El martillo y el neón
En 2011, Nicolas Winding Refn (NWR) dirigió Drive; su primera producción en Estados Unidos era un film de acción difícilmente clasificable con una poderosa atmósfera ochentera, cargado de violencia y con un Ryan Gosling pletórico; le valió el premio a mejor director en el Festival de Cannes y la confirmación internacional como un autor a seguir. Quince años antes de este momento, un jovencísimo NWR se enfrentó a un dilema que marcaría su carrera: entrar en la prestigiosa escuela de cine danesa o grabar su primera película de forma independiente, tenía el dinero justo para elegir una opción y en 1996 estrenó Pusher, una producción underground con actores aficionados y ambientada en la Copenhague marginal. No sabemos que habría pasado si el danés hubiera optado por la opción más conservadora, pero su temeridad valió la pena, Pusher es un borrador formal y temático del resto de su obra, marca su etapa danesa y a la postre sería el inicio de una trilogía esencial.
Aunque su filmografía está repleta de escenarios y personajes excluidos, Winding Refn es hijo de buena familia, nació en Dinamarca, creció en Nueva York y volvió a Copenhague en su mayoría de edad. Su padre era director de cine y creció en un ambiente cinéfilo y liberal, tal y como cuenta en el documental sobre su figura NWR (Laurent Duroche, 2012) con unos padres post-hippies, que adoraban la Nouvelle Vague, no podía escandalizarles con la música, el sexo o las drogas… sin embargo encontró en los films de terror y el exploitation una forma de rebeldía. Cuenta con películas como 1997: Rescate en Nueva York (1981) de John Carpenter o La matanza de Texas (1974, Tobe Hooper) como referentes que jerarquizaron sus inquietudes cinematográficas. Su filmografía transita lugares ajenos a su experiencia como el tráfico de drogas (trilogía Pusher), la cárcel (Bronson) o los bajos fondos (Drive, Solo Dios perdona) sin embargo todas sus películas tienen un denominador común: la violencia.
La violencia para NWR no es un elemento más en las películas que dirige, es el hilo conductor y supedita su estilo formal al uso de las misma. En su etapa danesa, marcada por Pusher, la violencia era la expresión de los personajes como respuesta a situaciones límites y la forma de mostrarla de NWR era explícita y realista. Las palizas, las torturas y las agresiones de esta primera etapa carecen de cualquier filtro estético, son tan crudas como la mente humana es capaz de aguantar. Si bien es cierto que en esta progresiva representación de la violencia que ha hecho el danés, también hay evolución. En su etapa internacional, cuando rueda en Reino Unido Bronson (2008) y llega su éxito con Drive y Solo Dios perdona, las escenas más duras se estilizan. Se cuida más de alternar la explicitación con la sugerencia, no muestra todo y cuando lo hace, no es tan descarnado como antes, aunque el cráneo del ascensor de Drive o el ojo de Solo dios perdona nos intente convencer de lo contrario.
Con todo, sobre sus temáticas y su gusto por la violencia lo que hace de NWR un director tan reivindicable es el dominio de la forma. Es un elemento que ha ido perfeccionado desde su ópera prima y que es apreciable en las dos últimas entregas de Pusher, antes de salir al mercado internacional dónde el dominio audiovisual ya es evidente. En este sentido, hay dos objetos que resumen bien su cine: el martillo y el neón. El martillo como símbolo de una violencia cercana, cuerpo a cuerpo, brutal y poco efectiva; el martillo es un objeto cotidiano que por su contundencia resulta aterrador en una pelea, es muy desagradable matar a una persona de un martillazo, y se necesita más de un golpe para llevar a cabo la tarea. Es el objeto que quieres utilizar cuando huyes de una muerte elegante, rápida o limpia. Es el objeto que utiliza el protagonista de Pusher 3 porque lo tiene a mano en su arrebato violento y heroinómano y en la misma línea hace lo propio el protagonista de Drive.
En otras ocasiones vemos que los personajes utilizan bates de beisbol, mobiliario o cualquier objeto contundente que tengan a mano… cuando no los propios puños, que a menudo se utilizan como auténticos martillos, con la misma contundencia y ensañamiento.
Y si NWR ejecuta con el martillo, el dueño de la forma ambienta con el neón. En sus películas la luz roja lo inunda todo en diversas situaciones y lugares sirve con distintos propósitos pero siempre ilumina al protagonista introvertido, aparentemente reflexivo, individualista y marginado. Los prostíbulos y pubs de Pusher, la celda de aislamiento de Bronson, los sueños premonitorios de Valhalla Rising o las visiones metafóricas de Solo Dios perdona. El neón rojo es la luz del mal, de lo prohibido o de lo incorrecto. Es la luz de Nicolas Winding Refn.
El director danés ha construido en nueve películas una filmografía coherente con su estilo, un autor que se debe a la forma y a la representación de la violencia. Filmó en Dinamarca, en una primera década irregular, varias películas que le abrieron puertas y compuso una trilogía de gran valor casi por obligación –Pusher 2 y 3 fueron un encargo para salvar su precaria situación económica-; gracias a su producción británica Bronson (2008) y a la vuelta a Dinamarca por la puerta grande con Valhalla Rising (2009), se convirtió en un autor de prestigio y Drive (2011) le catapultó en Cannes y le dio fama internacional, a pesar de ser la película menos fiel con su trayectoria, es cierto que alcanza su máximo exponente formal. Ahora con Solo dios perdona (2013) recupera los aspectos más elementales de su filmografía continuando la senda narrativa que había iniciado antes de su paréntesis estadounidense. De Copenhague a Bangkok, de Mads Mikkelsen a Ryan Gosling, de Pusher a Solo Dios perdona, NWR se erige como uno de los cineastas más estimulantes y coherentes del panorama cinematográfico.