Desde distintos ámbitos se ha insistido en los últimos tiempos acerca del surgimiento de “otro” cine español, llamémoslo “nuevo cine español” o mejor dejémoslo sin etiquetar. Un cine ligado en gran medida a la no-ficción, por definición inestable e invisible, surgido al margen de las subvenciones y la industria tradicional, del que todavía resulta complejo generalizar, representado en autores que apelan a nuevas formas cinematográficas que han despertado la atención de numerosos festivales internacionales, en contraposición con aquel cine español cuya única ambición es liderar la taquilla a base de fórmulas y golpes de efecto televisivos, instaurado como oficial para la Academia de Cine y diversas entidades, cuya omnipresencia en medios acaba por devorar al resto. Por supuesto en nuestra lista de lo mejor del año, que no deja de ser un esbozo del panorama, terminan conviviendo ambos. En primer lugar porque las obras de valor pueden y deben provenir de las distintas esferas de nuestra cinematografía, pero ante todo porque dadas las circunstancias, en ocasiones pueden ser difíciles de diferenciar.
Películas tan subversivas y de mirada revitalizante como El apóstata y Los héroes del mal nacen dentro de los cauces preestablecidos y asisten a importantes festivales españoles, pero pese a formar supuestamente parte de la maquinaria, inexplicablemente son rechazadas por la industria, el gran público y los premios; Murieron por encima de sus posibilidades cuenta con el mayor reparto de la historia del cine español desde Atraco a las tres (José María Forqué, 1962), cuando en cambio irónicamente fue realizada a modo de cooperativa; cineastas consolidados y de notable importancia como José Luis Guerin, Jonás Trueba o Marc Recha deciden renunciar a las subvenciones y ayudas oficiales para coger una cámara, rodearse de un pequeño equipo técnico y autoproducirse haciendo cine con la libertad que no garantiza la industria, controlada como nunca por las decisiones de las TV y grandes distribuidoras.
Estos son solo ejemplos de una situación cada vez más insostenible. Pero lo sorprendente n0 resulta ya que pese a todas las dificultades este cine resista para ofrecernos las películas más estimulantes de la temporada, de mayor personalidad, carga crítica y riesgos formales, sino que siga siendo obviado, condenado a un lugar minoritario, encontrándose sin apenas distribución y considerado una excepción a la norma. Tanto que nominar al Goya a mejor guión a Borja Cobeaga sea la mayor excentricidad (sic) que se puedan permitir los ilustres académicos, cuando hablamos ni más ni menos que del co-guionista de Ocho apellidos vascos.
Ante el panorama todavía más gris que se avecina con la entrada en vigor de la nueva Ley del Cine, cuyas medidas favorecerán únicamente a las grandes producciones comerciales (precisamente las que menos necesitan el apoyo económico del Estado), y asistiendo atónitos al universo paralelo que establecen las nominaciones a los Goya y el resto de galardones, ajenos al movimiento que se produce en el cine español, esta ruptura parece que solo hará más que acrecentar en años venideros. El ejemplo más revelador lo supuso el cuestionable spot promocional del ICAA sobre el cine español de 2015, en el que solo se encontraba representado determinado cine comercial y de gran presupuesto. Hablamos de un organismo público cuya labor debería ser defender y divulgar la totalidad del cine español, pero que excluye ese otro cine al que nos referimos–el único que finalmente termina siendo la mal llamada “Marca España” al recorrer festivales de todo el mundo, abriendo caminos a los cineastas del futuro en lugar de a las recaudaciones del presente–, ofreciendo una imagen en absoluto representativa del cine que se hace en España. Una imagen que con nuestra lista de lo mejor del año y el siguiente vídeo tratamos de subsanar, apelando a su diversidad.
Por último, que encabece el Top 20 una de las obras maestras dirigidas por Fernando Fernán Gómez como El mundo sigue (1963), que sufrió problemas para estrenarse y fue restaurada este mismo año, no se trata de una frivolidad. Su presencia incontestable viene a remarcar que hoy en día, sin necesidad de censura ni dictadura –o frente a alguna incluso peor, la del mercado– y comandados por un Ministro de Cultura que se declara seguidor de Cine de Barrio –donde jamás se ha visto cine edificante ni crítico con el régimen franquista–, sospechamos que tristemente las obras maestras y grandes películas que mejor hablan de nuestro presente se seguirán sin estar viendo. Y al menos desde Revista Magnolia nos negamos a esperar cincuenta años para recuperarlas.
