Sesión Doble: Brigada criminal + A tiro limpio

Policíaco clásico español

En un periodo que comprende desde comienzos de los años cincuenta hasta la llegada de la fiebre por el spaghetti western que despierta Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1964), se rodaron en nuestro país un gran número de thrillers que tenían en sus primeras muestras al noir americano como espejo, para posteriormente abrazar también las tendencias provenientes de Francia. En la mayoría se enaltecía el trabajo de los cuerpos de seguridad del estado, dejando claro al español medio que competentes defensores de la ley velaban por ellos. A los sutiles subtextos que la censura permitía meter entre líneas, se sumaba una ambientación urbana, generalmente alrededor del desarrollo industrial de Madrid y sobretodo Barcelona, y una búsqueda de realismo casi documental. Los rodajes dejaban el estudio para retratar la calle (esos extras curiosos mirando a cámara, un lugar común en estas películas) y es que el neorrealismo y posteriormente la nouvelle vague iban a cambiar la forma de hacer cine en Europa.

En cada temática que abordó el género en esos años se pueden encontrar ejemplos interesantes. Como policiacos puros encontramos la estupenda Apartado de correos 1001 (Julio Salvador, 1950,), Relato policiaco (Antonio Isasi-Isasmendi, 1954), El cerco (Miguel Iglesias, 1955), Pena de muerte (Josep María Forn, 1962), Los atracadores (Francisco Rovira Beleta, 1962) o Los agentes del quinto grupo (Ricardo Gascón, 1955). También intrigas más intimistas como Nunca es demasiado tarde (Julio Coll, 1956), Mercado prohibido (Javier Setó, 1952) o la muy francesa No dispares contra mi (José María Nunes, 1961). Un vaso de whisky (Julio Coll, 1958) y Senda torcida (Antonio Santillán, 1963) guardan más similitudes con el cine negro americano de los cuarenta. Algunas se centran en robos y atracos varios como Distrito quinto (Julio Coll, 1958) o A sangre fría (Juan Bosch, 1959), que no está basada en la novela de Capote. Merece la pena nombrar asimismo El pasado te acusa (Lionello De Felice, 1958), inspirada en Diez negritos con bastantes aciertos.

A nivel técnico, se puede resaltar a Julio Coll como un realizador especializado en el género, a Ignacio F. Iquino en aspectos de producción (además de ponerse tras la cámara en varias ocasiones, como en nuestra primera película de la Sesión Doble de este mes) o Antonio Isasi-Isasmendi, director y guionista de diversos policiacos. Como todo género prolífico, se generó una especie de star system artístico, con nombres tan reconocibles como Arturo Fernández, Carlos Larrañaga, Luis Induni, Manuel Gas, Isabel de Castro o el protagonista de las dos películas de las que vamos a hablar, José Suarez. En la primera de ellas, Brigada criminal (Iquino, 1950) es un recién llegado al cuerpo de policía. Cambiando totalmente de registro, en A tiro limpio (Francisco Pérez-Dolz, 1963) interpreta a un ratero que busca el golpe que le saque de la miseria, otro de los temas recurrentes en estas producciones. Dos muestras de una corriente que ha quedado demasiado olvidada en esta revisión que se viene haciendo desde hace un tiempo del cine de género español.

Brigada criminal

– “Matar es un placer demasiado escandaloso”

Alfonso Estela, Brigada criminal

Ignacio Farrés Iquino (1910-1994), de profesión, estajanovista del cine. Así describía al personaje El País cuando se conoció que el prolífico director y productor (sobre el centenar de películas, un puñado de ellas perdidas) había fallecido. Todo un artesano del medio, uno de tantos que sostenía las paredes de papel de lo que pudo considerarse una industria, sobretodo en su vertiente catalana. Con la inteligencia de posicionarse a merced del viento, tanto político como de las modas que se sucedían en el séptimo arte, en su filmografía encontramos biopics sobre folclóricas, spaghetti westerns, cintas de euro espías y destape, mucho destape en su última época. Los títulos hablan por si solos: Quiéreme con música (1957), 07 con el 2 delante (1966), Cinco pistolas de Texas (1966), Aborto criminal (1973), Los violadores del amanecer (1978) o Secta siniestra (1982).

