Ya son doce las ediciones del Festival de Cine Europeo de Sevilla, cuatro bajo la dirección de José Luis Cienfuegos, que es la otra manera posible de contarlas. Su valiente programación mantiene intactos los principales estímulos y grandes autores por los que acercarnos a Europa y su cine más alternativo. Hablamos de las últimas películas de Marco Bellocchio, Philippe Garrel, José Luis Guerin, Miguel Gomes, Sergei Loznitsa, Amos Gitai, Jean-Marie Straub, la recientemente desaparecida Chantal Akerman, Ben Rivers o Pierre Léon, que tendrán en el marco del SEFF su estreno en España.
Pero afirmamos valiente no tanto por saber dotar de prestigio a su programa, por el interés en detectar Las nuevas olas hacia las que discurren la no-ficción y el cine contemporáneo, así como su apuesta por las gratas resistencias del cine español alejado de la industria, sino por lograr distanciarse de modas o éxitos pasajeros (de los que ningún festival, incluido este, es capaz de librarse) para recuperar el compromiso de sus formidables retrospectivas: la del periodo oculto durante la República de Weimar, los ensayos-punk de la cineasta alemana Birgit Hein, la obra experimental de Peter Tscherkassy (Master Class incluida) y en especial la dedicada al cine de Paul Vecchiali, un tesoro el de la obra del longevo cineasta francés que permanecía prácticamente inédita en España.
Este año sorprende no encontrar en la programación ningún país invitado, una de las secciones habituales los últimos años, pero en cambio encontramos la invitación de acceder a la Sevilla de Juan Sebastián Bollaín, todo un continente propio. Como también sorprendía, positivamente a priori, que la película inaugural no se tratara de otra producción española de altas ambiciones comerciales y escaso interés cinematográfico. Una cuestionable línea a seguir marcada por Fin (Jorge Torregrossa, 2012), Tres bodas de más (Javier Ruiz Caldera, 2013) y La ignorancia de la sangre (Manuel Gómez Pereira, 2014) con la que parecía romper Two Friends, primer largometraje como director del actor francés Louis Garrel. El resultado no supone un salto de calidad precisamente, pero abrir las puertas de Sevilla alejándose del localismo de aplauso fácil de años anteriores, es un gesto que ayuda a poner de relieve la consolidación del festival en el panorama cinematográfico europeo.
![two-friends-louis-garrel](http://archivo.revistamagnolia.es/wp-content/uploads/2015/11/two-friends-louis-garrel.jpg)
Two Friends (Les deux amis, Louis Garrel, 2015)
Con El pequeño sastre (Petit tailleur, 2010), segundo cortometraje dirigido por Louis Garrel –que tuvo su hueco en el Festival de Cannes, como lo encontró la película que nos ocupa– el joven actor francés, hijo del reconocido cineasta Philippe Garrel, parecía brindarle un pequeño homenaje en forma y fondo con una pieza en blanco y negro en la que demostraba su indómita, caprichosa y enamoradiza voluntad propia tras la cámara relatando un amour fou, para finalmente reconocer un sentimiento deudor hacia su padre, representado en un anciano y protector sastre que siempre terminaría por acoger a su protagonista.
Cuesta encontrar esa filiación en su primer largometraje, Two Friends (Les deux amis, 2015), en esta ocasión también protagonizado por él. Y no tendría por qué haberla ni resulta algo negativo su ausencia, pero sin ese vínculo, su intento por gestar una comedia de enredo emocionalmente compleja le acaba acercando a los arquetipos de las comedias románticas francesas más comerciales, en lugar de desvelar una auténtica mirada propia. La película es víctima de una pomposidad afectada en el montaje y la puesta en escena, en especial por el insistente uso de la música extradiegética, que autodestruye cada secuencia, traspasando lo ridículo al hacer sonar Antony and Johnsons en pleno suicidio (para colmo en el rodaje de una película sobre el mayo francés, único guiño visible al cine de su padre). Decisiones que niegan su supuesta frescura y originalidad, errores fatales en los que tienden a caer buena parte de estas novísimas olas del cine francés, encarnadas en su mayoría por el incombustible Vincent Macaigne, protagonista de La chica del 14 de julio (Antonin Peretjatko, 2013) y también presente en el festival con Stubborn (Une histoire américaine), de Armel Hostiou.
Garrel demuestra sus limitaciones, como director e intérprete, concediéndose primeros planos de ambiciones psicologistas que solo insisten en la belleza de su narcisismo –al que por supuesto caerá rendida la chica protagonista–, mientras los diversos equívocos y enredos, que activan la trama romántica y de amistad del trío principal, se muestran en ocasiones profundamente turbios cuando el tono cómico falla. El acoso, el maltrato o incluso las relaciones con menores sobrevuelan Two Friends como si se tratara de temas ligeros sobre los que frivolizar. Todo al servicio del lucimiento de unos intérpretes y unos personajes (nótese la distinción) incapaces de ser honestos, al contrario que la película, incapaz de guardar algún misterio. Y quizás sea sea el mayor problema del guión, co-escrito por Garrel junto a Christophe Honoré, el montaje desvela el secreto de su protagonista femenina desde el inicio, quebrando avanzada la narración toda posibilidad de suspense o intriga a su alrededor que pudiera existir. Y con ella su forzada razón de ser.