Si hasta ahora algo ha transmitido el cine de Wes Anderson es que mantiene una estrecha y personal relación con la música. Su proceso de selección y montaje resulta vital al construir sus historias, bandas legendarias como The Kinks o The Rolling Stones ya forman parte de sus películas, dando la sensación de que las canciones son tan importantes como los diálogos para adentrarnos en su personajes, nos revelan lo que no se puede contar, o lo que solamente la música es capaz de lograr. Para ello, invitamos a grupos de música como Aurora, La Habitación Roja y Nine Stories, junto a colaboradores y firmas invitadas, seleccionamos una playlist de su cine: Sintonizando a Wes Anderson.
Por Javier Bolívar (Aurora)
Mi elección no podía ser otra que de Academía Rushmore (1998), la primera película de Wes Anderson que vi y, sin duda, mi favorita. He elegido la famosa secuencia en la que conocemos a su protagonista mientras se va haciendo un repaso de todas las actividades extracurriculares en las que participa. La música cobra aquí una especial relevancia porque logra hacernos entrar en el universo particular de Max Fischer. Making Time de The Creation sirve como perfecto complemento a esas imágenes de un joven Jason Schwartzman mirando a cámara mientras aparece como fundador del club de Tiro al Plato, presidente del club de Caligrafía o representante de Rusia en el club de las Naciones Unidas. Quizá sea el espíritu de rebeldía y optimismo de la canción, o el sonido crujiente de la guitarra combinado con la estética de colegio privado norteamericano lo que logra hacernos empatizar con él en su búsqueda por encontrar un lugar en el mundo.
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Por Andrés Galán
Existen momentos eternos. No sabemos si el ralentí pertenece a uno de esos recursos que el cine toma prestado de la vida o, por el contrario, ralentizamos el mundo porque estamos dotados de una imaginación visual heredada de la sintaxis fílmica. Puede que Wes Anderson haya contribuido a popularizar esta forma de observar la vida. Una forma que estiliza el tiempo y los espacios. Esta poetización es propia del Richie Tenembaum al que da vida el otro de los Wilson (Luke). Richie desarrolla dicha visión cuando observa a su hermana adoptiva Margot bajando del autobús. El tema musical elegido por Anderson no es otro que el famoso These Days, interpretado por la modelo y cantante alemana Nico. Una secuencia preciosa en la que el mundo se detiene y hasta los marineros de puerto caminan a paso de ópera. Secuencia de aires mágicos. Explosión del tiempo. Anderson en estado puro.
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Por Pau Roca (La Habitación Roja)
Wes Anderson me flipa. De una manera muy personal, cada vez que veo una de sus películas conecto de una forma tan exacta que sé que seríamos grandes amigos. Maneja referentes muy cercanos a los míos. Cuando vi The Royal Tenenbaums (2001) no me podía creer que alguien pusiera casi todas mis canciones favoritas en una película. Si salieran “Pink Frost” de The Chills y “Cattle and cane” de The Go Betweens hubieran estado todas. Ahora está en la cuerda floja y visto con perspicacia por la gente que “sabe” o cree saber. Suele pasar cuando llega el éxito a gente que busca belleza en su propuesta y no realismo sucio. En ese sentido mucha gente le busca los defectos (como a Haruki Murakami o a Paul Auster) y se los encuentra, es fácil con la actitud adecuada. Ellos se lo pierden. Cierto es que roza el efectismo y la sensiblería, pero creo que ahí reside el genio de Wes, lo roza, pero nunca lo toca. Es estético hasta el delirio sin ser nunca esteta y consigue una gran sensibilidad sin ser nunca ñoño. Creo que, además, la vida es igual de absurda, cruel y bonita que en sus películas. Y sus toques mágicos a mi me producen una sensación muy realista.