En 1950 produce y dirige Brigada criminal, una de sus cintas más reconocidas, y una de las precursoras del thriller rodado aquí. Tras unos créditos que loan la labor de la policía española, le sigue una voz en off que parece sacada del No-Do y que no presagia nada bueno. Afortunadamente, enseguida se deja atrás y con marcado acento documental se nos van contando los primeros pasos de un agente novato, interpretado por José Suarez. Desde el principio sorprende la querencia de Iquino por los planos inclinados y los contrapicados, quizás abusando de estos recursos, pero que le otorgan a la película un aire de modernidad realmente interesante.

Brigada criminal

Deudora del cine negro de la década anterior, no falta el malo con aspecto de gangster mafioso que dirige sus planes desde una serrería de madera. Hay flashbacks, hay infiltración del héroe en la banda de criminales… viéndola, se viene a la mente La brigada suicida (Anthony Mann, 1947), aquella estupenda obra protagonizada por Dennis O’Keefe. Con el mismo interés de mostrar el trabajo de los agentes de forma realista, la de Iquino resiste dignamente la comparación, a pesar de que hacia el final volvamos a padecer la voz en off que casi se carga el desenlace. En un intento de restar gravedad a los hechos que hemos presenciado, la coda final parece sacada de un tebeo de Bruguera y se hace totalmente innecesaria. A pesar de esto, y de algún momento falto de ritmo, nos queda una recomendable muestra de género policiaco que sirvió de guía para obras posteriores.

A tiro limpio

– “Ya sabes que no me importa nada. No me importa nadie”

Maria Asquerino, A tiro limpio

Para llegar a dirigir una película en España en la época de la que hablamos se debían quemar varias etapas dentro de las distintas labores cinematográficas. Así es como Francisco Pérez-Dolz (Madrid, 1922) llega a ayudante de dirección, puesto en el que vio frenada un poco su progresión hacia la silla del director. Con cargo de ayudante, y director de segunda unidad en ocasiones, interviene en producciones como Los corsarios del Caribe de Eugenio Martín, el eurowestern Tierra brutal de Michael Carreras o en esa otra aportación al policiaco de la productora Balcazar que fue El cerco, de Miguel Iglesias. A tiro limpio es la primera y más brillante muestra de una exigua carrera como realizador, que se completa con una invisible comedia (El mujeriego) y la aparición en los créditos como co-director del péplum Gedeón y Sansón junto a Marcello Baldi, seguramente más por cuestiones de sindicatos que por un trabajo efectivo, aunque no puedo asegurarlo.

Para la mayoría de fuentes, los hechos de A tiro limpio están inspirados en las vidas de dos maquis de la posguerra, anarquistas que cometían asaltos y robos contra las instituciones del estado en la ciudad condal. Bien porque solo sea eso, una inspiración, o porque la censura no dejara rastro de ello en el libreto, en la película no se hace ninguna mención al asunto, quedando para el espectador una historia de atracos en la mejor tradición del polar francés. Menos influencia encontramos del cine negro americano, en decadencia por esos años hasta el resurgir del thriller en la siguiente década.  Así pues, la historia gira en torno a los preparativos y puesta en acción de varios robos por parte de un cuarteto en el que no faltan las tensiones internas, las luchas por liderar la banda y los intentos del entorno familiar de llevar por el buen camino a la oveja descarriada.

A tiro limpio

Ya desde el comienzo, con esa larga secuencia grabada desde el interior de un coche que nos mete de lleno en harina, queda claro por dónde irán los tiros. Pérez-Dolz muestra especial gusto por el ambiente casi documental, muy urbano y a ras de acera durante todo el metraje. La película tiene momentos muy conseguidos y planificados de forma brillante, como la preparación del atraco que vemos en picado, pasando por la visita a una morgue de la madre que despide al hijo (con un magnífico uso del blanco y negro), hasta el estupendo desenlace en la estación del metro. Impecable técnicamente, seca y concisa en su tono, sin piedad en el retrato de los protagonistas, si en la película de Iquino seguíamos los hechos desde el punto de vista de la ley, aquí se nos pone al otro lado. Queda claro que los malos son muy malos, y es que no se podían retratar de otra manera en esa época. Dos ejemplos, uno primerizo y otro tardío, de una corriente que dejó producciones muy distintas de la imagen del cine español que se tiene de esa época.

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