Continuando el camino abierto por los Vicios inherentes de Puro Vicio (Paul Thomas Anderson, 2015), iniciamos una colaboración con Filmin llamada Resonancias, motivo por el que seguir profundizando en el estudio comparativo y analítico de las películas de su catálogo. Varias secuencias de Phoenix (2014), última película del cineasta alemán Christian Petzold que pudimos ver en la Sección oficial del Festival de San Sebastián, remiten de forma directa a Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) y Los ojos sin rostro (Georges Franju, 1960), pero al indagar en sus imágenes también cobran presencia el trauma de la Segunda Guerra Mundial y el arte expresionista de pintores alemanes como Otto Dix o Kirchner, entre otras sugerentes referencias artísticas o cinematográficas que desvelan las ruinas y máscaras en Phoenix.
Heridas de guerra
por Andrés Casian
Berlín, 1945. Nelly Lenz (Nina Hoss), una mujer judía, regresa de un campo de concentración donde le dispararon en la cabeza y la dieron por muerta. Vuelve con el rostro destrozado por una bala. Aunque todo indica que la mejor opción de esta mujer es someterse a una intervención quirúrgica con el fin de cambiar su cara e iniciar una nueva vida en Israel, Nelly decide operarse para recuperar su aspecto original y permanecer en Alemania. Se trata del principio de Phoenix (2014), la última película del realizador alemán Christian Petzold.
El tema principal del film, cuyo recorrido visual y temático nos remite a Alemania Año Cero de Rossellini y a Vértigo de Hitchcock, es la culpa. La culpa de los que sobrevivieron, la culpa de los que miraron hacia otro lado, la culpa de los que traicionaron a sus familiares y amigos, la culpa de Johnny (Ronald Zehrfeld), el marido de Nelly que delató a su esposa para salvarse y que intenta robarle su herencia una vez que la cree muerta. El director alemán decide no mostrar al espectador el rostro arrasado de su protagonista, a la que siempre presenta con una venda o recuperada después de su intervención. Sin embargo, no existe cura para un alma traicionada por aquellos que uno ama.
Otto Dix, uno de los grandes pintores alemanes del siglo XX, luchó como soldado raso en la primera guerra mundial. El horror que se vio forzado a vivir le dejó, sin duda una profunda huella que marcó de manera evidente, toda su obra. A diferencia de Petzold, Dix retrató las heridas de guerra de manera realista mostrando los rostros destrozados de los soldados que regresaron de la primera contienda universal. Al igual que Nelly Lenz, la protagonista de Phoenix, Otto Dix fue una víctima de sus compatriotas en la barbarie bélica de la primera mitad del siglo XX. El poder nacionalsocialista le destituyó como catedrático de arte, le confiscó la mayor parte de su obra calificándola de arte degenerado y le encarceló acusándole falsamente de haber atentado contra Hitler en Munich.
La filósofa política Hannah Arendt siempre defendió que no había un criminal nazi en cada unos de los alemanes que sobrevivieron al horror de la segunda guerra mundial. Rechazaba enérgicamente la idea de una culpa colectiva. Petzold no parece compartir su opinión. Setenta años después del fin de la contienda realiza una película que nos hace pensar que las heridas de guerra no están todavía cerradas en su país. En realidad basta con recorrer los alrededores de la puerta de Brandenburgo en el centro de Berlín para comprender que efectivamente la memoria del holocausto sigue viva en Alemania.
“Yo ya no existo”: Alemania ante la ruina
por Denisse Lozano Hermida
¿Quién es Alemania? Quizás por el problema ético y formal que supone la representación del horror del Holocausto, la exploración metafórica de la realidad alemana en la posguerra se vuelve un planteamiento común en el cine. Phoenix, al igual que otras antes que ella como Alemania, año cero (Roberto Rossellini, 1948), utiliza a sus protagonistas para reflexionar sobre el problema de la identidad personal y alemana tras el conflicto, cómo afrontar ese pasado traumático.
Pese a la intención compartida de reflejar la destrucción ambientándose en las ruinas (en sentido literal y espiritual) de Berlín, Alemania, año cero, adelantada a su tiempo, proponía ya desde su título una suerte de borrón y cuenta nueva, un renacimiento cual ave fénix. El joven Edmund, reflejo de una Alemania víctima del remordimiento, incapaz de distinguir entre el bien y el mal y desolada por la culpa, no tiene futuro, debe perecer y dejar paso a un nuevo comienzo, al resurgir de sus cenizas y recuperación de lo que otrora fue la nación alemana.