He elegido esta escena casi al azar. No me puedo quedar con una exclusivamente, me gusta mucho la película, me gustan mucho todas sus películas, son un canto a la diferencia, a la belleza y dramatismo de esta vida que nos toca vivir. Se podría decir que es un videoclip. Trata un tema muy delicado sin evitar crudeza, pero sin evitarla y con cierto sentido estético (sus típicos bodegones en plano cenital) y con bastante humor pero sin llegar a frivolizar. Además trata de un suicidio en un baño con la magistral canción de Elliott Smith Needle in the hay que, trágicamente, haría lo propio dos años después. Él con éxito.
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Por Antonio M. Arenas
El Belafonte no es una nave espacial, aunque en ocasiones lo parezca y emprenda su particular odisea espacial bajo el agua en busca de venganza. El músico brasileño Seu Jorge tampoco era actor, pero versionó con exquisito gusto una selección de temas de David Bowie para la BSO, saltando a la pantalla con su guitarra para además formar parte imprescindible de la tripulación. A través de sus delicados interludios musicales, Wes Anderson otorga la saudade necesaria a Life Aquatic (2004), cuyo mayor viaje al centro de la tierra o a las profundidades del océano acaba siendo al corazón de uno mismo, el de su protagonista, un Steve Zissou en busca de todo lo que ha perdido. Pelé en esta secuencia casi mejor habría preferido encontrarse igual de perdido que el protagonista de Space Oddity, cuya versión interpreta Seu Jorge en el film justo antes de dar inicio uno de los tramos más delirantes. La planificación de Wes en sencilla, rompe la simetría y da muestra de su capacidad construyendo la puesta en escena, juega con el segundo plano, aparece una escalera, una cara de extrañeza y una canción interrumpida. Al abordaje marca ACME.
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Por Jonay Armas (La Butaca Azul, Bandcamp)
Basta una escena para constatar la poderosa relación de amor que vive Wes Anderson con la música de archivo. El cineasta abusa de ella al no encontrar un elemento narrativo que se acople mejor a su particular manera de entender el cine: una canción aparece de súbito y entonces se ilumina la historia de un personaje que hasta entonces permanecía oculta. En Life Aquatic (2004), Steve Zissou recibe la noticia del fallecimiento de su antigua pareja, totalmente ausente de la película. ¿Cómo remarcar los sentimientos del personaje principal frente a la ausencia de alguien a quien no hemos visto? Surge Life on Mars, de David Bowie, apoderándose del plano sonoro. El actor huye de la fiesta del barco en el que se encuentra y un extenso travelling lateral le persigue hasta la proa. Enciende un cigarro y su mirada se pierde en el mar. La música aumenta su intensidad y la imagen se ralentiza. En unos segundos, Life on Mars ha sido capaz de ilustrar el pasado de un personaje, la otra película que se esconde tras la que estamos viendo, una que podría tener como escena final la que contemplamos ahora. Steve Zissou vuelve a la fiesta y se excusa ante su interlocutor: “Lo siento mucho, me has cogido con un pie fuera de la realidad hoy”. Probablemente Wes Anderson diría lo mismo.
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Por Nacho Ruiz (Nine Stories)
De fondo, el ruido de una ducha. Jack Whitman, con bigote y albornoz, busca en su iPod una canción. Empieza a sonar el acordeón de Where Do You Go To (My Lovely)? A los pocos segundos, la para. Ya vestido (traje gris, camisa negra abrochada hasta el penúltimo botón), Jack espera en silencio hasta que llaman a la puerta. Antes de abrir, le da al play de su iPod, conectado a un altavoz blanco. Abre la puerta de la habitación del hotel parisino en el que está alojado y se topa con su ¿ex? novia. No conocemos el nombre del personaje, pero sí la actriz: Natalie Portman. Con pelo muy corto, abrigo gris y palillo en la boca, pregunta qué música suena. Jack se encoje de hombros.
La historia sobre la chica pobre que se introduce en la jet-set y que viaja a St. Moritz y la Costa Azul y que convirtió en éxito Peter Sardsted a finales de los años 60 sirve de banda sonora al extraño encuentro entre dos amantes en París. No sabemos nada de ellos, pero sí que no se encuentran demasiado bien y no sólo por los moratones que decoran el cuerpo desnudo de Natalie Portman. “Si follamos mañana me sentiré como una mierda”, dice ella. “Por mí está bien”, contesta él.
