El ojo clínico
Gracias a la muestra Hurgando en La herida, realizada en el espacio online Márgenes, hemos tenido la oportunidad de comprobar que el primer largometraje de Fernando Franco, reconocido por su trabajo en el montaje de películas como Blancanieves (Pablo Berger, 2012) o No tengas miedo (Montxo Armendáriz, 2011), no supone ni mucho menos su debut tras las cámaras. Ya sus primeros cortometrajes y ensayos están marcados por un ojo clínico capaz de hablar de relaciones amorosas, enfermedades o muerte (si no a la vez) con la precisión, sobriedad y pulcritud de un cirujano. Mirada que traslada al día a día de Ana, entregada Marian Álvarez, una joven con problemas para socializar que desconoce sufre Trastorno Límite de la Personalidad.
Con la participación en el libreto del dramaturgo Enric Rufas, co-guionista habitual de Jaime Rosales, el profundo material de investigación del que parte la película (su germen se encuentra en la exposición “Miradas al límite”, organizada por el Museo Artium de Vitoria) consigue ser capaz de distanciarse de su objeto de estudio. Y aunque respeta con rigor los síntomas, La herida (2013) no es un film que hable explícitamente sobre dicho trastorno, al contrario, su protagonista nunca llega a saber que está enferma ni recibe atención médica, siendo por consecuencia en su impasible seguimiento donde el vaivén dramático del film ajusta su pulso, se iguala con su paciente asumiendo su punto de vista y desvela lo que hay detrás de una enfermedad a la que no solemos poner nombre ni diagnóstico.
Retomando el concepto del ojo clínico, propio también de la labor del montador, dispuesta a revelar una y otra vez el momento exacto en el que cortar un plano o enlazarlo con el siguiente, la postura de Fernando Franco tras las cámaras resulta ejemplar e inquebrantable. Desde su presentación hasta la última escena, el rostro de Marian Álvarez es nuestro único aliado, si acaso los espectadores somos el suyo. En este recorrido sin escapatoria, de pletóricos planos secuencia, no queda resquicio para el tremendismo ni lo edulcorado, por lo que incomodará a los que esperen mayores giros narrativos como a quienes necesiten algún apoyo o recurso emocional que les reconforte. No los hay. Ana no los tiene. Salvo un breve instante (en imagen), que con su sonrisa posterga momentáneamente el sufrimiento, simbolizado desde el propio título. Las autolesiones que Ana se inflige, ya sea quemándose con cigarrillos o rajando su piel, la ruptura con su pareja que no ha superado, la falta de relación con sus padres -incluido el probable el trauma de su separación- y la sensación de abandono hasta dar lugar a esa herida abierta en la que finalmente se ha convertido su vida. Si la principal tarea del film, como parece, tenía la dificultad de retratar una compleja patología consiguiendo que salga a luz con intachable veracidad, La herida sin duda logra cerrarla con la magnitud precisa.