En un momento concreto de la última parte de Los ilusos (Jonás Trueba, 2013), en el que se habla de la cuestión de la baja natalidad en España, Sofía, el personaje interpretado por Aura Garrido, manifiesta su descontento diciendo que se trata de “un problema de la edad mental de la gente. Somos un país inmaduro, nadie quiere asumir responsabilidades. Nadie quiere crecer”. Esta afirmación, que se puede extrapolar a muchos otros lugares, se aplica de forma coherente a una conversación que Niko, el protagonista de Oh Boy (2012), mantiene con su vecino en uno de los episodios que componen la película del alemán Jan Ole Gerster. En ella, el entrometido vecino le comenta la envidia que siente hacia la relación que mantiene con su novia (desconoce que Niko acaba de terminar con ella un rato antes), porque son jóvenes y probablemente estén pensando en tener hijos. El rostro de Niko refleja entre condescendencia e inseguridad: la posibilidad de que pueda tener un hijo en breve es absolutamente remota.
Estos dos ejemplos podrían servir como muestra de la desidia generalizada propia de la llamada “generación perdida”, surgida como una consecuencia social propia de la posmodernidad, caracterizada por una falta de valores, de intereses, de aspiraciones y de iniciativa, que ha hundido a la gente en una letargia existencial. Jonás Trueba y Jan Ole Gerster son dos directores que, desde parámetros de un cine anterior a ellos, se acercan a una realidad de plena actualidad: esa generación de veinteañeros a punto de entrar en la treintena que tan bien conocen, ya que ellos mismos pertenecen a ella. La elección por tanto de una fotografía en blanco y negro en sus dos películas iría más allá de una decisión puramente estética; aunque no siempre este recurso lleva específicamente una connotación negativa (no hay más que ver la manera más esperanzadora con la que Noah Baumbach trata el mismo tema en Frances Ha), de manera consciente o inconsciente, Trueba y Gerster han comprendido que no tiene sentido reflejar esta situación de forma colorista.
Los ilusos y Oh Boy comparten dos protagonistas, León y Niko, que han perdido el rumbo de sus vidas y que tienen su reflejo en las dos ciudades en las que viven: Madrid y Berlín. Jóvenes sumergidos en el anonimato de las grandes capitales, que se transforman en testigos mudos de sus divagaciones, y les acogen como a extraños que no acaban de hacerse al ritmo de lo que esas urbes les exigen. Al mismo tiempo, las dos ciudades envuelven las relaciones que ambos mantienen con aquellos que les rodean. No son personajes asociales, pero sí presionados por la sociedad, obligados constantemente a responder a las preguntas de qué están haciendo ahora y qué van a hacer después, cuestiones para las que no tienen respuesta. El mundo espera algo de ellos, algo que no pueden ofrecer.
El problema individual
Hay una diferencia sustancial, sin embargo, entre las películas de Trueba y Gerster: en Los ilusos, los personajes, ya desde su mismo título, aún creen, dentro de sus posibilidades, en que pueden llegar a cumplir alguno de sus sueños, o al menos, adaptarlos a sus posibilidades. Forman parte de esa bohemia decadente que caracteriza el espíritu de la cinta. Sin embargo, la perspectiva de Niko en Oh Boy es mucho más abúlica: no sabemos lo que le gusta, ni lo que quiere hacer, ni lo que espera de la vida. Se diría que nada. Un individuo que por su carácter podría resultar muy poco empático, pero en el que se pueden identificar rasgos reconocibles de una pasividad involuntaria común a muchas personas. Ni León ni Niko están aislados de aquello que hay a su alrededor, y saben valorar y disfrutar del arte, la literatura, el teatro… y por supuesto del cine. Sin embargo, padecen un complejo personal, consecuencia de pertenecer a una generación que no llega a ser nunca independiente, ni emocional ni económicamente (Niko por ejemplo vive solo pero a costa del dinero de su padre), esto último escenificado en dos momentos que tienen lugar en cajeros de banco.
Las dos películas giran en torno a la idea del fracaso, desde una poco habitual falta de benevolencia. Más bien, se asume como un efecto colateral de la existencia, y se analizan las distintas maneras de enfrentarse al mismo. Mientras una de las protagonistas de Los ilusos no tiene miedo a declarar de manera rotunda “He fracasado”, León no confiesa que no sabe cuál va a ser su próximo proyecto, al igual que Niko no es capaz de afrontar la verdad y decirle a la gente que ha dejado de estudiar. En este sentido, estamos ante trabajos que reflexionan sobre la valentía y la cobardía como modos de vida. Pero lejos de dar una visión sombría y negativa, ambas tienen un final ambiguo y abierto hacia nuevas posibilidades: en Los ilusos, el nacimiento de un nuevo amor, y en Oh boy, el encuentro con un hombre mayor en el que Niko se ve reflejado y que, quizás, le hace abrir los ojos sobre su situación. Pero esto no son más que suposiciones. Como en la vida, el futuro es una incógnita, y lo único que tenemos es el presente, el cual hay que aprovechar. Por muy gris que pueda parecer.