Una serie bajo la influencia

En su “Trilogía USA” el autor John Dos Passos compuso una suerte de revisión de momentos relacionados con América y con el terrible suceso de la Primera Guerra Mundial. La suya era una novela que escapaba de la mera identificación del lector con un personaje protagonista del que tomar prestada la vida como medio único de escape de la propia. Dos Passos, al igual que muchos otros autores de la llamada generación perdida, no se contentaba con posibilitar esa proyección del lector en sus páginas, sino que trataba de ofrecer algo que traspasara dicha concepción.

No es casual, por tanto, que Matthew Weiner, creador y responsable último de Mad Men, se haya permitido el guiño de incluir, en una de las escenas de esta última tanda de episodios, la célebre novela de Dos Passos. En el capítulo que abre el final de Don Draper, observamos que una camarera tan perdida en la vida como el protagonista de la serie dedica sus ratos libres entre turno y turno a sumergirse en las páginas del libro, que sobresale enfundado en el delantal.

Mad Men

La lucha de Weiner por hacer de su serie una representación de toda una época, en lugar de ceñirse simplemente a las desventuras de unos publicistas algo idos, entronca con la de Dos Passos por reflejar en su novela la vida de una comunidad, de una continente entero. A lo largo del recorrido de la serie hemos asistido a cambios vitales en una forma de vivir que afectaban a los personajes pero que, sobre todo, comenzaban a moldear un tiempo diferente. Contrario a los esquemas impuestos por las cadenas, Mad Men ha sabido labrar su camino siendo consciente de que si el frenesí y el giro dramático como recurso de empatía para con un producto son extremadamente rentables a corto plazo, la progresión perfectamente calibrada de un arco argumental con tiempos controlados proporciona una mayor satisfacción de cara al espectador.

Durante su existencia, Mad Men ha demostrado ser capaz de jugar frente a frente con el hermano mayor que es el cine. La concepción de cada episodio como una pequeña muestra de lo mejor que da el séptimo arte en cuanto a realización, dirección y actuaciones encuentra su reflejo en el uso de las técnicas cinematográficas en sus novelas que hicieron popular a Dos Passos. Si el escritor se valía de recursos tales como el narrador objetivo de cámara o la inclusión de piezas informativas para espaciar la narración y que nada tenían que ver con el relato, el showrunner de la serie nunca ha ocultado la influencia de títulos como Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), El apartamento (Billy Wilder, 1960) o Terciopelo azul (David Lynch, 1986).

Mad Men

Si bien la ambición artística de la serie se expande a artes como la fotografía, la moda o la música, es la influida por el cine y la literatura la que ha dejado mayor poso. No es casual que Don Draper aparezca en un episodio enfrascado en la lectura de una de las novelas de James Bond por Ian Fleming, o en las playas de Hawaii absorto en las páginas del “Inferno” de Dante Alighieri. “El ruido y la furia” de William Faulkner aparece también en algún momento de la serie referenciando a la propia y desestructurada familia de Don.

Con todo, la serie bajo la influencia de tantas artes que ha sido Mad Men a lo largo de los años ha encontrado también espacio para dilucidar sobre las paranoias y obsesiones de sus personajes principales. La perfecta conjunción de ambos niveles de profundización, en sus personajes y en el marco histórico, social y artístico de su época, la convierten en uno de los más raros exponentes de producto televisivo, y en uno que se ha ganado un puesto entre la mejor literatura -aunque sea visual- de lo que llevamos de siglo.

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