Psicoanálisis documental de España
“Toda España es como una gigantesca plaza de toros. Y cada español en cualquier momento de su vida puede ser el protagonista, directo o indirecto, de una tarde taurina de sol.”
Este extracto de la voz en off de Juguetes rotos (Manuel Summers, 1966), escrita junto al célebre periodista granadino Tico Medina, podría servir como declaración de intenciones para abordar el ciclo organizado por Docma y la Fundación SGAE “Mártires, malditos y desheredados (Un paseo escatológico y sombrío por la historia del documental en España)”, que diseñado por David Varela y Guillermo G. Peydró, nos invita a caminar por los renglones torcidos del cine documental español, trazando desde Las Hurdes a Cábala caníbal la obra de aquellos cineastas que persiguieron el olvido y se atrevieron a retratar una España al límite. Pero también la de aquellos españoles que los cruzaron víctimas de lo irracional que nos mueve, levantando la crónica negra de nuestra idiosincracia.
Casualmente, este ciclo coincide en el tiempo con la llegada de “Historia de nuestro cine” a la parrilla de La 2, cuya selección de películas por el momento ha obviado deliberadamente el cine documental, cuando en el afán de cumplir su función divulgativa no debería hacer distinción entre un cine u otro, por lo que este ciclo oportunamente programado suple ese hueco y rescata a una serie de cineastas que por desgracia no han pasado el filtro de la historia oficial (u oficialista) del cine español, como Jacinto Esteva, Gonzalo Herralde, Fernando Ruiz Vergara, Carlos García Alix o Daniel V. Villamediana.
Pero dicho título, mártires, malditos y desheredados, también apela a los españoles que pueblan sus imágenes, la nobleza de los harapientos de Las Hurdes y Aguaespejo granadino como en especial el retrato de los Queridísimos verdugos (1977) de Basilio Martin Patino y de El asesino de Pedralbes (Gonzalo Herralde, 1978). Un programa doble monumental sobre la pena de muerte en los albores de la democracia, donde el sentido del humor sardónico de Patino (la disposición de la conversación con los verdugos en una bodega junto a un mural con un toro y la bandera de España habla por sí sola) contrasta con el más que moderno enfoque cercano al relato periodístico de Herralde. Ambas coinciden en su profunda incomodidad, también en despertar una risa oblicua desde la que situarnos en el punto de vista opuesto al esperado, desglosando brutales crímenes, explicando sus métodos de tortura y sus pulsiones más bajas, demostrando una libertad cinematográfica y social reflejo de un momento puntual de cambio tras el fin de la dictadura franquista.
Además del cuidado por traer invitados y proyectar en 35mm siempre que fuera posible, precisamente uno de los puntos fuertes del ciclo es la lucidez con la que están programadas sus sesiones dobles, permitiendo que la arqueología de la imagen a doble pantalla de Cábala caníbal (Daniel V. Villamediana, 2014) conviva con el incunable Tríptico elemental de España de Val del Omar, dos minotauros perdidos por tierras españolas; que Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1981) dialogue con Lejos de los árboles (Jacinto Esteva, 1972), sendas visiones personalísimas y arriesgadas sobre las tradiciones populares y religiosas españolas, a las que observan con tanto horror como inevitable fascinación; que a su vez descubramos las sombras que dejó tras de sí la vida de su director, el también arquitecto, pintor y cazador Jacinto Esteva en El encargo del cazador (Joaquim Jordá, 1990); una mirada psicoanalítica que nos lleva al estudio sobre la locura de Monos como Becky (Joaquim Jordá, 1999), brillante documental de creación, formato que encontraría uno de sus últimos grandes hallazgos en Cravan vs. Cravan (2002), ópera prima de Isaki Lacuesta y la enésima demostración de que la reinvención es otro camino igual de válido para leer la historia; siendo este ciclo, en definitiva, una oportunidad magnífica para descubrir lo mucho que nos queda por torear y psicoanalizar de nuestro cine.