Dentro de la colección Cineastas, en el sello Signo e Imagen de la editorial Cátedra, salió a la venta el pasado septiembre el último libro publicado por el escritor, crítico e historiador cinematográfico Joaquín Vallet (Valencia, 1978). Este está dedicado a la figura del realizador inglés especializado en cine fantástico Terence Fisher. No es el primer libro del autor en esta misma colección, ya que en 2010 firmó el que trataba la obra de Joseph Losey.
Asimismo, Vallet también está detrás de Diccionario de películas. El cine de terror (T&B, 2012) y ha colaborado en varios libros colectivos como Los mundos perdidos de Willis O’Brien (FantCast, 2013), John Carpenter. Ultimátum a la Tierra (Macnulti, 2013) o Cine XXI. Directores y direcciones (Cátedra, 2013). Por si fuera poco, el escritor es un habitual en los libretos de ediciones de dvd, como las películas de la RKO que se están recuperando desde hace un tiempo o la colección Los imprescindibles. Además, ha colaborado con revistas como Scifiworld (cuyo reportaje sobre la serie de películas Inner Sanctum Mysteries protagonizadas por Lon Chaney Jr. es de lectura obligada) o Versión original. Salta a la vista su predilección por el género, que además de un conocimiento profundo del cine clásico inglés le hacían la persona adecuada para escribir el primer libro dedicado al director más importante de la productora Hammer en lengua española.
Tras los agradecimientos, el primer apartado del libro lleva por título Terence Fisher, autor y es una defensa, con la coartada de ejemplos de los propios films del cineasta, de la valía del director como algo más que un artesano de un género tradicionalmente minusvalorado por la crítica. Un estudioso de la psicología de sus personajes que centraba su atención en las relaciones entre ellos, casi siempre con el telón de fondo de la represión y el sexo tan propio de la moral victoriana, por encima de un marco fantástico que sirve de desencadenante a esta pulsiones. Tras este, el capítulo Actividades previas nos sitúa en el contexto del cine británico de la época en la que Fisher daba sus primeros pasos, un tiempo marcado por la precariedad propia a los años de entreguerras y posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Desde sus inicios como chico de la claqueta en los estudios Lime Grove, pasando por sus trabajos como montador (oficio que desempeñaría durante bastantes años, y definitivo para entender sus posteriores obras) en películas como La mujer bandido (Leslie Arliss, 1945), hasta desembocar en la primera oportunidad de sentarse en la silla del director.
A partir de aquí, el autor hace un recorrido pormenorizado analizando la filmografía completa de Fisher, la que ha optado por dividir en cuatro grandes bloques. El primero de ellos es En busca de Frankenstein (1948-1957), y el más jugoso para el aficionado experto del director, porque trata de la etapa previa y poco reseñada a su éxito masivo que empezaría con La maldición de Frankenstein (1957). Desde sus primeros y modestos films auspiciados por unas prácticas cinematográficas, pasando por sus colaboraciones para la productora Gainsborough hasta sus primeros pasos en la Hammer antes del reconocimiento posterior. Vallet reivindica una serie de películas poco vistas, en las que se pueden reconocer rasgos primerizos que el director desarrollaría tiempo después de forma plena, aunque casi siempre restringido a unos presupuestos modestísimos que dejaban poco margen para el talento. The astonished heart (1950), Extraño suceso (1950), Chantaje criminal (1952), Murder by proxy (1954) y sobretodo, Four sided triangle (1953), sería lo más destacable de esta época.
La revolución de la Hammer (1957-1962) repasa el periodo de mayor esplendor del director y por extensión de la compañía, a pesar de que los proyectos fallidos estuvieran presentes, como se nos cuenta de El perro de Baskerville (1959). El autor destaca lo extraordinario del salto cualitativo de Fisher en La maldición de Frankenstein y Drácula (ambas comentadas en la columna Sesión Doble de este mes) comparado a sus trabajos previos, que si bien más o menos interesantes, no hacían presagiar la reinvención del cine de terror que el director estaba llevando a cabo. Se reivindica asimismo en este periodo a la olvidada The man who could cheat death (1959). También se destaca la importancia de una serie de miembros del equipo técnico de los estudios, fundamentales a la hora de entender el trabajo del realizador, desde el músico James Bernard al decorador Bernard Robinson, pasando por el director de fotografía Jack Asher.
Vallet subdivide cada etapa en pequeños apartados, agrupaciones de películas ya sea por temáticas comunes, momentos de realización o trabajos para alguna compañía ajena a la casa del martillo. Sus análisis de las cintas varían en extensión y profundidad según la valía que considera que tiene cada una, y la lectura gana en comprensión y aprovechamiento si se va alternando la lectura con el visionado de las películas analizadas o este se tiene reciente . En La Hammer y otros destinos (1962-1968) queda patente que las aportaciones de Fisher para otras productoras casi nunca alcanzaban el nivel de calidad de las que firmaba para los Carreras. El collar de la muerte (1962), Night of the big heat (1967)…no pasan de correctas pero impersonales muestras de género, que rodadas fuera de la confortabilidad de los estudios Bray, que conocía como su propia casa, no resisten la comparación con obras mayores como La Gorgona (1964) o Drácula, príncipe de las tinieblas (1966).
El último bloque es Depuración formal (1968-1973), que se inicia exponiendo los cambios que se estaban llevando a cabo en el género, con estrenos como La noche de los muertos vivientes (1968, George A. Romero) o La semilla del diablo (1968, Roman Polanski), con un horror más cercano y real, y que se confirmaría en los años posteriores como el fin del terror gótico y la decadencia y muerte de la Hammer. A pesar de ello, Fisher aún dejaría varias obras que se encuentran entre lo mejor de su producción, como The devil rides out (1968), El cerebro de Frankenstein (1969) o su despedida del cine: Frankenstein y el monstruo del infierno (1974). En los últimos años sus trabajos cada vez se espacian más, acuciado por un accidente de tráfico que le merma mucho físicamente. Además, varios de sus estrechos colaboradores ya no trabajan para el estudio, y ni siquiera él se libra de las presiones de los productores, como la famosa escena de la violación de Peter Cushing a Veronica Carlson en la penúltima película sobre Frankenstein. El rechazo de los actores y el director no impidió que la secuencia se montara en la cinta.
Finalizan el trabajo una indispensable filmografía, donde además de los trabajos del Fisher director tenemos los del montador, así como una bibliografía donde es fácil comprobar lo huérfana que ha estado su figura dentro de la retrospectiva, no solo en español, ya que en su lengua materna tampoco abundan los estudios hasta la última década, donde parece que por fin se le empieza a valorar más allá del género al que glosó casi toda su carrera. Terence Fisher es una obra indispensable para el aficionado al fantástico, ineludible para el seguidor de la Hammer y el terror gótico en general, y muy interesante para el cinéfilo que aún no haya descubierto la carrera del director inglés.