Los hongos

Cultura callejera

El cine latinoamericano vive una ebullición de la que los festivales se hacen cada vez mayor eco. Un cine reflejo de los cambios sociales, protagonizado en su mayoría por adolescentes y dirigido a su vez por jóvenes realizadores que se acercan a su realidad sin imponer arcaicas estructuras dramáticas ni academicismos formales, encontrando un estado de ánimo común en el simple discurrir de sus protagonistas, envueltos en un marcado contexto político o social. Te prometo anarquía (Julio Hernández Cordón, 2015) y Güeros (Alonso Ruizpalacios, 2014) en México o El estudiante (Santiago Mitre, 2011) en Argentina pueden servir de ejemplo. Ahora, y desde Colombia, nos llega Los hongos (Óscar Ruíz Navia, 2014), un año después de lograr el Premio Especial del Jurado de la sección Cineasti del presente del Festival de Locarno.

Los Hongos

Numax, la flamante nueva sala de cine de Santiago de Compostela, se estrena en la distribución con una película que en cierta manera resuena fiel a sus principios y a su apuesta comprometida con el cine, entendido ante todo como parte imprescindible del movimiento cultural y político de una comunidad. Los hongos presenta a dos amigos grafiteros de diversa clase social y etnia que recorren en bici y skate la Cali más reivindicativa en plenas elecciones locales. Entre pintadas, asambleas, fiestas, conciertos y vídeos de la Primavera Árabe en youtube, la película niega la posibilidad de una trama y se permite asistir al discurrir de su propia temporalidad, tanteando los primeros descubrimientos de sus protagonistas como parte de su toma de conciencia del mundo que les rodea.

Por su parte, pendiente de no realizar una construcción falsa o idealizada de la realidad, depurando al máximo posible todo rastro de artificio, Óscar Ruíz Navia ofrece una dirección naturalista, con aisladas secuencias planificadas como la intervención policial durante una de las pintadas, que hace del minimalismo en movimiento su razón de ser. En cambio, son su mirada compleja a la sociedad y a la memoria, cargada de respeto por sus mayores y por la tradición folclórica y religiosa en la mezcolanza de culturas que emergen en Colombia, frente a su convulso retrato de una revolución en ciernes, lo que hacen de ella un notable fresco de la sociedad colombiana, además de una película alejada de dogmatismos moralizantes. De hecho, esquivando en sus instantes finales un obvio giro melodramático, recae en el personaje de la abuela de uno de sus protagonistas, en su emocionante mirada a cámara con la que rompe su silencio tras repasar con nostalgia un álbum de fotos de trágico recuerdo, un guiño cargado de esperanza entre generaciones a la resistencia.

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