Festival de Locarno 2014 (I): Lucy (Luc Besson), Mula sa Kung Ano ang Noon (Lav Díaz)

It’s just a question of time

Primera crónica desde el Festival de Locarno, y sin querer precipitarnos ya podríamos asegurar que ha valido la pena acudir aunque fuera únicamente por el inesperado y fascinante programa doble que formaron las dos películas de la primera jornada, Lucy (Luc Besson, 2014) y Mula sa Kung Ano ang Noon (From What Is Before, Lav Díaz, 2014), con el tiempo, la historia y el acceso a nuestra memoria colectiva como base sobre la que se fundamentan.

Abogando por un claro espíritu europeísta, al estar dirigida por un popular director francés, pero conscientes también de su enorme capacidad de difusión, su éxito sin paliativos en la taquilla americana lo demuestra, que Lucy (Luc Besson, 2014) fuera la película de inauguración del Festival, proyección en la Piazza Grande incluida, parece un acierto sin ningún género de duda. Lo que igual muchos no podrían esperar es que en lo estrictamente cinematográfico tuviéramos el placer de encontrarnos ante el film de Luc Besson más inspirado en décadas, y probablemente el que mejor asumirá el paso del tiempo, un thriller tecnológico que en absoluto palidece ante las expectativas formadas ni el imponente entorno. Como tampoco lo hizo Lois Patiño, mejor director de Cineastas del Presente el pasado año con Costa da Morte, saludando al público sentado en la gala inaugural a un asiento de distancia de Rutger Hauer, miembro y presidente del jurado de cortometrajes respectivamente. Una escena con la que era imposible no recordar aquello de “yo he visto cosas que vosotros no creeríais…”

Lucy (Luc Besson, 2014)

Lucy (Luc Besson, 2014) – Piazza Grande

Para escribir de Lucy habría que hablar en primer lugar de un Luc Besson en estado de gracia, con todo su sentido de la maravilla puesto al 100% en la construcción de cada plano y en cada decisión de montaje, lo que sabiendo de su gusto por operar tras la cámara en la mayoría de secuencias, nos recuerda que por algo artesanía rima con maestría. Es obvio que la carrera del productor y director francés ha sufrido graves altibajos, pero resulta difícil negar que su olfato comercial siempre ha ido acompañado de ideas visionarias que, más o menos acertadas, han sido tan maltratadas por el paso del tiempo como a nivel de producción fueron signo de su era. En cambio, Lucy, junto a Open Windows (Nacho Vigalondo, 2014) por citar un apropiado ejemplo reciente, sí dispone de los elementos necesarios para aunar ambas facetas, trascender su fecha de producción y convertirse en un hito del género.

Con el planteamiento de una joven descarriada (Scarlett Johansson se suma con solvencia a la lista de heroínas del cine de Besson) cuyo cuerpo absorbe por accidente los componentes de una nueva droga, merced a la que porcentualmente comenzará a desarrollar sus capacidades neuronales, Besson recrea atravesando múltiples secuencias de acción perfectamente coreografiadas su viaje sin retorno a los confines de la humanidad misma. Y aunque esta postura pueda parecer inviable o un contrasentido, la pirotecnia de la acción Eurocorp (por supuesto no falta una disparatada persecución en coche por las calles de París) convive junto a una visión trascendental sobre el lugar del ser humano en el tiempo -que en su inicio en Taiwán recuerda a Koyaanisqatsi (Godfrey Reggioa, 1982)-, fundamentando un film que no deja lugar al prejuicio ni al rechazo. Y es que no estamos ante un placer culpable, lo verdaderamente culpable sería no disfrutarlo.

Como las mejores película de género, Lucy termina por ofrecer más de lo que pide al espectador a cambio. No solo concede un gozoso entretenimiento sin respiro, sino que a gran velocidad se atreve a interpretar al ser humano desde una perspectiva puramente digital, que trasciende a su propio ser. “Dejo de sufrir dolor, de tener miedo”, llega a decir Lucy en pleno proceso evolutivo de su cerebro, cuyo desarrollo va acompañado por el montaje paralelo de una conferencia del mayor experto en evolución neuronal del mundo, un Morgan Freeman cuya presencia sustenta paso a paso el proceso. Si dialogando con su material Vigalondo descomponía en píxeles la imagen digital, Besson introduce la tecnología digital en nuestro mundo y a Lucy en la tecnología para afirmar que la humanidad puede mirar hacia sus límites como especie, pero que ante todo tiene su límite en el tiempo. Todo lo que dejamos en la vida es la huella de nuestra memoria en nuestros más allegados y en nuestros genes, pero cuando un coche pasa demasiado rápido por un lugar, una foto no es capaz de capturarlo. ¿Y si hablamos de una persona? El desafío al espectador queda lanzado y la manera de llevarlo a cabo en su desenlace generará tanto asombro como controversia.

