El espíritu de Víctor
La ausencia de Roman Polanski no debe empañar el hecho de que hemos vivido días grandes en Locarno, destacando entre todos ellos uno en especial. Anoche, la Piazza Grande rindió reconocimiento y aplauso con la entrega del Leopardo de Oro por su carrera a un director único, un sabio del cine con el que tenemos la inmensa fortuna de compartir nacionalidad. Hablamos del cineasta español Víctor Erice (El espíritu de la colmena, El sur), que nunca nos parecerá lo suficientemente reconocido como su obra tampoco será lo suficientemente extensa.
Es de agradecer a Carlo Chatrian su apuesta personal en homenajearle, así como dar también las gracias al propio Erice por su presencia y por el magnífico coloquio que nos brindó por la mañana (moderado por su gran amigo, el crítico Miguel Marías), demostrando que antes que director, en sí mismo es cine. Y para fortuna de todos el cine sigue girando, antes de marcharse del escenario con su Leopardo, en un perfecto italiano quiso recordar que su carrera aún no había terminado. No lo hará nunca, añado, siempre nos dejará un misterio por desentrañar.
Además, el día anterior asistimos a una jornada redonda con el notable y distintivo film independiente norteamericano Listen Up Philip (Alex Ross Perry, al que entrevistamos), el nuevo y esperado trabajo de Pedro Costa, Cavalo Dinheiro no defraudó, y el único largometraje español en el Festival, reflejo de este nuevo cine español que se mueve por los márgenes y en las fronteras de la ficción y lo real, la excelente Antígona despierta (Lupe Pérez García), proyectado fuera de concurso en la sección paralela Signs of Life.
El del joven norteamericano Alex Ross Perry no es un nombre nuevo en Locarno. Con su anterior película (The Color Wheel, 2011), una atípica road movie protagonizada por dos hermanos enemistados, rodada con muy bajo presupuesto y en blanco y negro, logró entrar a concurso en la sección Cineasti del presente. Su siguiente film sube un escalón y compite en la sección oficial, pero además nos atisba a un director con amarga voz propia, capaz de distanciarse de las corrientes actuales del cine independiente americano para construir un relato novelizado sobre un egocéntrico y solitario escritor de éxito. Y este no es otro que Jason Schwartzman, que oscurece su registro para dar vida a Philip, que ante la publicación de su nueva novela busca el apoyo de un afamado novelista (Jonathan Pryce) mientras va dejando cada vez más de lado la relación con Ashley, su pareja, una emocionante Elisabeth Moss que demuestra de nuevo su enorme categoría como intérprete.
Rodada cámara en mano, son habituales los desenfoques o los temblorosos primeros planos, y con un tono ocre muy característico, al estar rodada en un exquisito Super 16mm -la cuidada dirección fotográfica de Sean Price Williams debe mucho a John Cassavetes y Maridos y Mujeres (Woody Allen, 1992)- el filme transmite la sensación de encontrarse fuera de su tiempo, como se sienten sus personajes, perdidos quizá de ser tan auténticos. Su enfoque literario, con un narrador en off que acompaña las acciones de los personajes y la trama, es el punto de partida y guía para incidir con negrísimo sentido del humor en el mundo de la literatura. También para relatar las circunstancias de las personas que rodean a Philip en un momento concreto de su vida, el mundo que no ve y se está perdiendo. Sin complacencia ni giros de guión amables, en Listen Up Philip la vida pasa, suponemos que la literatura queda, pero a qué precio. La balanza deja heridas de las que sus personajes aprenderán o no, probablemente no lo hagan, y a nosotros partícipes de ese trozo de su existencia.
El portugués Pedro Costa ha pasado a formar parte de esa especie en extinción de cineastas legendarios a los que probablemente solo Godard, Straub o el propio Erice (los tres con películas en el festival) puedan acercarse. Todos ellos han construido una obra monumental alrededor de temas o perspectivas sobre lo que debe ser el cine muy exigentes y concretas, lo que sin duda las convierte en extraordinarias.
Con Cavalo Dinheiro Costa continúa la odisea del caboverdiano Ventura -que sin ser actor profesional debería llevarse el galardón al mejor actor del festival-, enfrentado a sus confusos recuerdos y transportado ahora a un terreno fantasmagórico, existencial, en el que cada plano (entendiéndolo como dimensión espacio-temporal y no solamente como el cuadro de imagen en pantalla) se traduce en una obra de arte a pequeña escala. Un trabajo de orfebrería de puesta en escena pero también uno profundo de antropología y de historia de su país, iluminando un atisbo de memoria, lo que la convierte en una película sorprendentemente compacta pese a su narrativa elíptica. Algo cercano a lo magistral.
Sobre la inclusión de su cortometraje para Centro histórico (2012) como parte importante del metraje, la decisión quizá viene a confirmarnos que el cine de Costa se abre y vuelve a sí mismo en un eterno retorno sobre un idéntico tema, el dolor de toda una generación de inmigrantes que han habitado el barrio de Fontainhas. Cavalo Dinheiro no deja de estar ligada a sus anteriores películas, por ello quizá Costa demuestra que quizás no sea un ejemplo de cineasta accesible, pero sí uno que permite la entrada cíclica a un mínimo y poderoso universo fílmico.
Con el mito como territorio y la obra de Sófocles como fundamento del proyecto, Antígona despierta quizá sin proponérselo abraza y aúna las mejores fuentes de inspiración de ese nuevo “otro cine español”, algo que también debe de manera fundamental al estar protagonizada por Gala Pérez y contar con Juan Barrero en la producción y la dirección de fotografía. Ambos son los partícipes de La jungla interior, de estreno en los próximos meses, una de las propuestas más íntimas, sensoriales y fascinantes que podrían haber hecho temblar el cine español en los últimos tiempos.
Esa intimidad y envolvente atractivo visual sirven a la directora argentina Lupe Pérez García para desarrollar episódicamente el relato, alternando diálogos teatralizados con diversos estilos narrativos e incluso documentales, filmando recreaciones de la Guerra Civil en Huesca como siguiendo a Antígona en su desolación, aunando formatos para construir un film de múltiples lecturas políticas, de extraña belleza y sensibilidad, que podríamos ligar también a Post Tenebras Lux (Carlos Reygadas, 2014) en los pasajes infantiles, que por estar limitado a una sección no oficial no resta un ápice de valor a su presencia.
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