Her

Her es Jonze y sus circunstancias

«Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo»

José Ortega y Gasset

La atrevida paráfrasis del título de esta crítica recupera la idea del filósofo Ortega y Gasset, aparecida por primera vez en Meditaciones del Quijote (1914), que se aplica perfectamente a una película y a un director que sólo puede entenderse en relación con el mundo, con su mundo. Spike Jonze es un creador polifacético de personalidad esquiva, llevó la contracultura del skate al mainstream a través de publicaciones como Dirt o Big Brother, junto a Michel Gondry, Chris Cunningham y otros revolucionó el videoclip, creador del fenómeno Jackass y, además, un referente de tendencias de moda; con todo, él se define como “un tío que hace cosas”. Entre esas cosas, lleva quince años haciendo cine con una marcada personalidad, cuatro largometrajes, un mediometraje y varios cortometrajes que lo posicionan como un autor de referencia.

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Su última película, Her, es la historia de amor entre un hombre y un sistema operativo en un futuro a la vuelta de la esquina, un film que transciende su propia naturaleza distópica para centrarse en las relaciones humanas. Es común en la filmografía de Spike Jonze que se sirva de elementos o personajes irreales o imposibles para tratar temas comunes. En Donde viven los monstruos (2009) adaptó el libro homónimo de Maurice Sendak reconstruyendo una idea sobre la infancia y los miedos filtrados a través de la aventura y los monstruos. Después, realizó un mediometraje, I’m not there (2010), dónde contaba la historia de dos robots que se enamoran. Y ahora, Her. Un mundo de monstruos, de robots o futurista; en todos el entorno determina y condiciona el tema central de la obra ya sea esta la infancia, el amor o las relaciones humanas.

Pese a la importancia que en Her tiene el contexto, en concreto el mundo digital, sería un error reducirlo a eso, no es una película de ciencia-ficción o al menos no solo eso. El propio cartel del film es una declaración de intenciones que despeja los equívocos, debajo del rostro de Joaquin Phoenix y el título del film, hay un subtítulo: “A Spike Jonze love story” (“una historia de amor de Spike Jonze”). Por mucho que el planteamiento tecnológico de la película nos transporte a un futuro cercano e incómodo y esta idea tenga un peso evidente, Her no deja de ser una historia de amor, marcado por Jonze -y sus circunstancias-, pero una historia de amor al fin y al cabo. Esta idea, esta apuesta inamovible por la historia, es el hecho diferencial con otra ficción aparentemente cercana como es Black Mirror, la serie de televisión de Charlie Brooker. En la aclamada serie británica se muestra un mundo futuro, y también cercano, marcado por la tecnología y nuestra relación con ellas, pequeñas ficciones de una hora de duración que difieren en el tono pero que transmiten el malestar del mundo moderno. El futuro digital y apocalíptico de Brooker difiere con la idea que plantea Spike Jonze en Her, que puede resultar igualmente incómoda pero que prefiere representar el futuro de una forma más tradicional con el fin último de indagar en el estado de las relaciones humanas, relegando, de esta forma, la tecnología a un segundo plano.

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La excelsa interpretación del personaje de Theodore que construye Joaquin Phoenix es la constante que recorre el film uniendo cada uno de los elementos para hacer que encajen. La cercanía y vulnerabilidad que transmite su personaje permite que pronto empaticemos con él y encontremos próximo el aséptico mundo que transita. Un mundo sutil pensado con detalle por Jonze: inequívocamente futurista pero agradablemente cercano, con una atmósfera hipster -en el buen sentido de la palabra-, de moda futurista y cíclica, todo ello filmado con una limpia y desaturada fotografía y ambientado por la música de Arcade Fire. Muchos, y muy buenos, elementos que se acumulan para elevar lo verdaderamente importante, la historia de amor entre Theodore y Samantha, la relación entre un escritor con el corazón roto y un sistema operativo con una inteligencia hambrienta e ilimitada. Una relación que nace, crece, se alimenta y… como todas las relaciones, vive sus ciclos hegelianos. Una relación tan real como los sentimientos que produce, que se puede escuchar pero no se puede ver ni tocar, pero ¿acaso el amor se puede ver y tocar?

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