Música para lo soñado
Las conquistas del binomio formado por Hayao Miyazaki en la dirección y Joe Hisaishi en la composición musical sólo pueden compararse en el cine hecho al otro lado del mundo por el que han formado, también durante décadas, Steven Spielberg y John Williams. Que no es decir poco. Miyazaki, consciente de que sus películas giran en torno a la riqueza de sus planteamientos estéticos, la construcción del guión y también la riqueza del plano sonoro, otorgó una inusual libertad creativa al músico que permitió amplificar las virtudes de lo visual y profundizar en el aspecto emocional de sus historias a través del discurso creado por la banda sonora.
La colaboración empieza con el largo Nausicaä en el valle del viento (1984) y ya no se interrumpirá hasta la anunciada retirada del célebre director tras El viento se levanta (2013). Si bien Hisaishi parece entregado a las modas y costumbres propias del sonido de la época en la década de los ochenta, haciendo uso de sintetizadores y de la electrónica imitando la presencia de una orquesta completa, el tiempo le conducirá progresivamente al uso exclusivo de la orquesta sinfónica clásica como plantilla sobre la que trabajar de manera permanente.
Esa progresión muestra también una hermosa evolución en lo compositivo, donde Hisaishi fue absorbiendo las herramientas que le seducían de los grandes maestros para incorporarlas a su propia voz como músico. Desde las cadencias de Henry Purcell que utilizara de manera evidente en Nausicaä (la referencia a la pieza “Música para el funeral de la Reina María”, de Purcell, es evidente en la pieza titulada “Requiem” concebida para la película) hasta el uso de la fuga perseguido por Bach en algunos pasajes de La princesa Mononoke (basta con prestar atención a los arreglos efectuados para la espectacular versión de la Suite Sinfónica de esta banda sonora). Podría parecer que ocurre lo mismo en El castillo ambulante cuando Hisaishi se acerca a la música vienesa y al vals como tema recurrente, pero en él se escuchan menos los ecos de lo clásico que una propia voz ya indefectiblemente personal. Otro homenaje evidente, que no tiene que ver tampoco con la influencia directa sino más bien con la pura cita, sería la célebre Cabalgata de las valquirias de Wagner adaptada con humor en la partitura de Ponyo en el acantilado. Quizás el punto de inflexión en esa imposición de lo personal se encuentre en Porco Rosso, cuando el compositor se permite introducirse en un sorprendente estilo jazzístico (ese irresistible solo de saxofón), una más de las muestras de madurez que hacen de aquella una película importante.
Las bandas sonoras de Hisaishi concebidas para Studio Ghibli se han apoyado siempre en dos pilares fundamentales: un trabajo de orquestación sublime, minucioso y suntuoso pero también la existencia de un tema central cargado de profundas implicaciones emocionales. Miyazaki parece no haber puesto límites a esa ampulosidad de la música al tratarse de una filosofía que encaja perfectamente con unos planteamientos visuales inequívocamente barrocos. Música e imagen, pues, se dan la mano de una poderosa manera enriqueciendo sus discursos.
La manera de utilizar la orquesta para transmitir la complejidad de los mundos ideados por Miyazaki puede percibirse en la magnitud de los arreglos de trabajos como El castillo ambulante o Ponyo en el acantilado. Grandes sonidos para representar inmensos mundos imaginarios. Pero el cuidado de las melodías principales es igual de sorprendente. ¿Cómo entender estas películas sin la banda sonora como elemento narrativo? En Nausicaä, es la música quien transmite la grandeza de los vuelos. En El viaje de Chihiro, es el piano quien remite poderosamente a la infancia perdida. En Nicky, la aprendiz de bruja, son los instrumentos quienes nos recuerdan que estamos lejos de casa. En Ponyo, es la música la que permite unir las profundidades del océano con el mundo de la superficie. El sonido del bosque en Mononoke lleva impresa la voz de Hisaishi, y sería imposible entender la tensión entre trabajo y familia de la que habla El viento se levanta sin las sucesivas variaciones del conmovedor tema “Journey” concebidas por el músico.
Convendría hablar finalmente de este sublime último trabajo, el que supone también la despedida del gran cineasta. Quizás se trate de uno de los discursos más amargos de la filmografía de Miyazaki, pero también donde mejor puede apreciarse la intensa simbiosis entre compositor y director. El espíritu contenido, abatido por la dimensión de los acontecimientos pero también fascinado por la belleza de lo que ha tocado vivir, parece abrazar a la película y a la banda sonora por igual. En una de sus últimas imágenes, un avión surca las nubes y la tristeza de lo vivido parece disolverse ante la grandeza de aquello que nos sobrevivirá. Sí, sobrevivieron los aeroplanos de Jiro y también las proezas de la joven Nausicaä. No sería descabellado pensar que la música de estas hermosas historias también tendrá siempre un hueco en la memoria de los que hemos llegado a amarla.
Hisashi
Sencillamente Joe Hisaishi nos deja sin palabras con tan bellas melodías y Miyazaki nos hace soñar como niños! Ainss lástima no haberlos conocido mucho antes!?