pero la impotencia se torna en peligroso conformismo. Empatizamos con esos gánsteres, incluso nos reímos con ellos, pero tenemos presente su pensamiento y lo despreciable de sus actos. The Act of Killing es un ejercicio cinematográfico brutal que te remueve por dentro, pero lo más valioso es que trasciende su naturaleza fílmica para convertirse en un ejercicio de historia y de memoria.
Gran documental, lo único es que quizás hubo ciertos momentos en los que eche un poco de menos algo más de contexto histórico para poder situarme más en el conflicto que ocurrió.
Es cierto que más allá de los títulos del principio no contextualizan mucho más, pero la película engancha y dan ganas de informarse después sobre el conflicto y lo que ocurrió y eso puede ser otro éxito de la película.