Dicen que el futuro del ser humano es el posthumano. Que la implantación global y microscópica de la tecnología nos convertirá de un plumazo en criaturas distintas a las que han poblado la Tierra en los últimos 100.000 años. Google Glasses, realidad aumentada, smartphones, coches…
¿De un plumazo? ¿Nos convertirá?
Si miro a 5 centímetros de mi vida caigo en la cuenta de que me convertí hace mucho tiempo y de que conducir fue la primera experiencia posthumana que viví.
Cuando te colocas al volante de un coche dejas de ser un hombre; dejas de ser solo un hombre. La ilusión de la genética aumentada deja de ser ilusión y la genética deja de ser genética. Cada kilómetro que no podrás recorrer a pie es un kilómetro que crepita en tu cerebro como un chute electromagnético; cada kilómetro por hora que no podrías alcanzar a pie es un desfibrilador ventricular; y cada milímetro de la carrocería es tu nieva piel metálica. Tu nueva carne.
No conduces el coche; eres el coche.
Cuando te sientas al volante de un coche eres más lo que eras; eres -al fin- un hombre libre, eres un hombre-máquina, eres un hombre mejor. Porque cuando te sientas al volante de un coche tienes el control. Lo que no sabes es que la ilusión del control nunca deja de ser una ilusión, porque el control no es un deseo, es una necesidad. Quién sí lo sabía era el Ah-Pook de William Burroughs: hasta el instrumento más férreo de control vive controlado por su propia necesidad de tener el control.
El conductor de Nicolas Winding Refn no tiene nombre, pero tiene la mirada controlada de Ryan Gosling. El conductor no tiene nombre, pero tiene unos guantes de conducir y tiene un reloj y tiene el control. Tiene la necesidad del control para mantener la mirada de Ryan Gosling.
Pero el control es una ilusión y se pierde con poca cosa, con casi nada. Con una vuelta a la esfera del reloj, con una palabra, con unos ojos en un ascensor, con un beso. El control es una levísima pompa de jabón que flota sujeta entre suspiros y que estalla silenciosa dejando apenas unos restos húmedos; un olor y un reflejo y un parpadeo. Y entonces no te queda más remedio que dejar de ser el conductor y ser Ryan Gosling. No te queda más remedio que renunciar al control y renunciar a la nueva carne y renunciar al hombre-máquina.
No te queda más remedio que pisar a fondo el acelerador y volver a ser un ser humano. ¿Estás seguro de que te gusta conducir?
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