Vuelve a sonar la canción y, a cámara lenta (claro), la pareja sale al balcón a contemplar la vista de los tejados de París desde el Hotel Chevalier, ubicado en la Avenida Kléber de la capital francesa. Escuchamos la voz de Peter Sardstedt. ¿De dónde es este hombre? De una región de la India llamada… Darjeeling.
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Por Taimar Alves
A través de las calles de una ciudad India, Bill Murray, ataviado con un sombrero gris, ve como su vida corre peligro en cada giro. En el asiento delantero, el taxista esquiva con calma bicicletas, motocicletas, otros coches, peatones y hasta animales. Las prisas de cualquier ejecutivo contrastadas en un entorno que se toma la vida con calma. Una vez llegados a la estación de trenes podemos ver como el tren de nuestro protagonista ya ha comenzado a marchar, y este, cargado una gran maleta en cada mano corre desesperado por alcanzarlo. La cámara entonces enfoca el nombre del tren, el título de la película. Estos instantes iniciales son aquellos en los que el espectador absorbe toda la información con especial avidez, deseando conocer a los personajes, definirlos, y sobre todo deseando saber qué camino seguirá la historia. ¿Conseguirá alcanzar Bill el tren como pretende? ¿Lo perderá y la película tratará sobre cómo cambia este hecho su destino? Lo primero parece lo lógico puesto que el tren da título al film.
Mientras le vemos correr aparece a su lado, también corriendo, Peter Whitman (Adrien Brody). Cambia la perspectiva, suenan The Kinks y la cámara se centra en Peter, que a cámara lenta consigue alcanzar el tren en marcha (todo luce más a cámara lenta). Una vez subido, Peter mira a Murray, que derrotado ya deja de correr y desaparece de la película para siempre, jamás llega ni a tener nombre. Si hay algo que hace que Wes Anderson sea especial es que no quiere seguir los caminos marcados. Sigue su propia senda, pero sin embargo, es capaz de hacerlo consiguiendo que el espectador pueda seguirle con naturalidad, con facilidad. Wes pone un mimo único a la manera en que te cuenta las cosas y esta secuencia inicial de The Daarjeling Limited (2007) es un ejemplo perfecto de cómo juega hábilmente con la atención del espectador mientras va desgranando lo que cuenta.
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Por Martín Cuesta (Cinemaadhoc)
En un autor tan obsesionado por la puesta en escena como Wes Anderson nada queda para la casualidad en los elementos que forman parte de sus planos. Aquí, verbigracia, tenemos una playa, un antiguo tocadiscos y a Suzy (Querido Suzy: ¿cuándo?) y a Sam (Querido Sam: ¿dónde?), una conveniente bruma que atañe al lugar donde guardamos nuestros recuerdos más preciados (allí, en el más recóndito rincón de nuestra memoria) y la voz de Françoise Hardy que, entonando Le temps de l’amour, juega a explorar, entre la sensualidad y la inocencia… o mejor, en la inocencia que subyace en toda sensualidad, ese extraño periodo al que llamamos adolescencia y en el que pensábamos que el dolor del primer amor estaría siempre con nosotros como ese estuche de lápices de colores o el álbum de cromos que por primera vez conseguimos rellenar. Quien crea que Anderson es ese tipo demasiado abstraído por el plano formal de su obra para dotar de auténtica emoción a sus imágenes es que ha pasado poco tiempo en esta playa, dejándose mecer, como las suaves olas que apenas rozan la arena, por la cálida voz de la cantante parisina.
Por cierto que apenas un año después, en el mismo cine de Cannes, la voz de Hardy volvería a enmarcar otro relato sobre la edad del despertar con playa y aprendizaje también en la coctelera… pero lo de Jeune et jolie es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
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