No fue hasta cercano el último tramo de la inquietante, extrañamente poética y liberadora Uranes (2013) -si no el mejor, probablemente el #littlesecretfilm más estimulante hasta la fecha- cuando conecté profundamente con las intenciones de Chema García Ibarra, cuyos dos anteriores y premiados cortometrajes (El ataque de los robots de Nebulosa-5 y Protopartículas), imponían una excesiva distancia y rigor extraterrestre, que encontré despejados escuchando cantar al protagonista de Uranes mientras conducía, olvidando por un segundo todo lo que (no) había sucedido en el metraje. Con Misterio (2012), cortometraje que ha recorrido algunos de los festivales más importantes del mundo, la sensación es de plenitud, de perfeccionar un estilo redondo, todavía más irónico, cruel y absurdo, pero al mismo tiempo ofreciendo un candor inaudito a sus personajes, el que la vida no les ofrece en sus rutinas, fe y misterios. Nota: El pase del cortometraje Misterio fue durante el segundo día, pero su comentario ha sido trasladado a la presente crónica por cuestiones de espacio.
El miércoles nuestra atención se encontraba en las más de cuatro horas de duración de Norte, The End of History (Lav Díaz, 2013), con ambiciones de convertirse en un tratado sobre el estado de la sociedad filipina. No en vano, siguiendo el hilo lanzado los días anteriores del festival, arranca entre amigos en una cafetería, con una larga conversación sobre el fracaso de la ideología y los problemas políticos del país, una Filipina de la que muerte y fascismo emergen a diario en la población, encarnados durante el film en el personaje de Joaquín, abogado y criminal, culpable y doliente. Precisamente, el dolor interior que surge de su rostro al sentarse en las escaleras tras matar, al levantarse tras mancharse de sangre, provoca que en esa reflexión, en esa calma solo interrumpida por sollozos y llantos, la magnética interpretación de Archie Alemania de sentido a todo lo que la imponente puesta en escena de Lav Díaz detenidamente va dando forma. Las exigencias narrativas que su metraje impone, acaban siendo solventadas en sus gigantescamente solitarias escenas íntimas, no tanto en la redención (imposible) de sus dos historias, dos filipinas, Norte y Sur, unidas ambas por dos secuencias fantasmagóricas en las que la cámara (literalmente) vuela, configurando un paisaje moral único, aún abierto y amenazante, que en contraste con las amplias, coloridas y casi tridimensionales panorámicas, recompensan los tiempos muertos su narración.
Pese a la ausencia de subtítulos en español de las proyecciones de la retrospectiva, lo que evidentemente dificulta una asistencia numerosa, la selección de la Cinemateca Portuguesa está siendo uno de los grandes aciertos de la presente edición del Festival IBAFF, descubriendo auténticos tesoros audiovisuales de una cinematografía y un país tan cercanos que tendemos a obviar, pero que con la pujanza de nuevos directores como Miguel Gomes o Pedro Costa está despertando una gran atención. Comprobar su memoria, y más en este periodo de incertidumbre para la propia institución, constata la notable salud cinematográfica de la que ha gozado el país vecino. Con Silvestre (João César Monteiro, 1981) el reto es decimonónico, conjugar la representación teatral con la transmisión popular de diversas leyendas portuguesas. Su mecanismo podría recordarnos al que en ocasiones ha desplegado Carlos Saura, por establecer una conexión de inquietudes coetáneas, fundiendo teatro y cine con pintura, representación y puesta en escena, en un montaje que ofrece exteriores auténticos como decorados y falsos fondos, dando forma a un fascinante cuento onírico, una fábula sin moraleja, una aventura sin batalla, un villano sin brazo ni amada. De nuevo, una actriz se apodera de la película, y no es otra que una jovencísima y adolescente Maria de Medeiros, cuyo rostro e interpretación -en un doble papel masculino y femenino- acaba adquiriendo tintes casi metafísicos.