Una grieta en el espejo
El plano secuencia de casi 25 minutos que da inicio al debut en la dirección de Carlos Marqués-Marcet supone toda una declaración de las intenciones del barcelonés. Colocando al espectador en la órbita vital de la pareja protagonista y recorriendo con ellos el espacio que comparten sin dar opción al corte de cámara, el joven director no hace otra cosa que prepararnos, aunque nosotros aún no lo sepamos, para la ruptura drástica que se va a producir al término inmediato de esta primera secuencia: la emocional, derivada de la separación física que experimentan él y ella, magnífica Natalia Tena y no menos entregado David Verdaguer; y la formal, resultado del cisma que se produce en la imagen, y que a su vez da sentido a toda la propuesta.
De existir un adjetivo que calificase el significado global de la cinta éste sería actual. Terriblemente actual, si se permite la crítica hacia un país en el que la estancia se cobra a un alto precio y el éxodo se disfraza de importación. Con 10.000 km (Carlos Marqués-Marcet, 2014) su director aprovecha la conjetura presente para articular el relato, exprimiendo al máximo las posibilidades de la representación de una relación asentada en diferentes latitudes y longitudes. La tecnología vista y entendida como único medio posibilitador del querer cuando, por más que se quiera, la cercanía se convierte en anhelo, arrastrando con ella –sin ella– todo lo demás. La pantalla del ordenador se transmuta en el otro virtual, vía de contacto primaria para la continuidad de la relación, aprovechando además de forma muy inteligente los recursos tecnológicos de programas, aplicaciones y plataformas de absoluta contemporaneidad que hilan con finura la madeja de la narración a nivel visual y expositivo.
Llegado un momento de la película, la conversación entrecortada por Skype se descubre sintomática del estado de la pareja protagonista, con todos los medios a su alcance pero quizás no dispuestos a seguir comunicando. La distancia más larga termina por oprimir a la más corta, o eso podría parecer. El desenlace no está falto de garra, y quizás no aporte demasiadas pistas que arrojen luz sobre la resolución de la coyuntura, pero, al igual que en un mundo en ruinas, toda redención excesivamente cómoda resultaría impostada. Y esto es, afortunadamente, todo lo que esta película no es.