«Si las cosas fueran como yo quisiera, todos los idiotas que andan diciendo “Feliz Navidad” acabarían hervidos con una rama de acebo clavada en el corazón».
Cuento de Navidad (Disney’s A Christmas Carol, 2009).
Hace unos días me visitó el fantasma del pasado. Era yo explicándole a mi profesora de piano que no ansiaba tener hijos ni marido, sino que subsistiría en soledad con mis adorables perros galopando por mi edén. Esto, encadenado a mi obstinación por interpretar El funeral de la muñeca de Tchaikovsky, en el concierto de Navidad, tuvo como consecuencia que mi institutriz optara por hablar con mi madre, para explicarle que divisaba algo negro en mi interior, pero que no estaba todo perdido porque yo amaba la Navidad y los animales. El fantasma del presente se pregunta cómo se tomará mi profesora que, a día de hoy, ya ni siquiera los perros estén en mis planes y que padezca un profundo odio hacia esa festividad. Podría rellenar horas y horas con el detestable espíritu navideño, pero el fantasma del futuro me aconseja que evite los linchamientos públicos y amordace mi opinión sobre esta secta, cuya única doctrina es la felicidad por cojones.
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No considero que necesite mucho más para disfrutar de estas fiestas: una escopeta, un buen villancico, objetivos a los que abatir y un poco de puntería o de suerte –y no me juzguéis porque, lo reconozcáis o no, es algo que todos habéis querido hacer en alguna ocasión–. Un cuento de Navidad de Charles Dickens es el clásico navideño que se ha llevado a la gran pantalla más de una vez, y lo más alarmante es que todavía nadie se ha molestado en rectificar el final. Guardaba cierta esperanza en Cuento de Navidad de Robert Zemeckis –tal vez la adaptación más angustiosa–, pero el viejo Scrooged, chantajeado emocionalmente por tres fantasmas, termina como en todas: idolatrando la Navidad. Los fantasmas atacan al jefe (Scrooged, 1988) es la versión que más aprecio, pero ni siquiera Bill Murray consigue que termine de visionarla –prefiero detenerla en el minuto setenta y ocho, justo antes de que se desvanezca el fantasma del futuro, y así el protagonista nunca se enamore de la Navidad. Un simple caprichito para evitar sentirme como Sheldon Cooper al ver El Grinch (2000): decepcionada–.
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El 31 de Diciembre de 2010, uno de los propósitos de Garry Marshall, para el nuevo año, fue hacer una película en la que consiguiera reunir a Zac Efron, Robert De Niro, Jessica Parker, Bon Jovi, Halle berry y Ashton Kutcher y–por suerte o por desgracia– lo cumplió. El 31 de Diciembre de 2011 ya podíamos disfrutar de Noche fin de año (New Year’s Eve, 2011) –y digo disfrutar porque en ella deslumbra la sonrisa de Josh Duhamel–. El espíritu navideño es quien empuja a innumerables individuos –aparentemente inocentes– a admirar este tipo de películas. Ese espíritu, que se ha estado contoneando por todos los rincones de la ciudad, es como la fe: se tiene o no se tiene, aunque a veces te acechen las dudas. Yo solo he tropezado en la vacilación una vez: contemplando Elf (2003). Esta historia tiene la capacidad de ser fascinante sin necesidad de sentir devoción por la Navidad, y esto acontece gracias al gracejo de Will Ferrel, quien interpreta a un pueril elfo de un metro noventa, con pantys color mostaza y una dieta poco equilibrada, cuya entrega a Papá Noel es infinita. Junto a él, Zooey Deschanel, James Caan y Peter Dinklagehacen de ella un simpático clásico navideño. –Eso sí, no te dejes engañar y cuando suenen villancicos, no olvides obstaculizar tus oídos porque «para contagiar el espíritu navideño, solo hace falta cantar y hacerlo bien alto»–.
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Resulta cuanto menos irónico. La Navidad es una fiesta en la que plantamos un pino/abeto en el salón y lo adornamos con bolas brillantes y espumillón; una fiesta que nos convierte en optimistas; una fiesta cuyo cometido es fortalecer y unir a la familia, hacernos más felices, solidarios y mejores personas. Sin embrago, el señor simpático, gordito y con barba suave –o eso nos han contado–, alrededor del cual gira todo este festejo, parece ser lo antagónico a todo esto. Los Hermanos Coen nos presentan Bad Santa (2003), una oscura historia navideña con diálogos vulgares y escenas deliciosamente grotescas. Ya es hora de que el mundo descubra quien es realmente Papá Noel: «Un Santa Claus que come, bebe, caga y folla».
Nota: Papá Noel también sufre la crisis y no se las apaña nada mal.
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No busquéis un por qué, ni no os empeñéis en salvar mi alma y convencerme de lo maravillosa que es toda esta época del año. El cauce de nuestra existencia es complicado y, aunque ahora os resulte imposible, en vuestro camino tropezaréis con seres aun más despreciables que una persona que no aprecia la Navidad.
«El Grinch odiaba la Navidad y su ambiente festivo, más no preguntéis por qué; nadie conoce el motivo. Quizás su cabeza estuviera mal encajada; quizás su zapato le apretara en una uña hincada, pero creo que la razón más probable de su mal humor, es que el corazón que tenía era dos tallas menor».
El Grinch (2000)