Phoenix, construida con un conocimiento mayor de la evolución de la memoria histórica alemana, es capaz de superar esta idea. Aquí es Johannes quien reniega del conflicto, un colaboracionista que pretende eliminar el remordimiento por sus actos obviando esa etapa bélica. Sin embargo Nelly, como Alemania, ha quedado desfigurada por la guerra y no se reconoce en su nueva imagen. Mujer y nación deberán afrontar un proceso de reencuentro para finalmente rechazar la vuelta al pasado anterior a la IIGM y aceptar un futuro diferente, asumiendo el trauma como parte de sí mismas.
Con la memoria histórica alemana sucede lo mismo que con cualquier otra ruina. Existen cinco planteamientos: dejarla como está renunciando a darle nueva vida, arrasarla y construir algo nuevo, enterrarla y construir lo nuevo encima, reconstruirla tal y como era como si no hubiese sido destruida o integrarla en un proyecto que aúne lo que fue con lo que es, una ruina, y lo que será, un nuevo espacio de memoria. En esta redefinición actual de la percepción de los alemanes de su pasado que refleja Phoenix no hay lugar para el olvido o el victimismo, la única manera correcta de expiar la culpa y recuperar el orgullo es integrar su pasado en su presente. Las heridas deben cerrarse, pero las cicatrices permanecen para el recuerdo.
Rostro y retrato
por Román Puerta
Christian Petzold, director de esta enigmática Phoenix, decía a propósito de su película que “en blanco y negro los matices desaparecen. Por eso decidimos que los contrastes en luces y sombras debían ser muy definidos”, como lo fueron los pensamientos de recuerdo y olvido que defendieron los que sufrieron la tortura y los que la esquivaron a cualquier precio. Nelly regresa de los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial para buscar la verdad de su encarcelamiento, la no destrucción de su pasado. Pero es más que eso, es el intento de negar lo que los alemanes hicieron llamar “año cero” al día siguiente del fin de esa cruenta contienda y que Petzold quiere transmitirnos eliminando la amnesia colectiva y recuperando la evocación del pasado, ese que han destruido físicamente las bombas pero que deja un gran poso en las mentes de algunos que sufrieron la barbarie nazi.
Nelly va a buscar a Johnny, el que fuera su marido, para poder seguir viviendo en paz y retomar su pasado juntos, pero las dudas le surgen en el momento en el que éste no la reconoce. ¿Es una amnesia consciente o verdaderamente no consigue recordar su rostro? ¿Su pretérito? El rostro desfigurado de Nelly ha sido reconstruido a su vuelta a Alemania. Una cara nueva pero no una vida nueva. Cuando regresa a su hogar todo está destruido, su casa, su barrio… menos Phoenix, el bar donde su marido trabaja ahora de camarero. Y en ese encuentro no hay miradas limpias porque sus ojos son otros, sobre todo los de su esposo, que no quiere volver a toparse con el pasado porque en él puede encontrar recuerdos no deseados. Petzold nos muestra los ojos que se miran, que se observan para aceptarse o para no reconocerse. Pero ese rostro nuevo de Nelly se contrapone con los verdaderos rostros de la guerra/posguerra, esos alemanes que fueron fotografiados por los verdaderos artistas de la época, Sander, Doisneau, Cartier Bresson. Con ese blanco y negro descarnado, limpio, con fuertes contrastes, como los trabajados por Petzold en Phoenix.
August Sander, después de fotografiar al nuevo orden alemán sin glorificar la raza aria y con una mirada frontal característica del retrato directo, nos demostró que el olvido no es posible ni siquiera destruyendo todos los negativos que poseía en su casa de Colonia, a la que huyó de esa barbarie que destilan los rostros de los torturados, frente a esa superficial bondad que desprenden esos oficiales y soldados alemanes seguros de lo que estaban haciendo en su realidad inquebrantable. La mirada de los personajes retratados parece atravesar todos los años que han transcurrido hasta el siglo XXI, hablándonos de la guerra y la condición humana.
Escenas urbanas en Berlín
por Luis Suñer
Con un inicio que formalmente puede antojarse incluso de corte academicista, decisión formal que ya se intuye en Bárbara (2012), anterior cinta de época de Christian Petzold, tras desligarse de sus reminiscencias a Los ojos sin rostro (Georges Franju, 1960) y El rostro ajeno (Hiroshi Teshigahara, 1966), Phoenix se inmiscuye en unos derroteros urbanitas donde la oscuridad y el uso de rojos y azules protagoniza cierta parte del metraje. En uno de sus tramos más deshumanizantes, se sumerge en la vida nocturna de una ciudad que acaba de sufrir la devastación de una guerra. Guarda pues cierta similitud temática y formal con la obra pictórica del expresionista alemán Ernst Ludwig Kirchner, quien tras formar el Die Brücke (El puente rojo) con sus colegas de Dresde en 1905, evolucionó hacia otros horizontes regresando a los paisajes cosmopolitas de la noche berlinesa en los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial.
