¿Habrá paz para los malvados?
La teoría de la pistola de Chejov afirma que si en el primer acto de una obra de teatro aparece un arma de fuego, en el último alguien acabará disparándola. El hecho de mostrar un objeto tan determinante acaba ejerciendo una especie de atracción magnética hacia la fatalidad.
El universo de la cineasta Claire Denis no es ajeno a esta teoría, pero sus personajes tienen tantas aristas y caras oscuras que acaba siendo difícil adivinar cuál de ellos (y también por qué razones) empuñará el objeto de la muerte. Del título de su última película, Los canallas (Les Saudads, 2013) ya se intuye que en su visión de la realidad no existen los héroes místicos ni la ayuda desinteresada. La directora francesa crea una atmósfera tan lacónica y enigmática como su protagonista, un capitán de barco (Vincent Lidon) que deja su trabajo tras el suicidio de un amigo y compañero de negocios cuya hija se comporta de forma extraña y parece haber sufrido abusos sexuales.
Los canallas escapa a la categorización de thriller en forma de puzzle donde los acontecimientos van encajando hasta que la visión final del conjunto se nos presenta lógica y coherente. La película de Denis es más bien un fresco a medio pintar, donde sus personajes aparecen de espaldas y en penumbra, escondiendo sus motivaciones y poniendo en tela de juicio la naturaleza generosa del ser humano. Lidon es el personaje que camina en equilibrio entre la justicia de los poderosos y la suya propia, como un detective sin red que sabe lo que quiere pero no tiene claro si realmente quiere llegar a saberlo. La maraña de abusos y perversión sexual está aquí retratada en el seno de una sociedad avanzada en la que una mujer casi adolescente camina desnuda por las calles de París sin que nadie parezca darse cuenta de que ese comportamiento no entra dentro de la normalidad. El investigador esporádico se las tendrá que ver con un polémico magnate cuyas peores fechorías no son las que salen en los periódicos.
Denis plantea una visión inquietante y a la vez pesimista de la naturaleza humana, donde las imagenes, silencios, miradas, sombras y sobre todo acciones acompañan a la perfección a su argumento. El hecho de que no se permita la entrada de un solo rayo de luz no significa que lo que se muestra en pantalla sea totalmente opaco; hay ritmo, tensión y belleza en el relato de la traición y el desamparo. Y también música. Los sintetizadores de Tindersticks ayudan a completar con genialidad toda la atmósfera con una estilizada banda sonora en la que destaca una curiosa versión de la canción Put your love in me, del grupo inglés de los setenta Hot Chocolate.