Mula sa Kung Ano ang Noon (From What Is Before, Lav Díaz, 2014)

Mula sa Kung Ano ang Noon (From What Is Before, Lav Díaz, 2014) – Concorso internazionale

Si tras ver Lucy daba la sensación de que los espectadores no tuvieron tiempo ni de sentarse en su asiento, el desfile progresivo hacia la salida de la mitad de los asistentes al pase de prensa era una parte más de la proyección del último filme de Lav Díaz, de más de cinco horas y media de duración. Un hecho que nos recuerda más que nunca que el cine es un acto de resistencia. Pero no de resistencia en términos de esfuerzo físico, sino en el de respeto, curiosidad y educación que van más allá de si acudimos al pase de una película filipina o al último estreno de Marvel. Hábitos que están perdiendo su valor, por los que cada vez en mayor medida ir al cine y hacer acto de presencia se hace fundamental para que la bobina siga girando. En especial ahora que ya no lo hace.

Aunque a distinta escala, las preguntas sobre el tiempo y la memoria también son lo que asiste al filipino Lav Díaz en la monumental Mula sa Kung Ano ang Noon (From What Is Before, Lav Díaz, 2014). De nuevo el tiempo ya no es sólo parte de la temática -la película está ambientada a comienzo de la década de los setenta, antes del golpe de estado del dictador Marcos- sino también de la forma debido a su dilatada extensión y concepción formal. Habituado a largas duraciones con las que distanciarse de la narrativa convencional para respirar y encontrar sus propios hallazgos, no puede sino entenderse como lógica la decisión de Díaz de dilatar el metraje, en especial cuando su intención no es otra que detener el tiempo justo antes de que la historia que marcó a su país tenga a lugar. Por medio de una voz en off que podría ser la del director o la de la conciencia de la propia Historia, se nos remarca que nos encontramos ante un film que es un trozo de memoria. Hablamos pues tanto de la memoria personal del cineasta, establecida por sus recuerdos de infancia, como de la memoria colectiva de aquel barrio y de su país, sumidos pronto en la barbarie.

Situando la cámara a plano fijo en un barrio empobrecido y sin acceso a recursos básicos como carreteras o electricidad, el retrato cotidiano de esa sociedad simboliza una forma de vida rota con la llegada de la dictadura, de la que aborda con crudo dramatismo sus efectos previos. Su escultura de la imagen no renuncia al poder estilístico del blanco y negro, en especial en el desafiante entorno natural y en las secuencias en interiores, cuyo complejo seguimiento al personaje de una niña enferma con poderes curativos centra la trama. Y son este grupo de personajes que circulan a su alrededor, la hermana que la cuida y explota con fines económicos, un joven que abusa de ella, la llegada de los militares al barrio, el niño huérfano, la profesora, la vendedora ambulante o el párroco incapaz de afrontar la verdad hasta que es demasiado tarde, los que dan forma a una sociedad que prefiere una plácida mentira antes que una incómoda realidad a punto de estallar.

Debido a ello, Lav Díaz mediante el tiempo y la memoria como mecanismo afronta la verdad de su país, un dolor que afecta a todas las capas y del que tampoco nos deja escapar con un redentor plano final con el que perfectamente podría haber concluido, sino que lo alarga a una violenta última secuencia que nos interpela y ataca de forma directa. Aquello no había hecho más que comenzar. Aunque como espectadores occidentales se nos escapan datos de la realidad histórica, la sensación final es la de encontrarnos ante una obra redonda, reflexiva y profundamente sabia, quizá sin la hondura dramática e íntima grandilocuencia que lograba Norte, por la que establecía una parábola sobre la Filipinas actual con la que su nuevo filme sigue dialogando, y que más allá de hacerle un director conocido por la longitud de sus largometrajes, debería convertirlo en uno por su conciencia y ética como historiador con una cámara.

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Festival de Locarno - Leopardo de Oro

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