La entrega (The Drop)

El día que Lehane nos privó de los Patriots

“…but what could you do?
You couldn’t control things.”

Cuando se anunció el rodaje de La entrega (2014) uno no podía menos que emocionarse ante la perspectiva de una película que aunaba al belga Michaël R. Roskam, director de la potentísima Bullhead (2011), Dennis Lehane, estrenándose como guionista cinematográfico al adaptar su propio relato, consagrado como uno de los mejores escritores de novela contemporáneos y autor del libreto de varios capítulos de la maravillosa The Wire (David Simon, 2002), y la última aparición en pantalla grande del inigualable James Gandolfini.

Roskam confirma lo mostrado en su primera película, plasmando ese ambiente ominoso que reina en las narraciones de Lehane, lleno de perdedores que nunca logran salir de ese agujero que es su vida, y dándole un tono más pausado en comparación a otras de sus adaptaciones, redundando en beneficio del relato. El director es capaz de filmar una película sencilla, no por ello simple, pero sí carente de artificios, demostrando que no es necesario rodearse de imposturas estéticas, como grandes escenarios, o de guión para narrar una gran historia. El belga también saca partido a su compatriota Matthias Schoenaerts, que parece seguir exactamente en el mismo punto donde lo dejó en Bullhead y limita daños con la actuación de Noomi Rapace, a la que frena en ese ímpetu de sobreactuación que suele mostrar la actriz sueca.

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Gandolfini se despide en un notable ejercicio de estilo, una oscura película centrada en un no menos sombrío bar de Brooklyn.  Los personajes en torno a los que se centra la historia son perdedores que bien aceptan lo que parece una especie de sino inevitable, como es el caso de Bob, interpretado por Tom Hardy, o bien se revelan y creen ser ganadores que pueden seguir apostando fuerte durante toda su vida, como Marv, Gandolfini, dueño en algún momento del pasado de ese bar utilizado ahora como tapadera de la mafia chechena para ocultar su dinero negro. Hardy representa su papel, amoldándose a la perfección, y metiéndonos en la piel de ese fracasado, atrapado en su barrio, e identificado con ese cachorro apaleado que encuentra, y le sirve como redención de una vida carente de sentido, a pesar de seguir teniendo muy claro dónde están los límites.

Primero fueron Garnett y Pierce los que cambiaron Boston por Brooklyn, y ahora La entrega hace el mismo recorrido, los fans de los Pats nunca podremos entender cómo Lehane fue convencido para intercambiar a los Patriots por los Giants, y de paso a los gloriosos Celtics por los Nets. Nos privan la visión del doce en el pecho de los aficionados emocionados en ese bar y la sudadera bostoniana sobre el enorme cuerpo de Gandolfini. Bob nunca podrá expresar cómo se siente al encontrar ese cachorro, pues los Giants o los Jets, a diferencia de los Pats nunca han dominado los partidos. Ésta es seguramente una buena metáfora, los protagonistas nunca dominarán el encuentro que juegan y ésa es exactamente la impresión que consigue transmitir el director, esa evocación que supera una localización concreta o un tiempo exacto, la sensación de abandono mezclada con la incómoda falta de control sobre la propia existencia.

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