Moverse en círculos
Sería muy pronto para alarmarse, aunque seguimos sin encontrar una película a la altura de lo esperado en la Competición internacional. Es cierto que todavía no ha hecho acto de presencia ninguno de los grandes nombres, hoy lo hará Zulawski, pero las erráticas propuestas seleccionadas para abrir fuego no dejan de moverse en círculos, sin dirección aparente. La serbia Brother Dejan y la iraní Paradise cuentan con potentes puntos de partida, de fuerte carga social y política, pero da la sensación de que en lugar de abrir caminos deshacen lo andado. En cambio, es la sección dedicada a las primeras y segundas películas la que sigue sorprendiendo. Tras Dream Land llega a Cineasti del presente la argentina El movimiento, que en apenas una hora de metraje dinamita cualquier convención posible sobre el relato histórico.
La farsa de nuestros tiempos produce películas como El movimiento, una fábula política hipnótica que se introduce en la primera mitad del siglo XIX en Argentina para hablar del engaño del poder y la lucha de clases. En realidad Benjamin Naishtat elige el blanco y negro en 4:3 para alejarse de cualquier tiempo y lugar, destila y estiliza el sustrato de su propuesta, cuyo montaje a ritmo de sintetizadores hace el resto. Su fuerza estética y la ruptura del espacio que provoca, merced al notable uso del primer plano y de recursos documentales, transmiten el vacío de una sociedad indefensa frente al arte de la guerra y el don de la palabra. Técnicas por medio de las que un trío de renegados, que se autoproclaman miembros de “el movimiento” que pondrá todo en orden, sacian sus ansias de poder más primarias.
La ambientación de corte histórico en el desierto de la pampa traía a la memoria Jauja (Lisandro Alonso, 2014), pero las comparaciones terminan pronto, al primer cañonazo. Rodada con financiación de festival surcoreano de Jeonju, Naishat recorre el camino opuesto, aprehende dosis de teoría política, historia y folclore del país para volcarlas en una danza violenta, en cierto modo injustificable y definitivamente irresistible.
Atreverse a retratar la sociedad iraní con la complejidad que ofrece el cine es un riesgo que pese a todo merece la pena correr. O así debe pensar Sina Ataeian Dena, que con el apoyo en la producción de Yousef Panahi (hermano y también productor habitual del Jafar Panahi) ha dirigido sin permisos oficiales Paradise. Protagonizada por una mujer independiente en una ciudad que le impide serlo, podríamos llegar a la conclusión de que su trabajo como maestra en un colegio del extrarradio hacen de ella A Girl Walks Home Alone at Daytime, sorteando la burocracia para lograr un traslado entre paradas de autobús y taxis compartidos.
Sin abuso de recursos dramáticos, Paradise sabe hablar en voz baja y con lucidez de su contexto, acompañando la resistencia silenciosa de una mujer fuerte en un entorno hostil, siendo en el retrato de sus momentos de libertad y rebeldía contra el sistema cuando mejor funciona. Pero tanto ella como la película son demasiado conscientes de sus barreras, respetuosas con sus tradiciones y normas, por lo que salvo alguna imagen simbólica aislada (la bandera americana pintada en el patio del recreo) filma una realidad que cambia para seguir igual, entregando una película que quizá ya habíamos visto, pero que en un país como Irán son necesarias.
El uso de material documental que introduce Brother Dejan es cuanto menos particular, que no por ello demasiado acertado. El film se abre con lo que parece el aspecto de una copia de trabajo, en la que el propio director interpreta y ensaya acciones que posteriormente llevará a cabo su protagonista en el mismo decorado. Una forma de meterse en la piel de su personaje inaudita, pero también en la de quien lo inspira, el carnicero de Srebrenica, Ratko Mladi, que acusado de genocido tras la Guerra de Bosnia desapareció durante más de una década. De poner su situación en imágenes nace la película, cuyo material documental/performático no termina de encajar y lastra el intento por psicoanalizar los últimos días antes de su captura de este álter ego llamado Dejan. Decisión que permite al director no posicionarse y arrojar algo de luz a un conflicto entre hermanos que continúa abierta, pero no la suficiente como para que su película se sienta todavía tibia, incapaz de abordar la realidad y a un ser tan perturbador con la distancia cinematográfica suficiente.