El médico alemán (Wakolda)

La humanidad como experimento

El estreno de Hannah Arendt (2012) ha vuelto a poner de actualidad las reflexiones de la pensadora de origen judío al respecto, entre otras cuestiones, de la responsabilidad juzgando el holocausto nazi. Un impacto presente en El médico alemán (Lucía Puenzo, 2013), que fabula un episodio del probable exilio de Josef Mengele en Argentina. La película de Margarethe Von Trotta se acercaba al proceso contra Adolf Eichmann en Jerusalén, afrontando estrictamente la controversia que generó el informe sobre la banalidad del mal de la pensadora de origen judío. El resultado quedaba a medio camino de un biopic convencional como de un film sobre su pensamiento, la reflexión del holocausto y la obra de Hannah Arendt. Esta indecisión pasaba factura al resultado final, que falto de sutilezas, pecaba de querer contar demasiado sobre su vida, no logrando fraguar una obra más abstracta ni un acercamiento profundo a su figura.

El médico alemán (Wakolda)

Diferente reto de similares peligros asume el film de Lucía Puenzo, basado en su novela Wakolda, cuya complejidad reside en la revisión histórica que propone, centrada en los diversos estratos de la sociedad argentina a los que afectó la llegada de nazis tras la Segunda Guerra Mundial, en concreto en la localidad de Bariloche, donde todavía niegan o esconden su pasado nazi. Que el rol del llamado ángel de la muerte caiga en manos de un actor como Alex Brendemühl, habituado a poner rostro al mal, nos obliga a recordar anteriores interpretaciones suyas de la entidad del psicópata de Las horas del día (Jaime Rosales, 2003). A diferencia del film de Rosales, introspectivo, de quietud minimalista y sombría cotidianidad, Puenzo alienta una estructura novelizada, construye el personaje desde las capas de su personalidad, entablando relación con la familia del hotel en el que se hospeda. Descuida el misterio de su identidad, sospechado y desvelado sin tapujos, por lo que no nos asomamos a los abismos del monstruo, sino a los que lleva a quienes le rodean.

Al igual que XXY (Lucía Puenzo, 2007), El médico alemán es un film de descubrimientos. Mientras que Mengele experimenta con una niña de fisionomía frágil a la que pretende hacer crecer, ella experimentará y descubrirá su sexualidad, se abrirá a los primeros sentimientos al ritmo que crece su pequeño cuerpo. Ese tránsito de emociones que alteraba a Alex en el contacto físico y emocional mostrando su diferencia, será el de Wakolda, que por su estatura no encaja en el colegio alemán al que asiste e ingenuamente comienza a identificarse con la simbología nazi. Esa relación de amistad tan importante para ella en su despertar adolescente, para Mengele no supone más que otra hoja en su página de notas (de brillante -por terrorífico- estilo), otro diseño de muñecas perfectas. Su curiosidad no es banal, afronta las relaciones humanas como probeta de un fin que nunca llega, un superhombre inalcanzable por una mente corroída en permanente evasión. Una huída de la que buena parte de Sudamérica resultó cómplice -el propio gobierno de Perón lo fue- y cuyos rastros siguen latentes. Por ello, El médico alemán no acaba siendo tanto una película acerca del mal, su fantasma y la abyección que representa, sino sobre las consecuencias reales que sigue dejando tras de sí, que deja a su paso en aquella familia, culminado en un prodigioso clímax final que incide recordando cómo aquel vuelo cambió el paisaje moral de la Argentina de los años cincuenta.

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