Antonio M. Arenas
Crítica
por Sergio de Benito
Cuando el siempre estimulante Isaki Lacuesta salió de San Sebastián por la puerta grande en 2011 gracias a Los pasos dobles, decisión cuestionada por lindar con la controversia en un certamen tan poco dado a arriesgar en su palmarés, ni siquiera los más decididos podían vaticinar cómo sería su siguiente visita a La Concha. En el marco de un cine español llamado a intentar testificar los avatares de un país en constante caos, Murieron por encima de sus posibilidades se atrevió a cuestionar y exponer la naturaleza intrínseca de su solapado proceso creativo, el mismo que llevó a un sinfín de nombres ilustres del star-system patrio a prestar su imagen a lo que aparentaba ser una comedia populista más alrededor de la crisis. Propuesta anómala y descarriada de antemano, su enfurecida recepción en el festival y posterior estreno fantasma confirmaron algo que el propio Lacuesta ya dejó entrever: el público natural de esta obra no vive hoy ni entre nosotros, sino muy posiblemente en la España de dentro de una o dos décadas, una que eche la vista atrás y decida que quizá los tiros del visionario gerundense no iban ni mucho menos tan desencaminados como se aseguró con rotundidad.
por Gonzalo Ballesteros
Por alguna extraña o conocida razón, una comedia divertida, bien elaborada, sin pretensiones y efectiva como Isla bonita ha pasado sin pena ni gloria por nuestra cartelera. Será que es necesario llevar en el cartel el reclamo de “millones de espectadores en toda Europa” o “la comedia que arrasa en Francia” para que un producto de estas características tenga el impacto que se merece. No es que estemos ante una obra que debiera trascender más allá de su vida útil, pero no deja de ser triste que los productos comerciales que tienen algo más que actores de moda, y algo menos que una televisión detrás, fracasen con independencia de sus méritos. Entre estos, una carismática interpretación de Olivia Declán y un Fernando Colomo que no tiene nada que envidiar a un Woody Allen en forma o a Louie C.K. en cualquiera de sus formas.
por Gonzalo Ballesteros
Lo que primero fue un circo -político-, después sería un teatro -una obra teatral para ser exactos- y finalmente una película -la adaptación de dicha obra-. Y es que el Caso Bárcenas y la declaración del extesorero ante la Audiencia Nacional no sólo ha sido un episodio lamentable -y sin consecuencias- de nuestra historia reciente sino que además ha dado lugar a su transformación artística. David Ilundain ha sido el encargado de dirigir B, la película que recrea la ya famosa comparecencia de Luis Bárcenas ante el juez Ruz, aquella dónde decidió cambiar de estrategia y tirar de la manta. El guión es la transcripción sin adulterar de dicha declaración y esto es necesario señalarlo, una y otra vez, porque sólo ante la constatación de que lo que oímos es literal podemos creer que la realidad -aunque sea en diferido- supera una vez más a la ficción.
por Antonio M. Arenas
Como mente inquieta y natural de Extremadura, María Pérez afronta Malpartida Fluxus Village desde la observación antropológica de su tierra, verdaderamente interesada por cómo afectó a la pequeña localidad de Malpartida de Cáceres la llegada en los setenta de un artista tan libre como Wolf Vostell. Con la solidez formal del 4:3 que no suele caracterizar a una ópera prima, bucea en el material de archivo para adentrarse en el legado del creador alemán, que encuentra su reflejo en el recuerdo de su mujer y en el proceso creativo en vivo de los artistas Fluxus, que acuden a su encuentro e interactúan con las gentes de Malpartida. Por lo que finalmente encontramos una película mayor latiendo bajo sus imágenes: la de asistir al arte moviendo al mundo, así como al ser humano y la naturaleza orbitando fascinados ante sus creaciones. Incluso sin terminar de comprenderlas.
por Antonio M. Arenas
Como siempre que un tema se vuelve de actualidad, corre el riesgo de malinterpretarse al mejor postor. Basta observar la insistencia desproporcionada en buscar lecturas feministas en torno a las protagonistas de las últimas entregas de Mad Max y Star Wars. A veces gustaría que esos esfuerzos en lugar de gastarse en el último producto de moda en Hollywood, se dedicaran a aquellas películas que realmente practican un cine feminista militante, como es el caso de El gran vuelo. Carolina Astudillo recopila distinto material de película casera filmado en Barcelona durante los años 30 y 40 para trazar, a partir de sus cartas, la memoria de Clara Pueyo, comunista que murió durante el franquismo. Una decisión sobre el sentido de la imagen que, además de dar luz a una de las creaciones más apasionantes del documental reciente, provoca que su historia se torne la de tantas mejores que lucharon, amaron y perdieron la libertad, o incluso la vida, durante la represión franquista.
