Los chicos de la última fila
Durante la ingente maquinaria de promoción que un estudio como Marvel parece tener la obligación de desplegar con cada nuevo título que saca de la estantería, especialmente si pertenecen a un universo único con muy diferentes piezas que han de encajar sin chirrido aparente, se coló un tráiler de la cinta que nos ocupa que, después del primero y genial, por rompedor y por ofrecer algo nunca visto proveniente de esta casa, parecía adelantar que el estudio finalmente había preferido prevenir un posible fracaso y procesar la cinta haciéndola circular por la cadena de montaje y ensamblado de la que han salido –afectadas en mayor o menor medida– todas las anteriores.
Por suerte, el temor era infundado: Guardianes de la galaxia es sin lugar a dudas la película más libre de todo este universo, además de la más original, conseguida y endiabladamente entretenida de todas ellas. El calificativo de obra menor que rápidamente podría habérsele otorgado cae por su propio peso. Y enlazando con la reciente polémica por la marcha de Edgar Wright de Ant-Man, cabe replantearse tras visionar la mencionada cuáles han sido realmente las razones de la desavenencia. Cuesta creer que el libreto del director de Shaun of the Dead (Zombies Party, 2004) supusiese un riesgo mayor que el de las aventuras de estos pobres e infelices marginados, escapados, pareciera, de otra cultura y de otro tiempo.
A caballo entre la space-opera y el cine de aventuras, e hilvanada con una banda sonora absolutamente extraordinaria de la que no conviene desvelar ningún tema, Guardianes de la galaxia mira cara a cara al Han Solo de La guerra de las galaxias (1977), de cuyo espíritu chulesco y completamente alejado del concepto del (super)héroe se imbuye la cinta. Tampoco faltan referencias al personaje de Indiana Jones –no por nada es el mismo canalla extrapolado a otro tiempo y otras circunstancias– con el prólogo poniendo el acento en el carácter de aventura aislada de la que nos dejan ver tan solo el final. El carisma de Chris Pratt, inolvidable Andy Dwyer en la serie Parks and Recreation (2009) –heredera natural de The Office (2005) –, es junto al trabajo de James Gunn el segundo pilar sobre el que se asienta tan disfuncional relato. Por último, la composición de los personajes y el perfecto equilibrio y armonía que se establece entre los miembros del grupo, mapache parlante acaparador de focos incluido, nos hace preguntarnos si no nos han estado engañando con el cambio desde la casa de las ideas con el resto de sus títulos y las horas y horas a ellos dedicadas. Si –entre otras cosas– algo bueno ha salido de la oleada de cintas de superhéroes con que nos avasallan es que el que en otro tiempo podía haber quedado relegado a título póstumo de culto ha alcanzado la resonancia, y seguramente hará lo propio con el eco en el tiempo, que a todas luces merece.