Regenerando Doctor Who

Regenerating Who: las múltiples vidas de un serial televisivo

En 2005, el Doctor volvió a la vida con un nuevo rostro, bajo un nuevo formato y con una nueva “temporada 1”, pero que venía a continuar la historia ofrecida por la serie clásica a lo largo de sus veinticinco temporadas. Evidentemente, a lo largo de las cuatro décadas previas hubo sobradas ocasiones para variar, evolucionar o simplemente modular el tono de la serie: podría argumentarse que el paso de Douglas Adams por los guiones en los años setenta tuvo rasgos distintivos tan marcados como luego tendrían Russell T. Davies o Steven Moffat. Pero como el paso del tiempo viene a homogeneizar la mirada, podrían trazarse hoy dos grandes líneas en la historia de Doctor Who: la que separa la época clásica de la “etapa Davies”, y la frontera entre esta y la actual, capitaneada por Moffat.

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La primera gran remodelación (obviando, por su condición de proyecto abortado, el telefilm/piloto fallido de Paul McGann) trajo consigo la desaparición de uno de los condicionantes tradicionales de la serie: la estructuración en historias compuestas por varios capítulos (habitualmente entre cuatro y seis) de 25 minutos de duración. En consonancia con las tendencias del serial televisivo actual, la etapa de Russell T. Davies rompió con la mencionada estructura, para hacer temporadas de menos episodios (trece en lugar de los 25 o 26 habituales), pero más largos, alcanzando los 45 minutos de duración. Es un cambio con el que la serie clásica ya había coqueteado en su vigésimo segunda temporada, pero que rápidamente desechó, y que sin embargo en la moderna encarnación (¿o deberíamos decir regeneración?) de la cabecera se ha asentado de manera natural. Pero este cambio, en apariencia superficial, supone una diferencia profunda entre la “serie nueva” y la clásica. El ritmo varía sensiblemente. Los tiempos muertos se reducen (también acorde con la narración catódica contemporánea) y la cinética se impone. Aún a riesgo de caer en la herejía frente a los aficionados, cabe comparar la nueva dinámica de Doctor Who con la que J. J. Abrams ha impuesto al nuevo Star Trek frente a la serie clásica: ahora es la trama el verdadero motor de las historias, en lugar de los personajes. Lo cual no significa que estos queden desdibujados, o que no se les preste la debida atención; si por algo destaca Russell T. Davies frente a Moffat, es por la capacidad de dotar de una tridimensionalidad absoluta no solo al Doctor y sus acompañantes, sino también a muchos de los secundarios más anecdóticos. Y aunque el propio Moffat no nos haya regalado personajes como Harriet Jones (Prime Minister), Mickey Smith o Jackie Tyler, también ha creado un buen puñado de tramas, traumas y taras alrededor de un núcleo reducido pero fascinante de individuos.

Las historias, tanto en Davies como en Moffat, son o bien autoconclusivas, o bien divididas en dos episodios (con Moffat menos proclive a esta última forma, si bien la ha empleado de manera muy puntual en las temporadas 5 y 6); y aparece un “arco de temporada” que ofrece un hilo de unión entre los trece capítulos. El modo de abordar ese arco es también radicalmente distinto entre ambos showrunners: Davies se dedicaba a sembrar los episodios con crípticas referencias al tema que centraría el final de temporada, pero centradas normalmente alrededor de una palabra, expresión o concepto (Bad Wolf, Torchwood, las abejas) cuyo significado solo se revela en el último episodio. Es solo por reiteración que el espectador empieza a darse cuenta de que dicho concepto tiene especial relevancia, y en ocasiones no se hace evidente esa reiteración hasta bien entrada la temporada. Por el contrario, Moffat plantea un enigma de modo claro (la grieta, la muerte del Doctor o el misterio de Oswin) en cada “season opener”, y el televidente sabe desde el primer momento hacia dónde debe moverse la temporada, si bien los meandros serán numerosos, inesperados y en ocasiones magníficamente inconexos.

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Hay quien achaca a Moffat también una pérdida del “sentido de la maravilla” presente en las temporadas comandadas por Davies. Quizá es algo que se puede achacar a este modo de concebir las temporadas; por todo lo anteriormente comentado, las respuestas en la era Davies llegaban cuando apenas éramos conscientes aún de que existía una pregunta. No importaba tanto la solución al misterio como el descubrir que durante todo ese tiempo había un misterio en el que no habíamos reparado. Por el contrario, Moffat ofrece, entre la pregunta y la respuesta, una docena de episodios para reflexionar, teorizar y tratar de descifrar el enigma. La reacción que provoca el primero es, por tanto, más visceral, mientras que el segundo será por fuerza más intelectual. No se trata de una escala de brillantez, sino de una cuestión del corazón frente a la cabeza.

Y al borde ya del 50 aniversario, toca mencionar uno de los elementos clave que separan la serie clásica de la nueva: la Guerra del Tiempo. Creada por Davies como un acontecimiento traumático sucedido en algún momento indeterminado entre el octavo y el noveno Doctor, la guerra se fue convirtiendo, ya desde los primeros compases de la temporada protagonizada por Christopher Eccleston, en la elipsis por excelencia en la mitología de Doctor Who: un suceso que habría acabado con la orgullosa raza de los Señores del Tiempo, y con sus principales enemigos, los Daleks. La guerra ofrecía a Davies la posibilidad de añadir capas de negación, culpa y sufrimiento al Doctor y, a la vez, un magnífico asidero para dar unas coordenadas morales a la serie, por medio de un personaje protagonista que se negaría a emplear armas, y que trataría de solucionarlo todo mediante el diálogo (¿o la palabrería?), en un intento desesperado de dominar su propio lado oscuro. Era una herramienta que separaba irremediablemente este nuevo “Who” del antiguo, convirtiendo al Doctor en el último de su raza, reduciendo casi a la nada las apariciones de otros Señores del Tiempo y de Gallifrey, su planeta natal (cuya presencia en la etapa clásica era frecuente), y redefiniendo de facto toda la mitología de la serie.

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Y, sin embargo, apenas a unos días de celebrar el medio siglo de vida de la serie, parece que dicha mitología tendrá que volver a redefinirse. Todo apunta a que la elipsis dejará de ser tal, y a que vamos a presenciar el final de la Guerra del Tiempo o, cuando menos, a conocer al fin con detalle las circunstancias que llevaron a su desenlace. Es posible, por tanto (y deseable) que, tras el inminente The Day of the Doctor, el personaje y la serie por fin puedan pasar página de un capítulo fundamental de su vida. Eso podría significar un retorno a las raíces clásicas (¿es posible que regresen los Time Lords y Gallifrey como una presencia habitual en la serie?) o, por el contrario, una nueva huida hacia adelante en este perpetuum mobile que se ha definido durante cinco décadas precisamente por la capacidad de reinventarse. Lo que sí está claro es que tras el conjunto formado por The Name…, The Night… y The Day of the Doctor, nada volverá a ser lo mismo, si es que alguna vez lo fue. Lo que traiga el futuro más allá del 23 de noviembre… bueno, solo el Tiempo lo dirá.

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