Crítica
por Sergio de Benito
Después de recomponer la insólita memoria extraviada de los Modlin por obra de una rocambolesca jugada del azar, Sergio Oksman afrontó la recuperación de su propio espacio familiar, partiendo de una premisa tan escueta y cristalina como la de aprovechar la esperada celebración del Mundial de fútbol en Brasil para retomar el trato perdido con su padre. De nuevo, O futebol es una película trazada a partir de encuentros: la reunión con la figura paterna tras años de incomunicación, ahora expuestos; el descubrimiento de un país en vilo por una cita llamada a perdurar en la memoria colectiva y de cuyo desenlace somos conscientes de antemano; y, en última instancia, el hallazgo de lo fortuito como tenebroso motor de la experiencia humana y cinematográfica. Cuando la arbitrariedad echa por tierra lo que se intuye como una concienzuda planificación de las rutinas, la hermética vía por la que Oksman aborda el reto de encarar su intimidad emocional es cubierta por un denso manto de silencios y enigmas, que transforma el escamoteo de las imágenes deportivas en analogía del abrumador peso de aquello que aceptamos como sabido y optamos por no revelar nunca.
Crítica
por Jonay Armas
La pequeña película de Ion de Sosa (pequeña en sus proporciones pero monumental en el discurso que encierra) constituye el perfecto ejemplo de la adaptación literaria que huye de toda fidelidad al texto original para erigirse como obra de arte con una autonomía propia. Basada en el relato “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, de Philip K. Dick, el filme traslada aquel futuro distópico que imaginara el novelista a una Benidorm del presente entendida como megalópolis impenetrable, y pasa de puntillas a través de su argumento para poder esbozar imágenes polisémicas a las que resulta difícil colocar etiquetas. En este ejercicio irreverente, lúcido y caprichoso puede encontrarse una de las obras del cine español más valiente, ese que se atreve a señalar que vivimos en un presente distópico.
por Antonio M. Arenas
Basta la selección de música clásica que conforma la banda sonora de Los héroes del mal para definir el convulso estado vital en el que se encuentran sus jóvenes protagonistas, así como las transgresoras intenciones de Zoe Berriatúa con su primer largometraje. Un debut que va más allá de la mirada sociológica habitual del cine de adolescentes conflictivos, deleitándose al adentrar sin contención alguna en la compleja mente de tres marginados dispuestos a dejar de serlo, que encuentran el amor, la violencia y la muerte a su paso, para redescubrirse y descubrirnos la insobornable mirada a seguir de su prometedor cineasta.
Entrevista
por Antonio M. Arenas
“Hay que ir al fondo de lo negro y luchar contra el toro”, advierte como declaración de intenciones Daniel V. Villamediana al inicio de Cábala Caníbal, monólogo interior que se adentra en la memoria de su autor y los siglos de oculta herencia judía en España mediante un revelador dispositivo de doble pantalla. Tras El toro azul (2008) y La vida sublime (2010), el cineasta vallisoletano continúa su personal indagación de la mística española para aspirar esta vez a la obra total que canalice su pensamiento y su obra, enfrentando imágenes de diversa procedencia como método con el que alcanzar la primera que de sentido a todas. Una búsqueda infinita en el laberinto de la historia y sus abismos que da forma a una de las creaciones más sólidas y deslumbrantes del cine español reciente.
Crítica – Entrevista
por Antonio M. Arenas
Primera y por el momento única entrega que ha visto la luz de la serie documental Cineastas Contados, fruto del encuentro entre directores actuales con históricos del cine español. Basilio Martín Patino. La décima carta supone por un lado un punto de partida ejemplar para el resto, al alejarse del documental biográfico al uso y promover un retrato más íntimo, el de una película accidental, forzada a reconstruirse sobre la marcha por la compleja relación que surge entre Patino y su directora, Virginia García del Pino.
El primero, cansado y reacio a colaborar, la segunda, consciente de que el documental que imaginaba será imposible de realizar, documentando no en vano el proceso (el de su amistad) por el que logra paso a paso su confianza. Tanta como para que Patino incluso vuelva a coger la cámara o maneje una moviola, haciéndole sentir cineasta y partícipe de la autoría del resultado final. Aunque La décima carta no escatima el análisis riguroso de su cine, entrevistas de archivo y datos históricos, no esperen encontrar un exhaustivo repaso de la obra de Patino, sino algo aún mejor, comprobar que aún sigue vigente.