Kirchner, en la frialdad de la noche, con gélidos azules y llamativos rojos, refleja unas calles y unos locales donde las figuras se despersonalizan, otorgando cierta sensación fantasmagórica de desconcierto e incluso amenaza. Mientras se hace énfasis en las mujeres que se muestran como objeto voluntariamente sexualizado, ligado siempre a la prostitución y al espectáculo erótico, todos los demás elementos carecen de luz propia, manteniéndose encubiertos por un halo de oscuridad que juega a la ambigüedad sobre sus verdaderas intenciones. ¿Potenciales clientes? ¿Personas peligrosas? Nadie se mira. Apenas hay interactuación entre personas. La ambigüedad y la alienación reinan en un espacio que se torna psicológicamente inquietante.
En Phoenix desconocemos en todo momento las intenciones de su protagonista masculino, desenvolviéndose sin desenfreno en un entorno hostil que no hace sino incrementar el temor de una Nina Hoss contaminada de esta malsana atmósfera expresionista. Kirchner nos presenta la antesala de una sociedad enferma a punto de volcarse en su primera gran guerra, Petzold busca sin embargo el olvido y la distensión acaecida por el fin de la IIGM, y en dicho intento, ambos acaban por desembocar en la percepción sensorial que otorgan a un mismo espacio, valiéndose este segundo en la gran pantalla del estilo innovado en óleo del primero. Nada sorprendente sabiendo que Kirchner entendió el movimiento Die Brücke como un puente entre el pasado y el futuro.
Pasado, presente, futuro
por Joaquín Fabregat
Volver a la vida
Tanto Nelly Lenz (Nina Hoss) en la película de Petzold como Vincent Parry (Humphrey Bogart) en La senda tenebrosa (Delmer Daves, 1947) regresan del infierno para comenzar una nueva vida. Nelly, con la cara cubierta de vendas ensangrentadas viene de los campos de concentración nazis. Vincent, oculto en el coche que conduce Irene (Lauren Bacall), ha escapado de la prisión de San Quintín donde estaba encarcelado injustamente por el asesinato de su mujer. Los dos cruzan, al comienzo del film, un control policial que funciona como frontera metafórica que los devuelve a la vida.
Rostros
Los dos personajes son sometidos a una operación de cirugía plástica que les dará un nuevo rostro, una nueva identidad. Tanto Nelly como Vincent deberán, también, reconstruir su pasado para aclarar su presente y poder así mirar hacia el futuro.
Ambos observan sus nuevos rostros en el espejo, su mirada es de extrañeza, desconcertada, sus caras conservan rasgos del pasado, como las fotografías que miran y que les devuelven la imagen de ellos mismos antes de que sus vidas quedaran truncadas para siempre.
Dos canciones
Dos canciones funcionan como leitmotiv. En Phoenix, Speak Low (Ogden Nash y Kurt Weill, 1943) se convierte en un puente entre el pasado y el presente de Nelly, entre la felicidad de su vida como cantante junto a su esposo Johnny (Ronald Zehrfeld) y el penoso presente donde descubre la traición que la llevó a su detención. En La senda tenebrosa, Too Marvelous For Words (Richard A. Whiting y Johnny Mercer, 1937) marca la relación entre Vincent e Irene, es “su canción”, con la que se conocen y con la que se reencontrarán al final del relato, una canción que mira hacia el futuro.
Ambiente
Las dos películas, una de manera explícita y otra de forma más oblicua muestran el ambiente de posguerra. En Phoenix la destrucción, la presencia militar, la influencia de los ocupantes americanos… En La senda tenebrosa (rodada en 1946, en plena posguerra) también observamos esto en algunos diálogos, en los cafés solitarios, en la presencia de excombatientes en las calles de San Francisco. Las dos son películas sobre soledades, sobre un mundo desorientado, un mundo con un nuevo rostro que debe remover los escombros del pasado para encontrar una nueva vida que ya no podrá volver a ser la misma.
Final
Hacia el final de las dos películas, sendos planos de los protagonistas nos muestran sus caras divididas, nos muestran a dos personajes que no son plenos, dos personas que han sufrido, que se han visto obligadas a una nueva identidad. Dos rostros que están, al final del relato, entre el pasado que dejan atrás y un futuro todavía incierto.
