Caos, anarquía e irreverencia
La llegada de la comediante Amy Schumer a Locarno con motivo de la proyección de Trainwreck en la Piazza Grande fue la gran atracción mediática de la jornada, que despertó en los titulares al llamado nuevo rostro del humor y la incorrección femenina. Nada nuevo bajo el sol, la última película de Judd Apatow no puede ser más conservadora en sus formas ni en su mensaje, sus dosis de transgresión se limitan a algo tan simple como el sexo (y la cantidad) de su protagonista, cuyo talento como guionista aún está por demostrar.
Para encontrar auténtica irreverencia cinematográfica y vital tendríamos que esperar al regreso de todo un veterano como Otar Iosseliani, que presentó en la Competición internaciónal Chant d’hiver. Irreverencia magistral que no debe confundirse con el caos cínicamente controlado de Schneider vs. Bax, ni con las falsas esperanzas que arroja con su título la mexicana Te prometo anarquía, que volvieron a dar muestra de la fragilidad de la Competición internacional.
Una muerte más en la guillotina durante la revolución francesa, otra guerra entre hermanos que asola la Europa de finales de siglo XX, una banda de jóvenes atracadores en patines en el Paris actual. El mundo que recrea y teatraliza el cineasta georgiano Otar Iosseliani es caótico y está condenado a perder la pureza rural, su propósito para salvarlo reside en descubrir la belleza cotidiana, superar los obstáculos con ligereza, arreglar los desaguisados del día a día con el absurdo silente de su puesta en escena.
Haciendo gala de un humor que remite al slapstick más primigenio, Chant d’hiver introduce una serie de personajes fuera de tiempo y de lugar para hablar del amor y la amistad desde una incorrección que recuerda al cine de Jacques Tati. No en vano, sus dos ancianos protagonistas provocan el caos y disfrutan de las bondades ocultas que extingue cual rodillo la civilización moderna. Mientras la maldad y la ignorancia siguen imperando, el amor triunfa gracias a despreciar la novena de Beethoven y el himno de la alegría, las casas piedra a piedra se terminan y lo irracional nunca tuvo más sentido. A sus 81 años, Otar Iosseliani firma un canto a la vida tan inconformista como trascendental, de momento la mejor película de la Competición internacional.
Te prometo anarquía, skates, pasión y un retrato generacional de la juventud de México. Pero a cambio te cuelo un giro de guión tremendista y un tramo final que se aleja de todas las virtudes estéticas de la propuesta. No parece un buen trato, como no lo es el que propone su protagonista Miguel a su entorno, haciendo negocio con el tráfico de sangre a pequeña escala mientras persigue la impredecible relación amorosa con su amigo Johnny. La propuesta de Julio Hernández Cordón, que ya estuvo con su anterior Polvo (2012) a concurso en Locarno, destaca por su notable trabajo cinematográfico acompañando en movimiento a los skaters, así como en el retrato del submundo callejero y nocturno. Pero el punto de vista inconformista que construye de una generación gracias a la lectura de sus poemas, el uso de la música extradiegética y la fuerza de sus imágenes, se ve forzado a desaparecer por aleccionar a sus personajes. No puedes prometer anarquía y acabar sin quererlo tan cerca de lo moralista.
Dando el salto con Borgman (2013) a la Sección Oficial de Cannes y tras recibir el premio a la mejor película en Sitges, el realizador y dramaturgo holandés Alex van Warmerdam presentaba en Locarno Schneider vs. Bax, que en contra de las expectativas se despoja de cualquier pretensión intelectual para abordar el enfrentamiento a plena luz del día entre dos asesinos a sueldo. El argumento remite a la esencia de todo duelo, aunque no escapa de ninguno de sus tópicos. Que acontezca a plena luz del día en unas marismas dota a las imágenes de un componente físico ciertamente desaprovechado, porque van Warmerdam (también co-protagonista del film) se aleja de las valiosas constantes del género para llevar a cabo un cínico ejercicio de acción y humor negro que no aporta nada nuevo y con el que evita arañar la superficie de su propuesta.
Si algo sorprende es su torpeza manejando tan pocos y depurados elementos, como al introducir a cada personaje desviando la trama de forma aleatoria, pero lo grave es el empleo de un tono de superioridad moral sin atisbo de ironía y repleto de trampas en un guión que no aspira más que al entretenimiento complaciente y olvidable, reflejado en su final de vuelta a casa. ¿Por qué se encontraba entonces en la Competición internacional de Locarno? ¿El supuesto nombre o prestigio de un director sirve de excusa para hacer pasar productos tan deficientes por arte y ensayo? No lo creemos.