La caída de la casa de Allerdale Hall
Con La caída de la Casa Usher (1839), el estadounidense Edgar Allan Poe alcanzaba la mayor y mejor expresión narrativa que nunca tuvieron sus cuentos, intensificando y elevando a la máxima potencia las figuras estilísticas y los trazos de terror y góticos que ya habían desfilado por gran parte de su obra literaria. Devoto conocedor de estos mimbres, que no ha dejado de incluir en cualquiera de sus películas sin importar lo diferente que fueran entre ellas, Guillermo del Toro entrega con La cumbre escarlata –melódico Crimson Peak en su título original– una amalgama de todas las referencias que han alicatado su carrera como director y guionista.
En una de las escenas que abre el filme, el personaje de Mia Wasikowska se lamenta de que entre las correcciones que han hecho al manuscrito que está escribiendo –y que en el desenlace se revelará como la historia relatada, enlazando de nuevo con la tradición literaria ya comentada– se incluye el incorporar una historia de amor. Como el mexicano, la joven añade que su verdadera pasión son las historias de fantasmas, no utilizados como precedente al grito sino como metáfora de algo más. Toda una declaración de intenciones por parte del realizador, que lleva poniendo en práctica desde sus inicios en el cine. Junto a estos, los monstruos a los que el director tan a menudo rinde pleitesía desfilan aquí también -más humanos si acaso- por las estancias de una casa que se descubre personaje fundamental en el desarrollo de la historia.
Sin embargo, no sólo en el afanado diseño de producción descansan los méritos de la cinta. De la imaginación del mexicano nace un concepto tan cinematográfica y literariamente potente como el de una casa cuyas paredes y suelos sangran ante los horrendos crímenes en ella cometidos. Unas paredes que encierran una terrible y fraternal verdad que como en todo cuento gótico que se precie sólo será desvelada hacia el final, desconcertante revelación mediante. Y abriendo la narración, de nuevo respetando con laboriosidad los códigos del terror gótico, un sobrecogedor aviso transmitido por una presencia espectral.
Y si el autor de Los crímenes de la calle Morgue introdujo en literatura al primer detective de renombre –Auguste Dupin, justamente en el mencionado relato–, Del Toro completa la trama principal, conducida con clase y estilo por la nombrada Wasikowska, con las investigaciones en la sombra del personaje interpretado por Charlie Hunnam. A todos los niveles, por tanto, La cumbre escarlata supone el más perfecto contrapunto cinematográfico a los cuentos de Allan Poe y una muesca más en el inabarcable imaginario de su realizador.