These boots are made for cinema
Uno de los grandes alicientes de la duodécima edición de Curtocircuíto, o cuanto menos la mayor atracción mediática y cinéfila de un festival internacional de Santiago de Compostela que no deja de crecer en interés, fue la asistencia del cineasta finlandés Aki Kaurismäki, invitado no solo a presentar una muestra de su faceta menos reconocida como autor, la de sus cortometrajes musicales ligados a los Leningrad Cowboys y Portugal, actual lugar de residencia, sino programando sus predilectos, aquellos cortometrajes que más le han marcado.
La heterodoxa y libérrima selección signed by Aki estuvo formada por Seul l’avenir nos dira (Gilles Charmant, 2015), Fatal Glass of Beer (Clyde Bruckman 1933), Let There Be Light (John Houston, 1946) y Malj (Aleksandar Ilic, 1977), en la que pese a todo era posible rastrear parte de su educación cinéfila, en el humor y la puesta en escena de las producciones de Mack Sennet, así como su aprecio por los desamparados y rechazados de la sociedad, sean pollitos de otro color o soldados traumatizados por la guerra. Incluso seguir las huellas que su cine que podría dejar en el futuro, como recuerdo de otra época en la cartelería de una sala de cine abandonada de París, dispuesto a no evaporarse tan fácilmente como el humo de su inseparable cigarrillo electrónico.
Pero volvamos al principio. “Mi primer plano era una cucaracha y el último un cuenco de leche, he evolucionado”, afirmaba en su habitual tono sarcástico durante los encuentros con el público el director de El Havre (2011). De buen humor, siempre restándose importancia y mérito, considerándose a sí mismo un holgazán, se encuentra apartado en los últimos años del mundanal ruido del cine de autor “ocupado construyendo un invernadero a mi mujer. Sale más rentable que las películas, al menos da verduras”.
Más allá de los grandes momentos que nos brindara su presencia, aunque como es habitual la mayoría de preguntas fueran destinadas a sus próximos y todavía inciertos proyectos, la sesión titulada Rocks and Shorts proponía un apasionante recorrido transversal a su filmografía dividido en dos etapas claramente diferenciadas: los cortometrajes de carácter musical, con formato de videoclip, destellos de una primera década entre los 80 y 90 llena de inconsciencia, frescura y amistad; frente a una segunda etapa más alejada en el tiempo, ya asentado en el panorama del cine de autor, donde los cortometrajes pasan a ser fruto de encargos para festivales o a formar parte de largometrajes colectivos, en los que refina cada vez más su estética (y ética) profundamente personal e insobornable.
Vistos en su conjunto, los vídeos musicales de Kaurismäki trascienden la simple categoría del videoclip por su deseo narrativo y solidez formal, a excepción del caso concreto de Ritch Little Bitch, remontaje de una actuación extraída de Hamlet se mete a hombre de negocios (1987). El uso recurrente del blanco y negro en entornos marginales, así como diversos recursos estéticos de reminiscencias noir, entroncan con las aspiraciones de los inicios de su obra. Favorecido por su corta duración, se permite desplegar pequeños relatos al ritmo de la música, en su mayoría versiones de temas populares interpretadas por los Leningrad Cowboys, que paulatinamente ganarían protagonismo en su cine.
Rocky VI (1986) nace con un claro espíritu iconoclasta y anti-imperialista, parodiar (o más bien dar su merecido) al personaje de Stallone tras el estreno de Rocky IV. Además de su comicidad física y fuerza simbólica, resulta interesante comprobar lo inspirado de su lenguaje visual y concreción formal, que aumentaría de forma extraordinaria con Thru the Wire (1987), en la que condensa el imaginario recurrente del cine negro, el relato de un fugitivo que escapa de prisión y entre locales de mala muerte logra huir junto a su femme fatale. Destellos antes de encontrar su lugar en el cine, a medio camino de la melancólica Those Were the Days (1991) y la disparatada These Boots (1992), la improbable vida y milagros de un Leningrad Cowboy.
Tras un primer núcleo de cortometrajes tremendamente compactos, continuamos la sesión entrando en el nuevo siglo, ya dueño de una obra y estilo cinematográfico consolidado, con una breve pieza radicalmente distinta titulada Bico (2004), realizada para el largometraje colectivo Visiones de Europa. La suya, trasladado a Portugal, parece la de encontrar el lugar más cercano a sus raíces en Finlandia. Un pueblo en las montañas prácticamente deshabitado, repleto de nieve en invierno, comandado por las mujeres ancianas que cuidaban del hogar mientras sus hijos y maridos marchaban en busca de trabajo.
En su manera de describir la universalidad de sus pueblos y la autenticidad de unos pocos, en la verdad de una arruga, de una mirada en primer plano o en la idiosincrasia oculta de una canción popular, encuentra su profunda humanidad, nuestros auténticos vínculos. Los del cine moderno con el clásico, los del propio Kaurismäki con su país de residencia, al que no cuesta imaginar como un particular O tasqueiro (2012) del cine. Su hasta el momento último trabajo pudo verse en 35mm y cerró una sesión en la que Dogs Have no Hell (2002) narraba de nuevo y de forma virtuosa -en apenas diez minutos- la historia de todas sus películas y de aquello por lo que merece la pena verlas (y vivirlas). Dejándonos a nosotros con el placer en las retinas de los trabajadores de La fundición (2007), un brillante ejercicio sobre la vigencia y el sentido del cine en nuestros días, de incontestable calado cinéfilo y político. Como es él. Y nos lo demostró. Eso mismo y todo lo contrario según la pregunta.