Coincidían estos días en Filmadrid su notable apuesta por el cine de vanguardia con una sección a concurso, experiencias audiovisuales en vivo y diversas proyecciones paralelas de gran interés como la presencia de Arrieta o el Proxecto Nimbos, junto a la proyección especial en 3D de Adiós al lenguaje (Adieu au langage, 2014), de una relevancia que insistimos en señalar, ya que inexplicablemente su estreno en salas no permitió apreciar la dimensión de la última película de Jean-Luc Godard en su totalidad. Oportunidad de contrastar la experimentación en 3D del autor por excelencia que más ha reflexionado sobre el cine, con el salto al píxel que lleva a cabo una de las propuestas más esperadas estos días tras recibir el Tiger Award en el pasado Festival de Rotterdam, Videofilia (y otros síndromes virales) del jovencísimo cineasta peruano Juan Daniel F. Molero.
Del retrato generacional de la juventud limeña a las impresiones cada vez más abstractas y solemnes de Godard, que alejado del mundanal ruido cita a los grandes pensadores paseando a su perro, existe una brecha cultural y profunda. Mientras que en una de las múltiples ideas (¿o metáforas?) que forman Adiós al lenguaje se vuelve sobre Hitler y el nazismo, en Videofilia encontramos otro virus, esta vez cibernético, cuyos ataques se presentan en pantalla con la forma de Chiquito de la Calzada, el bebé bailongo o demás GIFs fácilmente reconocibles y populares en la red, por lo que en cierto sentido ambas películas pueden resultar tan revolucionarias en la forma como estancadas en un discurso, que en contra de lo que ponderan sus imágenes, no parecen alcanzar ninguna renovación audiovisual, sino la asimilación del proceso cultural en el que conviven.
Godard graba con el móvil a su perro. Los personajes de Molero se graban desnudos con una Google Glass. Godard también filma a sus parejas desnudas, en el baño o en la cama. La tecnología posibilita otro lenguaje que aunque discurra por las obsesiones particulares de sus autores/personajes, fructifica de forma asombrosa en dos momentos fuertemente vinculables que se repiten a lo largo de sus películas. Las dobles escenas superpuestas en Adiós al lenguaje y la descomposición digital en píxeles de Videofilia son las mejores muestras de las posibilidades que abren, permitiendo que varias imágenes o ninguna coincidan al mismo tiempo en el plano. Difuminando incluso el propio concepto de plano y montaje.
En ese sentido, coincidiremos que Adiós al lenguaje es otra película distinta viéndola en 3D. De hecho, realmente era y es la película de la que escribir, pero habiéndola visto previamente en 2D se producen también estimulantes metamorfosis y vuelcos en las expectativas, formulando un caso de estudio particular y del que hasta dentro de cierto tiempo tampoco se nos ofrecerá la oportunidad de volver a ver y detener más que en contacto con la experiencia. Algo que va muy ligado a las intenciones de Juan Daniel F. Molero con Videofilia, proponer una narración cuya presencia discurra de forma aleatoria e impredecible, incluso podríamos afirmar que innecesaria, por la que adentrarse en la experiencia irracional de una juventud en contacto con las drogas, el sexo, internet, los videojuegos y el porno.
Por contra, esa mirada trash a la realidad en la capital peruana, que recuerda a las de Harmony Korine, Gregg Araki o Larry Clark, no termina de encajar con la temática y la apuesta visual del fin del mundo en internet que colapsa la película. Molero construye una atmósfera desde el montaje que por sus elementos y referencias (del Counter al Cosplay) parece anclada a los albores de internet y a principio de siglo, por lo que sus logros también lo resultan, Siendo finalmente una película irregular e incluso molesta por desperdiciar o simplemente ignorar sus posibilidades. Videofilia (y otros síndromes virales) ya desde su título establecía una conexión directa con el cine de Cronenberg, reflejada en la secuencia del videoclub con el visionado de la película porno amateur corrupta, pero se decide definitivamente por un clímax en una gran fiesta que descarrila todo lo elaborado hacia el thriller más burdo. Quizá tenía que haberse despedido antes del lenguaje.