Crítica
por Antonio M. Arenas
Aunque su debut en el largometraje no permita todavía atisbar un cineasta en potencia, Daniel Guzmán en cambio derrocha corazón y honestidad tras las cámaras de A cambio de nada, cuya mayor virtud reside en extrapolar su experiencia vital, creciendo en un barrio humilde de la periferia madrileña, al interior de un guión que suple su falta de originalidad con una verdad difícil de encontrar en el cine comercial. Y lo logra tomando decisiones extraordinarias como introducir a su propia abuela en el reparto, clave para trazar la parábola de un conflictivo adolescente que Guzmán conoce muy bien (podría ser él mismo) y nos presenta mejor. Creyendo así posible recuperar la frescura de la primera vez con un relato de aprendizaje que sortea los lugares comunes del cine social bienintencionado, con Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998) como ya superado referente, hasta encontrar su propia y emocionante personalidad.
Crítica
por Daniel Reigosa
Truman es el nombre del perro, el mejor amigo del hombre, aquel que no cuestiona las decisiones de su compañero. El personaje interpretado por Javier Cámara toma buena nota de ello, asume su responsabilidad mientras rehúye de todo protagonismo para acabar mostrando así un apoyo incondicional, ajeno a las represalias de su entorno más cercano. Porque ante todo Truman es una película sincera, cualidad determinante cuando se aborda un tema tan complejo como el afrontamiento de la muerte. La búsqueda de la dignidad se encuentra de manera más directa cuando se explora lo real, lo que somos en esencia, sin máscaras. Más allá de eso solo queda un excelente (y premiado) trabajo actoral capaz de aportar elegancia, sutileza y complejidad a la excelente historia que, más que sobre la expiración de la vida, versa sobre la amistad.
Crítica – Detrás de la secuencia
por Mario Iglesias
Como reflejo de un movimiento obrero en el sentido más prístino de la expresión, esto es, de trabajadores manuales de una industria tradicional que llevan a cabo un largo y duro movimiento huelguístico en el que no faltan enfrentamientos con olor a pólvora con las fuerzas represivas, el largometraje documental de Marcos Merino se inserta en una tradición no muy abundante, pero para nada desdeñable, de cine español militante como espejo y apoyo de una lucha reciente, en el que también se encuentran obras como Numax presenta o El efecto Iguazú. Su efectiva forma de transmitirnos contemporaneidad con los hechos, lejos de cualquier reconstrucción artificiosa o mitificada, y su cercanía, colindante con la promiscuidad, con los mineros y sus familias consiguen desprender un aroma a autenticidad que convierte a ReMine en un valioso documento de época.
Crítica – Entrevista
por Antonio M. Arenas
Proyecto insólito en el marco del cine español, que lo catapulta a la vanguardia cinematográfica más demodé, la realización y el montaje de Transeúntes abarcan más de veinte años, durante los que Luis Aller gesta un jazzístico collage alrededor de la Barcelona del 93. Construida en base a un montaje sincopado repleto de rítmicos jump-cuts, en Transeúntes se intercalan decenas de personajes, historias, viñetas y conexiones visuales por minuto que forman un fascinante caleidoscopio en constante movimiento. Ya no hace falta imaginar cómo sería Vidas cruzadas (Short Cuts, 1993) de Robert Altman dirigida por Godard.
Crítica
por Antonio M. Arenas
Habría que recordar la sencillez, la mirada justa, con la que Kiarostami presenta la infancia en su obra, para valorar en su correcta medida la hazaña que emprende con su última película el cineasta catalán Marc Recha. Una hazaña tan diminuta como sus ambiciones, limitándose a filmar durante varias jornadas de campo una película junto a su hijo y Sergi López, pero tan colosal como el gigante que la puebla y la imaginación narrativa que despliega. Basta con cuidar las palabras, y darles forma de cuento a través de la mirada de un niño, para llegar donde las imágenes nunca se habrían atrevido. Tal es su inconformismo y la necesidad de hacer cine que Marc Recha encuentra en su tierra y los profundos vínculos que le unen a ella (en definitiva, la razón de ser de sus películas), lo que convierte Un dia perfecte per volar en una obra de un calado formal que en su modesta inocencia imagina un nuevo cine, una nueva realidad, a los que únicamente el viento nos llevará.
Crítica
por Mario Iglesias
Borja Cobeaga salió airoso de su arriesgado intento de trasladar al cine, en clave de humor, las negociaciones entre el gobierno de Zapatero y ETA a través del inteligente método de tomarse muy en serio el asunto esencial que abordaba, dejando el humor para lo accesorio, que en cualquier caso es la clave para ofrecernos una interesante visión del trasunto de Jesús Egiguren, solitario, torpe, autocrítico y fieramente humano. Así como para saber diferenciar entre los dos negociadores con quienes tuvo que lidiar, el sobrio y hierático sosias de Josu Ternera al que daba cuerpo Josean Bengoetxea, y el desaforado e histérico Thierry al que encarnaba Carlos Areces. La primera gran película tras el fin de ETA sabe del inflamable material con el que está tratando y consigue dejar un poso de decencia y sutileza, donde de fondo late el tenaz empeño para que los compañeros de bar te devuelvan el saludo tras décadas de indiferencia.