La búsqueda de la identidad robada
por Miguel Ángel Lozano
Frente al vacío sólo existe la identidad. El árbol al que te aferras cuando el mundo te voltea. Que te agarra de cara al vértigo, te define y evita que te arroye la generalidad. Que te propone por encima de las modas, y te sujeta estoicamente con sus raíces frente al paso del tiempo. Sin identidad no hay nada, sólo el vacío de lo que no es.
De Chirico y Christian Petzold proponen a partir de sus obras un nacimiento, un renacimiento, una toma de conciencia desde la nada, desde el sufrimiento, para desde ahí construir una identidad, entenderse a uno mismo, y entenderse dentro de unas circunstancias. Una búsqueda del ser mirando hacia atrás, obligado a seguir hacia adelante, buscando anclajes en los que sostener un pasado que se derrumba. Dos amantes sin rostro, sin brazos. Incapaces de tocarse y abrazarse, víctimas de una amor que se sobrepone a ellos. Que los une, frente a un destino que les violenta, les revuelve, y les obliga a estar separados. Una puesta en escena sombría, de un lugar vacío, solitario, entre sombras.
No es casual que De Chirico rehiciera su cuadro original de 1917 en 1946, finalizada la Segunda Guerra Mundial y habiendo participado él mismo en la primera. Una relectura del pasado, desde el presente, de dos maniquíes sin identidad. Que se sustentan frente al vacío. Y se niegan a ser devorados por la nada.
La perversión de los colores
por Daniel Reigosa (Versión original sin palomitas)
A pesar de las similitudes narrativas que la película de Christian Petzold guarda con Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock, algo que el propio director ha reconocido en diversas ocasiones, es en el terreno cromático donde Phoenix muestra su más sincero homenaje a la obra maestra de Hitchcock y en el que logra los principales hallazgos. En Vértigo la puesta en escena adquiere una importancia capital en la narración a través de la saturación cromática y el contraste de colores primarios, que invitan a transitar del espacio real a lo onírico, de lo subjetivo (la mente de Scottie) a lo tangible, explotando al máximo las texturas y matices del Technicolor. A este respecto, pocas películas han sabido aprovechar de una manera tan brillante la simbología del color, ejercicio que Phoenix realiza también de manera consciente.
A Petzold le interesa especialmente la segunda parte de Vértigo, tras la muerte de Madeleine y la aparición de Judy (ambas interpretadas por Kim Novak), momento en que la película torna de manera violenta del rojo (color base de la primera parte) al verde. En esta segunda parte, Scottie (James Stewart) tratará de convertir a Judy en la desaparecida Madeleine, argumento base de la película de Petzold ya que el soldado Johnny Lenz (Ronald Zehrfeld) intentará transformar a Nelly (Nina Hoss) en su exmujer, sin darse cuenta ambos protagonistas masculinos que se trata de la misma persona a la que creían muerta. En Vértigo, una luz de neón verde intenso iniciará un camino de difícil retorno para la dañada mente de Scottie [imagen 1], mientras que en Phoenix ocurre algo similar, con la salvedad de que el neón es de color rojo (del cabaret que da nombre a la cinta) [imagen 2].
Aún más sugestiva resulta la reaparición “de entre los muertos” de ambas mujeres tras el arduo trabajo de sus amantes en generar el recuerdo que tienen de ellas antes de muertas (ambas películas se basan en la idea de representación): una vez finalizada su particular y fetichista obra, Judy aparece ante los ojos de Scottie bañada en una onírica luz verde, intencionadamente falseada [imagen 3], mientras que en Phoenix, Nelly lo hace bajo una luz fría y vestida con un vestido de intenso color rojo [imagen 4], en una escena que retrotrae inevitablemente a la de Vértigo.
La diferencia clave reside en la intencionalidad ya que, mientras Scottie lo hace por obsesión, por recuperar la imagen de su amada, Lenz lo hace por interés, para poder cobrar una herencia. Además, en la película alemana es Nelly la protagonista principal y se somete al cambio de manera voluntaria, controlando la situación y dotando al papel de la mujer de una fuerza renovada. Estas diferencias (de intencionalidad y de sometimiento al cambio) confirman la trasgresión del mensaje de la película de Hitchcock, que Petzold hace visible a través de la permutación de los colores: Phoenix mantiene un complejo diálogo argumental con Vértigo, pero adopta un mensaje más feminista, corrompiendo y revirtiendo la intencionalidad cromática de la primera.
