Jack Bauer, ocho y medio
En el episodio final de la octava y por entonces definitiva temporada de 24, Jack Bauer debía huir de la justicia como en múltiples ocasiones a lo largo de la serie, pero en esta ocasión su marcha se antojaba definitiva y la conclusión no fue menos simbólica. Tras despedirse de la presidenta de los Estados Unidos y de Chloe, la señal de la cámara de vigilancia bajo la que se encontraba era desconectada de la CTU. Simultáneamente al fundido a negro le acompañaba el reloj de la serie, que después de 192 episodios narrados a tiempo real, ahora marcaba una irrefrenable cuenta atrás.
Aquel significativo “shut it down”, ejecutado por la propia Chloe instantes antes de perder su señal bajo un mar de píxeles, supuso el cierre a una de las ficciones post 11-S que más y mejor se adentraron en la psicosis colectiva de la sociedad norteamericana y de sus gobernantes frente a una posible amenaza terrorista. Además de su carácter vanguardista al introducir la multipantalla en la televisión para dar forma a su concepción “en tiempo real”. Podríamos pensar, y seguramente equivocarnos, que bajo la administración Obama su existencia parecía innecesaria, por ello su regreso no responde tanto a la necesidad de reflejar las preocupaciones geopolíticas actuales de los Estados Unidos, sino sencillamente a un intento por tratar de solventar una crisis de audiencia y de programación en la cadena FOX, no resuelta con Touch, fallido proyecto también producido y protagonizado por Kiefer Sutherland, recuperando su otrora exitosa franquicia y dando así rienda suelta a la idea de continuar 24 con una película que nunca terminó de materializarse.
El resultado es 24: Live Another Day, una temporada de duración más corta de lo establecido, con la mitad de episodios, doce, por lo que desde un primer momento no permitía cumplir la máxima de narrar un día a tiempo real, lo que sin pecar tampoco de purismo, no resultaba un impedimento, incluso al contrario, se antojaba como una oportunidad de llevar más allá las virtudes de la propuesta. Pero desafortunadamente, las posibilidades de jugar con los saltos temporales no han estado a la altura de una serie tan convencida (y equivocada) de seguir estando a la vanguardia, como probablemente desconfiada de cambiar la fórmula de cara al espectador (FOX no es HBO), que en su regreso bajo las órdenes de Jon Cassar no ha modificado su estructura ni realización, ni siquiera cuando el tránsito horario se lo obligaba. En cambio, no deja de ser significativo que si despedimos la serie viendo a Jack Bauer a través de una pantalla, su rostro aparezca por primera vez de nuevo siendo monitorizado. Ya no existe la CTU, estamos en la sede de la CIA en Londres, pero el mecanismo por el que traer de vuelta la serie no puede ser más coherente, incluso con su propia estética adueñada de la multipantalla.
Esta temporada ocho-y-media trae de vuelta a Jack Bauer para situarlo frente a su abismo. Por supuesto, no hay pesadillas que le atormenten ni posibilidad de ofrecer vías de escape oníricas al personaje -¿cómo va a soñar Jack Bauer si nunca duerme?-, pero estos días nunca dejaron de ser un thriller introspectivo ligado a su traumático subconsciente y a un pasado que en 24: Live Another Day regresa en toda su dimensión. Aunque sorprenda su don de la oportunidad, la trama presenta una amenaza terrorista en Londres mediante el control de drones en plena polémica al descubrirse la autorización de Obama durante su mandato para utilizarlos como silenciosa arma de guerra, con el paso de los episodios finalmente descubrimos que los conflictos internacionales y el terrorismo no son la base que fundamenta el guión, como podrían serlo en tantas otras temporadas que han hecho hincapié en el miedo y los prejuicios hacia la sociedad árabe, su razón de ser está construida principalmente alrededor de un conjunto de personajes y entidades que de una manera u otra están ligados al propio Jack Bauer, y que por última vez asisten al baile de su muerte y resurrección.
Uno de los grandes puntos de interés de 24: Live Another Day era comprobar cómo volvían a tomar el pulso a la pantalla dividida pasados los años, y aunque la respuesta va en la línea del diseño general de la temporada, de realización prácticamente idéntica a la de anteriores etapas, se atisban detalles en los que detenernos. Lo que en la primera temporada resultaba más bien un recurso llamativo en lugar de uno formalmente apreciable, con el paso de los años y los episodios la multipantalla no sólo se ha convertido en un signo de identidad propio de la serie, utilizado como formidable recurso dramático, sino que por medio de la multiplicidad de imágenes ha instaurado un lenguaje propio dentro del género. En esta ocasión el trabajo con las cámaras personales en plena batalla ofrecía la posibilidad de seguir las operaciones desde un doble punto de vista, además del uso de recursos tecnológicos como los mapas de color, que además de enriquecer las secuencias de acción, las hace pasar a nuestros ojos por secuencias más propias de videojuegos como el Metal Gear Solid.
Acusada en múltiples ocasiones de reaccionaria, 24: Live Another Day parece solventar las acusaciones de aquel artículo publicado en The Guardian en 2006, bastante más sensato que su titular (The depraved heroes of 24 are the Himmlers of Hollywood), en el que Slavoj Zizek señaló algunos de los problemas que debía generarnos como espectadores una ficción de las características de 24. Estos problemas podrían resumirse en dar visibilidad a las torturas, su aparente justificación y la consecuente impunidad ética de sus responsables, acorde con la línea política del gobierno de George W. Bush y Dick Cheney.
No podemos olvidar que dichas torturas en la ficción sucedían de forma prácticamente paralela a las denuncias de la comunidad internacional contra Guantánamo, como tampoco que la propia ficción ya adelantó con su segunda temporada la llegada de un presidente demócrata negro a la Casa Blanca. Es por ello que se hace difícil generalizar sobre una serie que no se ha casado política ni ideológicamente con nadie, incluso en sus últimas temporadas acababa por señalar a ciudadanos norteamericanos y grandes corporaciones en la sombra como un peligro aún mayor que la amenaza terrorista del extranjero. Por ello, nunca dejaremos de agradecer esta vuelta por su extraordionaria capacidad de extrapolar los conflictos internacionales en dosis a tiempo real.
Zizek demandaba que esta clase de torturas y actos debían ser la confirmación de su catástrofre moral como país y como personas, precisamente el estado en el que Jack Bauer se encuentra tras la muerte de su mujer y el daño que causa a todos los que están su alrededor. En eso se precipitaba Zizek y lo vuelve a confirmar Live Another Day. Bauer ha degenerado desde entonces, ya no es un padre de familia frente a las circunstancias, no puede salvarse a sí mismo, como reconoce a Chloe en la escena en imagen. Dejó de ser un héroe, ni siquiera lucha por salvar a su país, la amenaza se produce en el extranjero, sino por salvar lo poco que queda de él en los vínculos personales que le unen a las posibles víctimas. De hecho, la tortura ya no es una opción en busca de pruebas, Jack Bauer responde sin piedad, da otro paso hacia su abismo. Llegada a su conclusión, su derrumbe es tal que simplemente acepta su destino con una irónica sonrisa. Pero aunque el silent clock de los títulos de crédito nos alerte de un desenlace trágico, y en FOX no se hayan pronunciado al respecto de una posible renovación, queda la sensación de que Jack Bauer está condenado para siempre a volver a sufrir el peor día de su vida.