Mañana será libre
El ingenioso juego de palabras derivado de aquel lema de vida de El Lute que sirvió de título al debut en la dirección de Paco León, del que se desprende ahora una continuación, experimenta en esta ocasión un cambio que no deja lugar a inseguridades: si hace dos años Carmina o revienta vino precisamente a tratar de modificar el rumbo del enorme barco de la distribución y exhibición patrias, componiendo por el camino una historia del extrarradio, la que nos ocupa llega para afianzar tendencias, sentando de nuevo cátedra en ambos frentes.
Más cinematográfica en conjunto que la anterior, Carmina y amén reemplaza el, por otra parte irrecuperable, factor sorpresa de aquella en pos de un guion magníficamente pertrechado en el que el humor negro es el auténtico protagonista. El sentimiento autóctono no se ha perdido, mucho más reconocible y veraz que el de ese otro gran éxito nacional que está viviendo/vendiendo el cine español. El popular intérprete, reconvertido en todo un señor director, esquiva tópicos con la misma facilidad que compone personajes que destilan verdad y que manejan la comedia con una facilidad difícil de creer –esa amiga íntima de doña Sofía, recuperada de la primera parte, o el caso de Yolanda Ramos–. Y no sólo eso, sino que logra que el espectador se sienta incapaz de adivinar dónde acaba el guion y dónde comienza la improvisación.
La figura de Carmina ya es un icono nacional. No lo es por milagros de la promoción, ni por romper todos los récords de recaudación –que quién sabe si lo hará–. Lo es porque allí donde se difuminan los límites entre realidad documental y ficción aparece ella. Carmina Barrios, una señora y actriz portentosa, cuya presencia inunda la pantalla y cuya lengua casi bífida lanza dardos a todos y a todas, a la enorme diana que es España y sus españoles. La leyenda de Carmina ya está impresa. Y a tenor de una secuencia que coloca a ambas en el mismo espacio, ahora le toca a María León -que por cierto está especialmente bien en esta- recoger el testigo.