De lo trágico del existir
por Lidia Fernández
Son los fantasmas aquellos sujetos que al pensarlos se perciben como intranquilos, como entes anónimos sometidos a una condena emocional continua que los aboca a lo eterno. La naturaleza material propia del cuerpo es susceptible a ser dañada, herida y alterada por lo abstracto, que se manifiesta irremediablemente en las emociones provocadas por lo vivido. El ser humano se encuentra en una experiencia trágica ante el dolor que amenaza y hiere a su cuerpo, un estado de vulnerabilidad que le lleva a cuestionarse sobre el sentido de su existir. Es en el interior del individuo donde se palpa un desasosiego existencial. Un pozo de sombras y tragedias que deforman lo tangible, llevando al sujeto a ser sentimiento y emoción, despertando a sus fantasmas, reviviéndolos y olvidando a su propio “yo”, pues la carne se ha desgarrado y el sujeto ya no se reconoce, y si se mira no es el mismo. Ya no existe.
Más del lado de la muerte que de la vida, son tanto los personajes que habitan la obra del pintor Francis Bacon, como los de la Alemania de Phoenix de Christian Petzold. Heridos por un existir irremediablemente doloroso que les lleva a borrar su apariencia y con ésta su “yo”, se evidencia la vaciedad de lo fantasmagórico, de un estar tormentoso consumido por la emoción interior imperecedera. Cuando Nelly camina por las calles de una Alemania decadente y resentida, no sabe quién es y ni siquiera si existe. Las consecuencias de la guerra han condenado a su “ser”, como también condenaron a los sujetos de Bacon. Estos son enmarcados en un espacio vacío, donde su cuerpo, como carne, es deformado, abandonando lo figurativo para ahondar en lo emocional. En ambas obras, el dolor de la cruda realidad sobre el individuo ha despojado a éste de su rostro. Ahora es un anónimo fantasma que pasea libre, pues en lo misterioso encuentra la libertad que le alivia del existencialismo trágico al que el vulnerable cuerpo condena al ser en vida. Ahora Nelly vaga por las calles pudiendo aparecer y desaparecer, dejarse reconocer o no.
(Re)construcción de la identidad
por Raúl Liébana
Si hay un elemento distintivo con el que representar la identidad de un modo genuino, este debería ser el rostro humano. Así, el inicio de Phoenix muestra el de la protagonista envuelto en vendas, el cual se supone desfigurado y símbolo de las cenizas surgidas de la crueldad humana. Es la representación metafórica elegida por Christian Petzold como pérdida de la identidad. Por eso los ecos que resuenan en Phoenix de otro film como El hombre elefante de David Lynch, son múltiples. Ambas historias, partiendo de esta idea, la de una identidad arrebatada, muestra rostros vacíos, apagados, a los que se ha despojado de vida y borrado su nombre. De este modo, si Esther dejó de ser Nelly, El hombre elefante dejó de ser John Merrick, al cual se muestra también con su rostro oculto en los primeros planos.
La (re)construcción
Y si los puntos de partida guardan grandes semejanzas, el tránsito seguido por cada uno para encontrarse a sí mismo, tampoco se queda atrás. La forma de vestir marca un punto de inflexión en ambas historias. La relación con su entorno se ve limitada, por lo que se convierten en personajes obligados a vivir recluidos en un reducido espacio, casi claustrofóbico, conservando contacto con el exterior a través de un personaje hace de cordón umbilical y que, a priori, está de su lado y les hace mantener la esperanza. Ambos personajes flirtean con la amenaza de la traición de alguien de su entorno debido a lo que representan y en ambos existe también una figura que les sirve de anclaje al pasado; la fotografía de su madre para Merrick y una foto de Nelly con su marido y la portada de una revista.
La identidad recobrada
Los dos filmes convergen en un mismo punto, como es la idea de representación de la identidad recobrada en medio de un contexto de abierto reconocimiento social. Nelly cuando termina de cantar ha recuperado su identidad, arrancando el más sincero de los silencios posibles de los asistentes. John Merrick obtiene su reconocimiento mediante un caluroso aplauso al término de una obra de teatro y cuando finaliza la recreación en miniatura de la catedral de Chartres y firma con su nombre al pie de la misma, culmina la recuperación de su identidad.
Sin embargo, hay algo sobrecogedor y poético, a la vez, en el gesto final de los personajes, algo que se mueve entre lo puramente existencial y lo onírico. Nelly desaparece entre las brumas de un plano desenfocado y Merrick se acuesta a dormir. Es como si ambos, conscientes de su identidad recobrada, supieran que ya pueden morir en paz.
Sólo soy una imagen
por Jonay Armas