Las rigideces del sistema
Bastan unas pocas tomas de Tribunal (Court, Chaitanya Tamhane, 2014) para adivinar el tono en que se desenvolverá la película a lo largo de su metraje. Planos generales, estacionarios, suspendidos en el tiempo, que permiten observar y analizar la acción desde la distancia y ofrecer una visión general de lo que se pretende exponer: la obsolescencia de una justicia heredera de la época poscolonialista, huérfana de revisiones y un mapa general de la sociedad india contemporánea.
Tribunal, que supone el primer largo para su joven director Chaitanya Tamhane, se presenta como una severa crítica al sistema judicial de su país, construida a partir del absurdo aunque inspirada en un caso real. El Gobierno indio, presumiblemente para eludir la culpa en un caso de clara responsabilidad estatal, demanda al poeta activista Narayan Kamble (Vira Sathidar) por incitar al suicidio a un trabajador del alcantarillado, encontrado muerto en su trabajo tras no respetar las medidas de seguridad. Mientras que el abogado de Kamble, Vinay Vora (Vivek Gomber), insiste en el replanteamiento de las leyes arcaicas que han llevado a su defendido a sentarse frente al juez, la fiscal (Geetanjali Kulkarni) se adhiere a ellas para demostrar la culpabilidad del poeta. El juicio, ya de por sí absurdo, se desarrolla a lo largo de varios meses, sumando continuos recesos a causa de la escasa flexibilidad de los procedimientos, dejando en evidencia las enormes carencias del sistema judicial.
A pesar de que el juicio constituye el leitmotiv principal de la película, Tamhane ofrece, a modo de intencionadas digresiones, pequeñas piezas acerca de la vida de los tres representantes de la justicia: abogado defensor, fiscal y juez, tratando de ofrecer un mosaico acerca de la sociedad india contemporánea. Lo más curioso de esta propuesta es descubrir cómo el abogado que defiende los derechos humanos proviene de buena familia (llegando incluso a pagar las fianzas de los acusados de su propio bolsillo), mientras que la fiscal, que pertenece a una clase social más humilde a la que se le puede presuponer una mayor complicidad con el acusado, se muestra implacable y con un convencimiento sin fisuras sobre la idoneidad de la legislación actual. En otro plano queda la vida del juez, como epílogo que cuestiona seriamente la capacidad de éste para dictar sentencia.
La película, que funciona también como una ardua defensa del arte como desarrollo cultural y arma contra las rigideces del sistema, establece (inconscientemente) un curioso diálogo con la situación actual de España. Mientras Tamhane intenta dar un paso al frente defendiendo una revisión de las leyes arcaicas de su país, en el nuestro (supuestamente más avanzado socialmente hablando) se acaba de aprobar una ley que supone un importante paso atrás, en cuanto a derechos sociales se refiere, que remite al modelo regresivo de libertades públicas criticado en la película.