Crítica
por Daniel Reigosa
Con solo tres películas a sus espaldas, el cine de Jonas Trueba parece dirigirse con paso firme hacia una liberación absoluta de ataduras que abarca tanto la forma como el fondo. Esto le permite acercarse a un cinéma de la verité defendido por la Nouvelle Vague para, desde esa libertad, ofrecer una reflexión personal sobre la realidad. En Los exiliados románticos, su última película, Trueba hace gala (una vez más) de una vasta cultura cinematográfica, que se manifiesta en inequívocas referencias visuales y formales a multitud de capas (aunque de manera más explícita al cine de Eric Rohmer), siendo capaz de conseguir una obra con entidad propia, de enorme vitalidad, que busca un nuevo hallazgo en cada toma. El magistral plano secuencia en unos jardines de París da buena cuenta de ello.
Crítica
por Mario Iglesias
Con modestia, sin aspavientos ni mucho presupuesto de por medio, El apóstata consigue ofrecernos un acertado relato de la odisea del hombre contemporáneo, a través de un protagonista que fracasa en los estudios, en el amor a su prima y en la consideración familiar y social, pero que consigue redimirse a través de una digna obstinación y de un gesto de rebeldía que pone por encima de todo la honestidad intelectual y la voluntad de ser uno mismo. Hay mucho de Federico Veiroj en Álvaro Ogalla, y mucho de ambos en un largometraje que se ha ganado a pulso un respeto moral e intelectual como pocos estrenos recientes del cine español.
Crítica – Entrevista
por Gonzalo Ballesteros
Ya advertimos a su paso por Locarno que la nueva película de José Luis Guerín, La academia de las musas, seguía desplegando con solvencia todas las cualidades de un estilo inconfundible. El reconocimiento en el Festival de Sevilla, dónde se alzó con el Giraldillo de Oro, viene a confirmar la paradoja: la grandeza que alberga una película tan pequeña. Una nueva ficción vestida de documental alrededor de un profesor universitario y sus alumnas, una película que encuentra el equilibrio entre la filosofía y el humor, el pensamiento abstracto y las bajas pasiones. Un tratado sobre literatura, amor, pedagogía y, cómo no, sobre cine; en su apariencia urgente y casual todo está meditado y no hay un sólo plano vacío de significado. Pone en práctica su propia teoría de que las buenas películas poseen imágenes necesarias y frente a la banalización de la imagen -cuenta- recuperar esa idea de la imagen esencial se convierte en una tarea crucial, decisiva. Siguiendo esta idea La academia de las musas es una buena película llena de imágenes esenciales.
Crítica – Biopic
por Gonzalo Ballesteros
En un país con una deuda histórica enorme, con una parte de la sociedad que hace de la desmemoria bandera y del paso de página lema, es un hito que se repare alguna de las injusticias que aún sentimos recientes. Es el caso de El mundo sigue (1963) de Fernando Fernán Gómez, cincuenta años después de su limitadísimo y clandestino estreno en un único cine en Bilbao, la copia restaurada ha llegado este 2015 a cines de toda la geografía escribiendo una nota de dignidad en el margen de nuestra historia, que no es poco. Una imagen tan sórdida como certera de la sociedad española de los años sesenta, la otra cara de los años del desarrollismo. Y decimos “otra” no por ser menos común, al contrario, era la norma, sino por no comulgar con el discurso oficial. Una película rabiosamente moderna que se ha convertido sin género de dudas en la mejor de 2015. Para ahondar en ella no dejen de leer en nuestras páginas la crítica de Antonio M. Arenas o el análisis del director de Mario Iglesias, la ocasión lo merece. Estamos posiblemente ante el mejor trabajo como cineasta de Fernando Fernán Gómez y una obra clave en la historia del cine español.
BRAVO por ese número 1, he visto primero ese gran montaje de vídeo y al descubrir EL MUNDO SIGUE hasta me he emocionado. Qué bueno.
La de Trueba la vi el otro día y me pareció sumamente artificiosa, cinéfaga y pedante.
No aparece la película “Techo y comida”, que creo que es una de las mejores que se han hecho. Vuestras razones tendréis, no digo que no.