Cuando el cine lucha
En el pozo María Luisa,
trianlará lará, trianlará
murieron cuatro mineros.
Mira, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.
El retrato en apariencia cotidiano de la rutina del trabajo en la mina con el que se inicia la emocionante ReMine, el último movimiento obrero (2014), que en la fuerza de sus imágenes y en sus conclusiones conecta con el gran cine que logra hablar de la revolución desde el colectivo humano, permite con la distancia temporal e intelectual de la realidad del montaje final un merecido descanso del guerrero en contraste con el tratado de dignidad que emprende Marcos M. Merino, acertadamente diluido por la magnitud del acontecimiento y la importancia de los cuerpos y rostros en lucha, en su seguimiento de la huelga minera en Asturias a mediados de 2012.
De entre los silenciosos aciertos documentales que imprime a su montaje, ReMine cuenta con la compleja virtud de fundirse con su entorno formando parte activa de la lucha, aprehendiendo los cánticos populares y la historia marcada por las víctimas de las cuencas mineras asturleonesas, que ya en su día fueron las primeras que se rebelaron en huelga contra el franquismo. Medio siglo después y al borde de su desaparición, presenciamos la búsqueda activa de ese rastro en su cámara ubicua, capaz de retratar los diferentes de puntos de acción que se llevaron a cabo, mostrando cercanía hacia aquellos que se encerraron durante cincuenta días en la mina en señal de protesta por el desprecio gubernamental, acompañando a los cientos de mineros que marcharon a Madrid e involucrándose a pie de monte entre aquellos que pasaron a la violencia bloqueando carreteras, incluyendo con especial ahínco el reivindicativo punto de vista de sus mujeres, madres e hijas, cuya lucha como parte del colectivo adquiere entidad propia.
En esa dirección, la completa inmersión a la que nos somete su batallador montaje permite también que se cuelen reflexiones y certezas entre las conversaciones de los mineros aquellos días, pero también dudas, cánticos, gritos eufóricos, saludos al Ministro de Industria Soria al cruzarse con un burro, aplausos y sinceros gestos por el camino, en cada reunión, que confluyen en la llegada a Madrid de la manifestación. Un sobrecogedor paseo nocturno por una atestada Gran Vía que mejor no contrastaremos con el ridículo y desolado aspecto que vimos en la coronación televisada de Felipe VI. Esa misma Gran Vía en la que Esperanza Aguirre se dio a la fuga, sí.
Pero en ReMine no hay rostros ni voces de políticos o gobernantes, tampoco merecen estarlo, solo hay espacio para el orgullo de aquellos que lucharon, aunque fuera para no cambiar nada, como mero instinto de superviviencia, entre los que se encuentra la cámara de Marcos M. Merino -y por ende, nosotros-, siempre dispuesta a hacernos formar parte de su lucha, llegando hasta a romper su distancia como cineasta en cierto momento del paso de la manifestación por Gran Vía, cuando un minero le espeta: “¿Tú esperabas esto, Marcos? Dime” “Yo no”, contesta. “Yo tampoco”.
Merced a esa incertidumbre, su tramo final contrasta con toda esa lucha y revela el desencanto de cualquier revolución, las discrepancias y disidencias de los trabajadores, los conflictos sindicales (“¿Dónde cojones está Cándido Méndez y Toxo? Hay que ser… hay que ser cabrón”), pero en especial a un gobierno de Mariano Rajoy que es incapaz de atender las necesidades de los movimientos sociales. En cambio, la satisfacción general a la salida de los mineros encerrados también confirma que nada fue en vano. Nos acercamos de nuevo a su rutina de otra manera, ahora lo que presenciamos es su humilde y sacrificada existencia. ¿Hasta cuándo? Hasta la próxima, porque aunque su lacónico subtítulo hable de un fracaso, y tenga mucho de cierto que los tiempos han cambiado y la revolución, como la minería, ya no son rentables, ellos todavía pueden y deben ser ejemplares.